“Disaster and disgrace

The world is all around

Suddenly

He's clumsy like a clown

The world is upside down

The king has lost his crown.”

ABBA, ‘THE KING HAS LOST ITS CROWN’

“Head over heels

Breaking her way

Pushing through unknown jungles every day

She's a girl with a taste for the world

(The world is like a playing ground where she goes rushing)

Head over heels

Setting the pace

Running the gauntlet in a whirl of lace

She's extreme, if you know what I mean

Her man is one I admire

He's so courageous but he's constantly tired

Each time when he speaks his mind

She pats his head and says, ‘That’s all very fine’.”

ABBA, ‘HEAD OVER HEELS’

No sé si la pandemia del covid terminó; todo indica que no. Lo que sí resulta un hecho es que, en importante parte del orbe, el uso de vacunas y cubrebocas se ha normalizado. Mucho del miedo al virus ha sido superado, pero las secuelas en economías y en sistemas de salud durarán mucho más tiempo.

En varias latitudes, la manera de hacer política fue trastocada, lo que ha llevado a una mayor polarización de corte social. Como si percibirlo no fuese suficiente lo he leído atractivamente descrito en una editorial del diario El País: “La polarización es como las drogas: engancha”.

Ese texto, publicado hace apenas unos días, habla de la política del mundo entero y de la realidad social en general. Yo, en cambio, en esta columna me circunscribo a lo que el presidente López Obrador ha sabido aprovechar al máximo para el caso de México.

Efectivamente, dicha polarización connatural a momentos de crisis le ha caído al macuspano ‘como anillo al dedo’ y por ello él la impulsa —y la re impulsa no importando si es repetitivo— todos los días desde el atril de Palacio Nacional.

Pero la polarización de la que hablamos es distinta a la que conocíamos de otras épocas. No es racional en muchos casos ni fundamentada necesariamente en posiciones programáticas. Dicho de otra forma, la relación que mantiene López Obrador con muchos de sus votantes no se basa en distinciones de corte ideológico (el cómo conducir la economía o la salud pública, por ejemplo). Por ello, con facilidad vemos igual a ratos a un Andrés Manuel de “izquierdas” y “socialista”, que “humanista” y “creyente” (sea porque permite lo bendigan pastores cristianos o lo hagan una limpia chamanes del sureste mexicano). El instrumento al que recurre para apelar a la polarización social tiene un origen de tipo emocional, si bien las manifestaciones que se dan de esta entre la gente son similares a la división de corte más bien tradicional.

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Tratar de explicar los nervios que toca el primer mandatario entre buena parte del electorado mexicano para exacerbar el rompimiento entre segmentos poblacionales va más allá de un análisis de la racionalidad que hagan las partes. Y un elemento fundamental que alimenta esta polarización —una no sustentada en una ideología/en el fondo “el pueblo” no entiende ni le importan conceptos como “conservadurismo”, “austeridad”, “pobreza”, “obradorismo”— es crearles a ciertos segmentos poblacionales un sentido de pertenencia a un grupo.

A su vez, ese sentido de pertenencia se formula —no podía ser de otra manera — bajo los siguientes criterios: acercarse a lo que él DICE como ente político y asemejarse a lo que él PROYECTA como individuo. Y la división de la sociedad se da entre quienes siguen a López Obrador, sintiéndose dichosos de contar con él, y los que no.

En cualquiera de los casos, el apego o el rechazo, es sobre todo simbólico. Como es simbólico también la forma que el presidente AMLO se conduce cotidianamente; los bastones de mando, las coronas de flores, el humo y el sombrero. Permite manejar el influjo de esos símbolos sobre ciertos grupos de la población para que haya identificación y, sí, el mencionado sentido de pertenencia. Lo mismo sucede cada vez que le vemos en un puesto de comida o una fonda: fingiendo ser el presidente que come lo que cualquier mexicano. Simbología que hace extensiva a los sitios que el común elector no puede acceder como es cuando describe para sus seguidores (fotos, videos y mensajes en redes sociales de por medio) lo que desayuna en Palacio. En el fondo lo que proyecta es “cercanía”.

Y nos podemos alargar en ello cuando se trata de su vestimenta (cuidadosamente desarreglada), un peinado despeinado… y su obsesivo monopolio de la palabra. Es esta última herramienta, fuente de proyección del tabasqueño, donde mejor ahonda en su polarización. El México del “nosotros” (comenzando y terminando con él) y del “contra nosotros” (lo que ocurre cuando se habla de sus yerros). Una polarización que le ayuda a mantener un discurso que hace innecesario presentar avances —los de verdad, no los de mentiras—. Los habitantes que defienden su postura y los que —sin quererlo, quizá— asienten a la “culpabilidad” recién descrita.

Así estamos todos, unos y otros; y unos terceros esperando que en algún momento el gobierno de la 4T —u otro— decida rectificar su camino hacia un México más unificado, incluyente, solidario.

Por lo pronto, la era del ocaso de la pandemia (¿en espera de otra?) permite revisitar aquel ‘anillo al dedo’. Una donde la división sigue jugando a favor de López Obrador; el gobernante de una nación que no sabemos si avanza, pero que vive adicta a una polarización que le sirve de motor.