Recuerdo ahora la ola vandálica que sacudió algunos estados sureños de los Estados Unidos con la destrucción de monumentos erectos en honor de personajes célebres de la Confederación. Atribuidos a actos delictivos de la organización conocida como Black Lives Matter, estatuas ecuestres de hombres como Robert E. Lee fueron destruidas, lo que provocó consternación entre los ciudadanos que aún veneran el nombre de las figuras históricas que lucharon contra el movimiento centralizador y antiesclavista de la Unión Americana.
Ahora ha tocado el turno a México. Luego de que el alcalde saliente de Atlacomulco, Roberto Téllez, develara una estatura en honor de presidente AMLO el pasado 29 de diciembre, vándalos del municipio derribaron el monumento y lo decapitaron, en un acto de repudio al presidente de la República y al propio ex alcalde morenista.
Si bien ningún hecho justifica un acto vandálico, el pecado de la autoproclamada cuarta transformación en su narcisismo institucional que gira, desde luego, alrededor del presidente AMLO. Si existiera una rama de la psiquiatría que estudiase el comportamiento de las organizaciones políticas, la 4T sería inmediatamente diagnosticada con la condición de fálico narcisismo.
Me explico. Todo inició desde el momento que AMLO bautizó a su movimiento como 4T, sin esperar el propio juicio que la historia hará de Morena y del propio presidente. Adelantándose a cualquier valoración que la nación mexicana hará eventualmente una vez que AMLO haya dejado el cargo, el tabasqueño, en un acto de soberbia y narcisismo, anticipó que su movimiento sería tan trascendente como lo fueron la Independencia de México, la Reforma y la Revolución mexicana. ¡Cuán narcisista puede ser un político que no espera el juicio de la Historia y se autoproclama adalid de un movimiento comparable a los grandes episodios nacionales! ¡Cuán conspicuo puede percibirse AMLO a sí mismo que llama 4T a un movimiento sin pies ni cabeza!
Este narcisismo es contagioso dentro de la autoproclamada 4T, por lo visto. El ex alcalde Téllez decidió erigir, en un municipio faro del priismo, y que le negó la relección a Morena en 2018, una estatua al presidente en funciones como si la historia hubiese dado su veredicto.
En suma, el narcisismo de todos los integrantes de la autoproclamada ( e insisto, au-to-pro-cla-ma-da) cuarta transformación es pasmoso. Se auto conciben como adalides del cambio y se sienten redentores de los mexicanos. Al día de hoy, para su infortunio, los resultados de su gobierno brillan por su ausencia. Si bien el presidente es popular, y seguramente así lo demostrarán las urnas tras la consulta de renovación de mandato, el número de pobres ha aumentado, la inseguridad no ha retrocedido, la desigualdad no cede y la corrupción permea. Y mientras todos estas problemáticas persisten, un despistado alcalde mexiquense se deshace en loas hacia un presidente cuyo movimiento fracasa. Así de contagioso puede resultar el narcisismo político.