En primer lugar, resulta reprobable que la elección del nuevo presidente de la Suprema Corte haya sido politizada en los medios de comunicación. El máximo tribunal judicial del país, en tanto que garante del respeto a la Constitución y como última instancia jurisdiccional del Estado, no debe estar sujeta, por ningún motivo, a los vaivenes políticos o verse envuelta en la querella entre el presidente de la República y los partidos de oposición.

Desafortunadamente para la salud del equilibrio de poderes ha sido así. Desde la irrupción del escándalo protagonizado por la ministra Yasmín Esquivel y el plagio de su tesis de licenciatura (el lector recordará que la propia UNAM ha confirmado recientemente que las coincidencias entre este documento y el de otro postulante alcanzan el 90 por ciento) AMLO y la oposición se han inmiscuido en una interminable batalla mediática que, lejos de enriquecer el debate democrático, vulneran dramáticamente la independencia del poder judicial, y más aun, a la Suprema Corte de Justicia.

Tras la elección de Norma Lucía Piña como presidenta de la Corte, miembros de la oposición no titubearon en salir a las redes y vociferar sobre un “triunfo” de la oposición sobre AMLO. No es así. En primer lugar, la Corte no es un botín de guerra. Por el contrario, lo que ocurre en ese tribunal debe quedar aislado de escándalos mediáticos.

Y en segundo lugar, el hecho de que los ministros de la Corte hayan descartado a Esquivel como presidenta del tribunal no es ni remotamente un fracaso de AMLO. Primero, como he señalado, porque la Suprema Corte no es una cancha de futbol, y en segundo lugar porque dada la reprobable confirmación de plagio de la ministra, su descarte como presidenta se ha quedado tímido frente a la gravedad de la acusación.

En otras palabras, en un régimen donde valen las leyes y se hacen cumplir, un ministro del máximo tribunal jurisdiccional que obtuvo el grado de licenciado en derecho ilegítimamente estaría moralmente obligado a renunciar, y si se quiere, a que le fuese inmediatamente invalidado su título profesional. En el caso de Esquivel, al día de hoy, apenas se ha confirmado que no se desempañará como presidenta la Corte, lo que resulta timorato tras la carta enviada por el rector Enrique Graue.

En suma, la elección de la ministra Piña como presidenta de la Corte, y ante ello, la “derrota” de Esquivel no es ni remotamente un fracaso de AMLO ni un triunfo de la oposición. Se trata simplemente, de un síntoma de ausencia de valores morales y de aplicación de las leyes. Al final, una ministra plagiaria aún es miembro del máximo tribunal jurisdiccional del Estado mexicano.