A Poncho.
Marcelo Ebrard no es el mejor candidato. Pero, entre los múltiples aspirantes a la presidencia de México, sí representa la alternativa más conciliadora.
Ebrard Casaubón les ofrece a los simpatizantes del obradorismo continuidad; y a los detractores les promete cambio.
Continuidad con cambio.
Si Andrés Manuel fuese realmente un emulador del cardenismo, Marcelo Ebrard sería su Ávila Camacho y Adán Augusto su Francisco J. Múgica.
La sucesión presidencial del lopezobradorismo tendrá un trasfondo histórico. Por la coyuntura y el contexto sociopolítico en que acaecerá. Y Marcelo será protagonista de este suceso.
Quede o no Ebrard de candidato, pase lo que pase, será trascendental.
En tiempos de un fatalismo político predominante, Ebrard simboliza el asidero de consuelo para millones de opositores al oficialismo.
Estoy convencido que la renuencia de AMLO en cuanto a elegir al canciller como el abanderado de Morena a la presidencia de México, radica en la obsesión con la historia que padece el tabasqueño.
López Obrador es un erudito de la historia de nuestro país. Como tal, está consciente que el único capítulo que se le dedicará a su figura en las páginas de los libros que sirven de refugio para esta anécdota tragicómica nacional, será respecto al fenómeno que fue Andrés Manuel como candidato presidencial. Tanto por sus múltiples postulaciones al ejecutivo federal, como por su triunfo.
El actual presidente de México ha sido el único genuinamente legitimado desde las urnas. Nadie ha sido más votado que él. He ahí su fianza con la historia.
Pero incluso la jornada electoral de 2018 es un acontecimiento previo a la administración lopezobradorista.
AMLO es un candidato gigante, pero un presidente pequeño.
Marcelo Ebrard, en cambio, invita al electorado nacional a replicar el fenómeno obradorista. Porque bien podría obtener más votos de los que obtuvo AMLO en julio de 2018.
Empero al actual presidente le recuecen las sombras. Por consiguiente, le negará a Marcelo la oportunidad de imitar el triunfo democrático avasallador.
Ahora bien, falta que se materialice lo que vaya a suceder en el Estado de México; pues una derrota del oficialismo significaría el preludio a replantear la estrategia rumbo a los comicios federales de 2024. Se romperían paradigmas vigentes.
Si la candidata oficialista a la gubernatura del Edomex perdiera la elección, el oficialismo tendría que hacer conciencia sobre la humanidad de sus candidatos; habría de reconocer que el yerro es un elemento latente. Y entonces el presidente de la república tendría que enfrentarse al incomodísimo dilema que se le plantearía de modo inexorable en el horizonte político: ¿garantizar el triunfo para Morena en la elección presidencial, o insistir en la continuidad del proyecto lopezobradoista?
Otro problema que le representa Ebrard Casaubón a Palacio Nacional, es que una eventual candidatura oficialista encabezada por el secretario de Relaciones Exteriores provocaría una conducta electoral policromática.
Millones de votantes emitirían su sufragio de manera cruzada. Tacharían a Marcelo, pero el resto de sus votos se los concederían a las oposiciones.
Pero Ebrard garantizaría la presidencia.
AMLO siempre ha considerado al pragmatismo como algo vulgar en política. Ya veremos si las circunstancias le acaban obligando a jugar la carta pragmática: Marcelo.
Esa es la esperanza de Ebrard.