Durante estos días de verano cientos de miles de niños, niñas y jóvenes (NNyJ) concluirán sus estudios formales de educación preescolar, primaria, secundaria o bachillerato en México. Específicamente, las/los estudiantes de 3º. de preescolar, 6º. de primaria, 3º. de secundaria o de media superior finalizarán alguna etapa formativa.

En esta temporada veraniega se llevarán a cabo, como cada año, las ceremonias o los actos protocolarios de entrega de boletas, constancias, certificados o diplomas que les acreditarán como egresados de los diferentes niveles escolares. Es el fin de cursos, motivo de festejo para miles de familias. Qué bien. Felicidades por eso.

Así, en México, la educación básica y media superior se mueven al ritmo de las metáforas del verano.

Ya están por aquí el sol intenso, las vacaciones entre ciclos escolares, es decir, un período más sin clases, y la eventual planeación o planificación de los días y años por venir.

Los climas calurosos y el comienzo de la temporada de lluvias se entrelazan, van y vienen. Las fiestas de fin del ciclo escolar simbolizan un gozo popular, sin embargo, me pregunto ¿cómo vivieron nuestros estudiantes, que ahora culminan sus estudios, la pausa larga en sus trayectorias formativas como consecuencia de la pandemia entre la primavera de 2020 y el invierno de 2021-2022?

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¿Cómo les fue en la vida sin escuelas? ¿Qué tipo de dificultades pasaron las/los estudiantes de educación preescolar para reactivar sus habilidades de socialización, para desarrollar sus lenguajes, o para enfrentar conflictos de violencia intrafamiliar durante ese período?

¿Cómo fue la vida sin escuelas en primaria y secundaria? ¿Qué tipo de dificultades enfrentaron las/los estudiantes para relacionarse con las lecturas, para utilizar las nuevas tecnologías, en fin, para crecer como personas y como futuros ciudadanos durante ese tiempo?

Las generaciones de la pandemia

Hablamos de las generaciones de NNyJ que vivieron las adversidades de una educación formal paralizada. De una población que padeció una educación “desescolarizada”, es decir, sin escuela presencial. Nunca antes, ni con la pandemia de 2009, la sociedad había vivido algo así, al extremo.

Tiempos y espacios de clases incompletas, a medias, volátiles, sin continuidad, sin sentido comunitario sino segmentado, “individualizado”. En eso se convirtió “la escuela en casa”.

Fue un tiempo también en que se mostraron las carencias en la adquisición y uso de las nuevas tecnologías y de los grandes rezagos en materia de cultura informática en la sociedad mexicana. Carencias en las cuales el Estado mexicano tiene una enorme responsabilidad; se trata de vacíos institucionales y fallas de política pública que se han acumulado por más de 25 años.

¿Cómo se desarrollaron las clases en líneasin línea” (primera etapa)? ¿Cómo se vivieron las sesiones educativas por televisión (segunda etapa de “Aprende en Casa”)? ¿Qué dicen NNyJ al respecto? ¿Qué tanto eso de “aprender en casa” se dio o más bien se convirtió en un difícil proceso para “desaprender” en casa?

¿Por qué no se aprovechó, por ejemplo, esa coyuntura y ese valioso tiempo para lanzar una cruzada nacional a favor de la lectura y la escritura? Lamentablemente, se perdió la oportunidad de promover, fomentar y facilitar la lectura con la gente en las comunidades, colonias, barrios y rancherías. No hubo visión de la SEP en este rubro, entre otros.

Con orgullo las mamás, los papás y demás miembros de las familias que estuvieron cerca de sus NNyJ festejan hoy y durante este verano el fin de cursos, pero ¿cuál es el saldo de las clases interrumpidas durante casi dos años? ¿Cuáles son los efectos reales, en lo educativo, que la suspensión de las clases presenciales por pandemia les han impuesto a las/los menores de edad, y que serán las futuras generaciones de adultos?

¿Aquí no pasó nada? ¿Cómo podremos indagar qué sucedió en términos de formación básica en la escuela primaria y secundaria? ¿Cuándo tendremos información completa (oficial) y detallada sobre esos vacíos educativos, es decir, sobre las pérdidas por el paro del formato presencial en lo cognitivo, lo emocional y lo social?

A la frase: “Una vida sin amor es como un año sin verano” podríamos proponerle una nueva versión: “Un año sin escuela es como una vida sin amor”.

En medio de las dificultades que ha traído la suspensión de clases (2020-2022) para nuestros NNyJ, y frente a las adversidades formativas que trajo consigo ese hecho las autoridades educativas, federales y estatales, no han modificado sus negativas prácticas añejas.

Continúan, sin tregua, las absurdas indicaciones de sobre cargar a docentes y directivos escolares de tareas administrativas contrarias al avance educativo; siguen los nombramientos de personas que desconocen el ámbito educativo en las estructuras y las jerarquías de la burocracia educativa federal y estatales; las inercias autoritarias y de diálogo o apertura cero entre autoridades y comunidades educativas sigue su marcha; el calendario escolar 2023-2024, recién anunciado, lanza el mensaje de que “hay que trabajar más tiempo en las escuelas” (menos descansos), aunque ello sea una contradicción porque se suspenden clases sin sentido, por ejemplo, con los “juegos magisteriales” organizados por el SNTE (¿por qué no los hacen en fines de semana?).

Lecciones no aprendidas: Como se pude observar, hay prácticas contrarias al interés superior de la niñez y la juventud, que se imponen y no cambian a pesar de la triste experiencia que nos dejó la pandemia tanto en vidas humanas como en lo educativo.

A la frase de metáfora: “El sol de verano ablanda la cera y endurece el barro” le correspondería, quizá, la siguiente adaptación: “El sol de la pandemia ablandó a la escuela y endureció nuestras carencias”.

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