“La muerte es un castigo para algunos, para otros un regalo, y para muchos un favor.”

Séneca

El tema de la eutanasia de Javier Acosta, joven hincha del equipo de fútbol Millonarios, cimbró a los internautas no solo de su país, Colombia: en pocas horas la noticia llegó a casi cualquier lugar del mundo. En mi caso, he de confesarlo, lo supe de sopetón, sin buscarlo, simplemente abrí TikTok y el primer video que estaba ahí era el del joven colombiano, que se despedía de sus seguidores.

No acostumbro ver videos de gente que está enferma o a punto de morir, mucho menos de sus deudos o de funerales. Pero la historia de Javier me atrapó.

A sus 36 años decidió terminar con su vida tras nueve años de estar postrado en una silla de ruedas después de un accidente. Encima, hace cinco años durante un paseo Javier se contagió de una bacteria que le había ido devorando parte de sus glúteos y extremidades. Además, según relató el mismo Acosta, había sido diagnosticado con cáncer en la sangre y tenía afectado parte del cerebro. Moriría, sin duda, pero antes de partir le podrían esperar meses o años de infierno.

En Colombia la eutanasia es legal desde 2015. La persona que decide ponerle fin a su sufrimiento físico y psicológico deberá ser mayor de edad, estar en pleno uso de sus facultades y tener una enfermedad terminal, sin posibilidad de cura y durante el proceso se debe estar en acompañamiento legal y médico para determinar si el paciente es candidato o no al procedimiento.

Javier decidió y el comité médico autorizó, por lo cual el joven hincha falleció el día de ayer rodeado de su madre, su hija de 13 años y otros familiares cercanos.

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Pero la muerte de Javier fue presenciada por casi un millón de internautas, pues el colombiano transmitió su partida casi hasta el último momento, solo se despidió minutos antes de la inyección que le provocaría un coma profundo antes de llegar al fin.

En redes sociales se leía de todo: desde un apoyo total a su decisión, como el rechazo de grupos religiosos, la opinión de uno que otro médico y hasta brujos y videntes que hablaban de hechicerías y otros disparates.

Lo más emotivo fue el apoyo de deportistas y apasionados al futbol, que no dejaron de echar porras a las afueras del hospital y llenar de mensajes las redes sociales.

El caso de Acosta nos debe mover a la reflexión sobre un tema tan importante y delicado como la eutanasia, legal solo en Portugal, Ecuador, Países Bajos, Bélgica, Luxemburgo, España y Colombia y en algunos estados de Australia, pero que se debe debatir a nivel mundial lejos de prejuicios, de tabús o creencias religiosas.

Negar lo que no se ve o no se vive no significa que no exista y el sufrimiento de enfermos terminales es una terrible realidad.

En cuanto a la viralidad de un suceso tan doloroso también es una decisión unipersonal, muy ajena a las críticas de opinólogos. Al final, cada quien decide cómo vivir y en este caso, cómo morir.

Sólo Javier se llevó a la tumba el dolor que padeció por años, mismo que su pequeña hija compartió. Y eso, desde ya, nos debe hacer respetar su decisión.

No puedo negar el impacto que me causó la historia de este hombre colombiano que hizo una crónica, minuto a minuto de las últimas 24 horas de su existencia.

Javier se despidió de todos, incluso de su mascota, a quien regresó al refugio de animales donde la adoptó.

También vi los videos y mensajes que se subieron a las redes sociales para apoyar a la familia del hoy fallecido, en especial a su hija, quien contará con el apoyo de Caracol Televisión S.A. y otras organizaciones sociales y deportivas, que estarán pendientes que la pequeña no carezca ni de educación ni de cuidados.

Un día antes de morir Acosta tuvo una charla en el programa Impresentable de 40 Principales Colombia y mandó el siguiente mensaje a la afición futbolera, donde a veces las pasiones se desbordan:

“Les puedo decir a todos los hinchas del fútbol que respetemos la vida, no somos los dueños de nuestra propia vida como para ir a quitarle la vida a los demás porque sí. Debemos ser tolerantes, debemos ser hinchas y respetar. Todos no pensamos igual, seamos hinchas y no vándalos, no seamos injustos, todos tenemos una mamá, hijos, hermanos, padres y ellos son los que sufren”

Javier Acosta

Ojalá que el mundo entero replique y entienda esas palabras.

Javier partió sin perder la sonrisa, el entusiasmo, la fortaleza, pero sobre todo, rodeado del amor de su familia y de quienes jamás lo vieron físicamente, y ese amor y apoyo que te brindan aquellos que nunca estuvieron junto a ti, tiene un valor incalculable.

En medio de la tristeza sus familiares y amigos deberán estar en paz.

No sé cómo vivió Javier pero sé cómo murió y sobre todo, sé que dejó un legado, una enorme lección para los amantes del fútbol y para todos los que a veces nos da a la primera queremos rendirnos por todo y por nada.

Que en paz descanse Javier Acosta.