Rusia ha generado una nueva crisis en las relaciones internacionales. A lo largo de las últimas semanas, más de 100 mil efectivos del ejército ruso se han instalado en la frontera ruso-ucraniana y en el área limítrofe entre Ucrania y Bielorrusia; este último aliado incondicional del Kremlin. (El lector recordará la macabra política perpetrada por el gobierno de Minsk de enviar refugiados a la frontera polaca con el propósito de desestabilizar a la Unión Europea y a sus gobiernos.)
Según algunos analistas, el presidente Vladimir Putin prepara cautelosamente una invasión a gran escala de Ucrania, con el objetivo de capturar Kiev, y con ello, terminar la aventura iniciada en 2014 con la ocupación de la península de Crimea. Sin embargo, a la luz del resultado de las negociaciones, Putin no buscaría una anexión de Ucrania, sino simplemente, enviar un fuerte mensaje político de que no vacilará en la utilización de la fuerza militar si la OTAN continúa su expansión hacia el Este de Europa.
En perspectiva histórica, recordemos que la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte) surgió en 1949 como una alianza militar dirigida a prevenir cualquier ataque de la Unión Soviética y sus aliados contra Occidente, a saber, Europa, y muy en particular, la República Federal Alemana o la zona occidental de Berlín. Tras el desmembramiento de la URSS y la independencia de las ex repúblicas soviéticas, la OTAN sirve hoy como instrumento disuasivo contra las pretensiones imperialistas de Vladimir Putin.
El presidente ruso, quien considera al pueblo ucraniano como parte integrante de la nación rusa, ha denunciado un hostigamiento de los Estados Unidos y de sus aliados mediante un posible cerco perpetrado por la OTAN tras la incorporación de Lituania, Estonia y Letonia. Esta “amenaza occidental” ha servido a Putin y a sus funcionarios como elementos justificativos para el movimiento de sus tropas en las fronteras.
¿Y Naciones Unidas? Rusia, en tanto que miembro permanente del Consejo de Seguridad, goza de poder de veto, lo que obstaculizaría cualquier intención por parte de esta organización de coartar las acciones ordenadas desde Moscú.
En suma, Putin podría recurrir a la política de la guerra preventiva puesta en marcha algún día por el gobierno estadounidense tras los atentados del 11 de septiembre. ¿Hasta dónde llegarán las ambiciones del mandatario ruso? Lo desconocemos.
Algunas analistas despistados vaticinan que la crisis uncraniana será la antesala de una conflagración mayor. Lo dudo.
En primer lugar, ni los Estados Unidos ni algún aliado occidental estará dispuesto a participar militarmente en un conflicto regional al lado de un Estado que no es miembro de la OTAN. Y en segundo -y en este punto sí que conviene poner el acento- Rusia no es un país rico que pueda ser capaz de hacer frente a una alianza militar dirigida desde Washington o desde el cuartel general de la OTAN.
¿Cuál debe ser el papel de México? Si bien los asuntos ucranianos pueden resultar ajenos al interés nacional, bien vale recordar al lector que nuestro país cuenta con una representación diplomática en Kiev encabezada por la embajadora Olga Beatriz García Guillén. En este contexto, el pasado 14 de enero se cumplieron 30 años del establecimiento de la relación bilateral.
México, de acuerdo a sus principios diplomáticos, deberá abogar en favor de la paz y de la resolución pacífica de controversias; deberá pronunciarse en favor del respeto del derecho internacional, de la soberanía de las naciones y de la libertad de los pueblos.
José Miguel Calderón en Twitter: @JosMiguelCalde4