El físico de origen estadounidense, Thomas Khun, cobró fama global desde que a finales de los años 50 del siglo 20 publicó su importante obra “La estructura de las revoluciones científicas”.
En breve, la tesis central propone que la ciencia cambia cuando los paradigmas en que ordinariamente funda sus operaciones teóricas y resolución de problemas prácticos se tornan insuficientes u obsoletos.
En esos términos, las innovaciones irrumpen y terminan por instalar un nuevo paradigma cuyas soluciones y métodos son más eficaces que los precedentes.
Ahora bien, para preponderar y perdurar, el nuevo paradigma requiere tiempo, circunstancias y consenso social, además de que nunca será puro, sino que incorpora partículas o elementos de las culturas científicas y operativas que sustituyó
Bajo esas premisas, podemos decir que las transformaciones históricas, sociopolíticas y jurídicas de México han supuesto innovar, desplazar o reinventar los paradigmas existentes y sustituirlos por otros nuevos, pero nunca enteramente en términos originales o puros.
El paradigma liberal y humanista que impulsó el México de la Independencia y desplazó al modelo absolutista de la época colonial tuvo que cargar con la herencia de los fueros eclesiástico y militar, garantizados por la Constitución de 1824, así como la persistente tradición conservadora y centralista que le impidió resolver los graves problemas públicos de la época, ya financieros, políticos o sociales.
Ese mismo paradigma liberal, reforzado por nuevas ideas –tardías en México– refundó el Estado mediante las Leyes de Reforma y la Constitución de 1857 dado que estas, al proclamar los derechos individuales, la ciudadanía y la legalidad formal e igual para todos, rompieron la estructura eclesiasrico-militar-corporativa legada por el Virreinato.
La síntesis porfiriana, a partir de 1877, que se decantó por una solución de compromiso práctico entre aquellos dos paradigmas opuestos, liberal y conservador, fue desafiada por el radicalismo revolucionario, político en 1910 –Madero– y socioeconómico a partir de 1913 –Zapata, Villa o Ángeles– y quedó plasmado en la Constitución de 1917 virtud al talento combinado de Carranza y Obregón.
Su consenso fue la medida de su eficacia pues hizo pasar a México, incorporando variantes sexenales desde 1934 y hasta 1982, de la semidesnudez y el hambre de la mayoría de sus 15 millones de habitantes en 1920 a una sociedad industrial de 80 millones seis décadas después.
El paradigma de la Revolución, nacionalista, social y popular fue desacreditado desde finales de los años 80 por el desgaste del esquema socialdemocráta y las ideas del nuevo liberalismo pro-individualista.
Este último aprovechó los vientos contralisios internacionales, el crecimiento de la población, su inédito perfil urbano y el recambio generacional para convencer a los más de que el éxito personal equivale al bien de todos, por lo que el Estado debía ser minimizado para dejar hacer y dejar pasar a las virtuosas fuerzas del mercado.
Las instituciones neoliberales y sus prácticas radicalizadas y llevadas al extremo, sin controles efectivos, terminaron por generar un contexto depredatorio muy riesgoso para la supervivencia social y los ecosistemas.
La frustración, incertidumbre y una posible esperanza depositada en la izquierda se volcaron en las urnas en 2018 otorgando un mandato claro y firme a Morena y aliados.
La nueva contrapropuesta, social, popular y comunitaria, representada por el lopezobradorismo populista-liberal, ha venido desatando los nudos neoliberales que maniataron al Estado a efecto de cumplir con sus funciones fiscales, redistributivas, de conducción y regulación eficaz en favor de los derechos debilitados de las mayorías.
Hasta ahora, esa antítesis lopezobradorista parece responder a algunos de los retos mas serios que el paradigma neoliberal heredó: desigualdad, pobreza extrema, inseguridad, corrupción o captura del Estado.
Al mismo tiempo, ha respaldado nuevos tratos con actores privados inteligentes y sensibles al interés público. De allí que su consenso siga siendo mayoritario.
Empero, al proceso de la Cuarta Transformación le falta tiempo y circunstancias para engranar en la cultura social y convertirse en un auténtico paradigma.
De eso se trata la elección de 2024.
Ahora bien, aun si logra perdurar, vendrá cargado de partículas procedentes de los pasados colonial, liberal y revolucionario tanto priista posrevolucionario como neoliberal pos-priista clásico.
Todo ello forma parte abigarrada y complejamente de nuestra experiencia histórica, y también con esos componentes, para bien y para mal, habrá de ser destilada una nueva síntesis paradigmática.