Maternar en el cielo: una alternativa para superar la muerte perinatal, neonatal y de infancia temprana
Sedada, entre la somnolencia alcanza a sentir el frío de la aguja que cierra la herida de la cesárea, y escucha en voz de la enfermera “parece que está dormido”. Dentro del shock, ella saca su seno para amamantar al bebé, no lo tiene entre sus brazos. Lo busca. No lo siente cerca. ¿Por qué se lo llevaron?
La visitan grupos de médicos y murmuran con sorpresa sobre su situación. Ella llora, suplica que la dejen ver a su bebé, el personal de salud no hace caso a sus peticiones, se le acumula la leche en los senos, le duelen, no se puede mover y nadie le da una explicación. Las horas pasan. No hay persona que le sepa dar razón del niño, todo el mundo acepta esta realidad, menos la madre: su hijo nació muerto.
No importan los cuidados y la excelente salud de las mamás durante la gestación, pueden llegar al noveno mes con la certeza de que todo saldrá bien, y aún así, sufrir la muerte perinatal, neonatal o de infancia temprana de sus hijos.
Indiferencia, agresiones y antipatía: violencia obstétrica y violencia laboral
“Desde que llegas al hospital no tienes ese apapacho o esa calidez humana, o a lo mejor un trato digno, con una respuesta certera, con una respuesta que tú en ese momento estás pidiendo, el por qué tienes que vivir esa situación”, relata Paola Sánchez, mamá de César, quien tuvo a su hijo dentro del vientre durante tres días sin que los médicos le practicaran un aborto o le dieran una solución.
En el momento en que las mamás se dan cuenta que su hijo o hija ya no tiene vida, piden a los doctores que las dejen ver a su bebé, pero reciben respuestas como “si te lo damos vas a sufrir más”, “acepta que nació muerta y ya mejor duérmete”. Los protocolos hospitalarios obligan a las mamás a estar en la misma sala de parto con mujeres que sí logran tener entre sus brazos a sus bebés vivos.
Además, para el proceso de lactancia, la única recomendación médica consiste en vendarse los senos para dejar de producir leche o, en su defecto, les recetan medicamentos que detienen el proceso, sin tomar en cuenta que la consecuencia de esta opción puede derivar en cáncer de mama.
La violencia obstétrica provoca que el proceso emocional, el duelo y los problemas de salud mental se agraven. El personal médico no está capacitado para contener la reacción de las madres al recibir la noticia de que su hijo o hija ya no tiene vida. Les dan explicaciones con términos médicos que ellas, dentro del shock emocional, no son capaces de entender. No las dejan despedirse, algunas observan cómo meten a sus bebés en bolsas negras y muchas no tiene la oportunidad de llevar a cabo un funeral.
“Sales del hospital literal con los brazos vacíos. A veces solamente con la incertidumbre y el dolor”, menciona Paola. Las madres deben tramitar el acta de defunción de su hijo, ¿pero cómo lo logran si no tienen acta de nacimiento? Los papeleos funerarios, los de las clínicas y hospitales se vuelven todavía más difíciles.
Pero la violencia obstétrica no es la única forma de violentarlas. La mayoría de las madres han sido víctimas de violencia laboral. Al respecto, Paola relata: “cuando di a conocer mi embarazo quisieron despedirme en la empresa donde trabajaba [...] pero después, cuando di a conocer la noticia de que mi bebé falleció, pues ahora sí procedieron con mi baja sin ningún argumento, solamente me despidieron”.
Por otro lado, Eréndira, mamá de Briana, fundadora de la Colectiva Brisa, psicóloga y tanatóloga explica: “Hay madres que han perdido su trabajo, unas porque no tiene la capacidad de regresar y reincorporarse porque no están entendiendo qué está pasando y hay otras que lamentablemente son despedidas. Entonces te das cuenta que es violencia, tras violencia, tras violencia”.
Vivir la vida con los brazos vacíos
Nadie trata a las mamás con amabilidad, respeto y mucho menos empatía. Sufren depresión y ansiedad mientras intentan entender el fallecimiento de su bebé. Anhelan haber sentido su cuerpo, despedirse, darle un beso en la frente, sentir sus manitas, la fragilidad de ese hijo o hija que estaban listas para cuidar.
La muerte neonatal, perinatal o de infancia temprana es la pérdida de un futuro planeado. Salir del hospital con los brazos vacíos no es el único impacto. Al llegar a casa ven la cuna, el cuarto, la ropa, los pañales, las cobijas, piensan en el nombre que decidieron ponerle a su bebé.
Eréndira afirma que al seguir con la vida cotidiana, el mundo hace menos su dolor: “como el bebé es chiquito, es minimizado como persona, como integrante de la familia. Y tú desde ahí ya vives un duelo silenciado… bueno, desde el hospital, pero luego pasas a la parte social, donde las amistades se alejan, las mejores amigas desaparecen, la gente se entera que murió tu bebé y es como… morbo, ¿sabes? Y después se van.”
La familia no habla, no se acerca. Las mamás están solas. Con los senos llenos de leche, con un empleo (si logran conservarlo) que les pide regresar a trabajar una semana después, porque, como su bebé nació muerto, no tienen derecho a la incapacidad por maternidad, pues esta solo se otorga cuando hay un bebé vivo.
Los primeros dos años son los más difíciles de sobrellevar, pues se tienen que adaptar a una vida que no planeaban, una vida desconocida, donde no las reconocen como mamás. Nadie les enseña, ni les explica, ni valida que pueden vivir una maternidad dentro del duelo.
Dignificación de los bebés y protección a las madres: La Ley Brazos Vacíos
Azucena Castro, mamá de Judá, en el foro “Brazos Vacíos” llevado a cabo en la Cámara de Diputados el 7 de marzo de 2023, se pronuncia a favor de la dignificación de la muerte de sus bebés. Una de las razones principales por las que las mamás luchan, es que sus hijas e hijos sean nombrados, que los protocolos de los hospitales respeten la vida, existencia e identidad de los bebés, que el personal médico deje de llamarlos “el feto Cárdenas López” o “el feto Muñiz Aguirre” y respeten los nombres que las mamás habían decidido.
A Azucena, como a muchas mamás, le hubiera gustado saber de la existencia de la Caja de Recuerdos, un ejercicio que consiste en juntar las huellas, un mechón de cabello, la pulsera que les ponen en el hospital para identificarlos y cualquier otro objeto significativo para ellas y la familia. Le hubiera gustado que el personal de salud la tratara dignamente, le hubiera gustado recibir atención psicológica y tener contención emocional en ese momento.
No fue hasta que Azucena conoció a la Unión de Colectivas de Madres Protectoras “Caminemos Juntas”, que logró crear lazos de hermandad y fuerza para sobrellevar el duelo y sanar sus heridas. Todas juntas han impulsado la iniciativa de ley “Brazos Vacíos”,en donde buscan garantizar los derechos humanos y laborales de quienes pierden a sus hijos, a través de reformas a la Ley General de Salud, la Ley Federal del Trabajo y la Ley Federal de los Trabajadores al Servicio del Estado.
Estas reformas proponen protocolos de atención en los hospitales para que las y los médicos, el equipo de enfermería y de trabajo social, sepa dar contención emocional a las madres, al igual que la atención psicológica y el seguimiento de cada caso. “Nuestra única opción es el acompañamiento, hablar y aprender a sobrevivir”, asegura Eréndira desde sus conocimientos y experiencia como psicóloga y tanatóloga.
Sanar el duelo
Para las madres que perdieron a sus bebés por muerte neonatal, perinatal y de infancia temprana, los grupos de apoyo y el activismo han sido la mejor forma de sanar el duelo. En estos espacios se sienten escuchadas, comprendidas, validadas, acompañadas y, a veces, un poco más fuertes. Es dentro de la lucha contra la violencia y a favor de los derechos de sus hijos —y de ellas mismas— donde pueden canalizar todo lo que sienten y piensan.
Una estrategia efectiva es buscar el significado de la partida de las y los hijos, así, dentro de las Colectivas, las madres encuentran diferentes formas de ejercer su maternidad. “Nosotras hablamos de maternar en el cielo, para alguien puede sonar absurdo o puede sonar ilógico, pero claro que aprendemos a maternar de otra manera. Porque nuestros hijos siempre van a estar ahí, siempre va a haber un cumpleaños, una fecha importante, algún recuerdo. Estas cosas son las que nos hacen maternar de otra manera. Por eso hay que buscar el significado y lo que la partida de ellos significó para nosotras y qué queremos buscar con ello”, explica Eréndira.
Estos espacios ayudan a las madres a saber que el sentimiento de incomprensión es natural, que nadie es capaz de entender lo que están sintiendo. Sin embargo, conforme lo hablan con las demás, lo sienten, lo sacan, lo gritan y lo lloran, se dan cuenta que la persona que minimizó su dolor al decirles que el bebé no era tan importante porque estaba chiquito y la que no fue capaz de darles el pésame, en realidad no tenía idea de qué decir, cómo contener o cómo reaccionar.
Para Eréndira, al igual que todas las madres que han sufrido la muerte de sus hijos, el activismo se convirtió en una forma de hacer que sus bebés trasciendan: “Briana me quita mucho tiempo. Briana es la iniciativa de Ley, Briana es acompañamientos, Briana es los grupos de ayuda mutua que hacemos, Briana es la Colectiva, entonces, de alguna manera simbólica, mi hija vive, mi hija está allí. Y como cualquier bebé, que ahorita tendría un año siete meses, me demanda tiempo y me demanda muchísimo. Entonces he aprendido a amar a mi hija de una manera donde está conmigo siempre, siempre, siempre”.