Recargada sobre el barandal del segundo piso en el Hospital de Oncología, vi los rayos de una intensa luz que se colaban a través del techo de cristal y descendían como espadas para iluminar la planta baja. Por horas y días observé a cientos de personas acudir a su cita para algún tratamiento contra el cáncer.
Entraban y salían sin cesar… Algunas caminaban apoyadas de un bastón o enlazados del brazo de su acompañante. Se instalaban en la sala de espera, saludando a algunos conocidos integrándose al doliente grupo. Algunos jóvenes en silla de ruedas, jugaban a las cartas con su familiar o amigo; mujeres en su labor perdidas en el mundo de los puntos para matar el tiempo; madre e hijo armando un rompecabezas; nombres y más nombres; tiempo cíclico, eterno, doloroso e incierto…
Todos los sentidos afloran en mí cuando estoy dentro de un lugar así; las fibras se hacen más sensibles, mis emociones fluyen como torrentes dándole paso al dolor y a la tristeza que me inunda al ver a tanta gente con cáncer, lo único que los diferencia son las etapas, solo eso, porque todos van por el mismo y tormentoso sendero que se bifurca…
Al abrirse una puerta, los pacientes ponían toda su atención para ver si esa conocida voz decía su nombre; para muchos era un timbre nuevo, la llamada para ingresar a un laberinto iluminado pero desconocido y oscuro. Uno tras otro… La misma entrada y salida. Hasta el segundo piso percibía su silencioso padecimiento que subía invisible a través del cubo; mis poros lo absorbían, lo sentí. Me sentí egoísta, al quejarme tantas veces de cosas vanas. Lágrimas recorrían mis mejillas por no poder sujetar mi imaginación que se echó a volar, bajó y vagó entre ellos y pude sentir su dolor silencioso.
El cáncer sigue invadiendo cuerpos, llega y a veces logran remitirlo, y otras es el mal que te acompaña al otro mundo.
Alcé la cabeza y mis ojos empañados se toparon con un mural, el cual contemplé durante esas mismas horas e interminables días. Me absorbió esa belleza llena de terror, de eterna súplica, que termina en un extremo con una luz de esperanza. Llamó mucho mi atención que los trazos estuviesen interrumpidos, justo en la parte de en medio por un cuadro negro, como si le hubieran arrancado una parte.
Esa belleza ahí plasmada en el muro es de David Alfaro Siqueiros; su expresión artística tan viva me hizo penetrar en aquel mundo; rocé aquellos cuerpos desnudos, sentí su angustia, vi los esqueletos, pisé huesos; sentí el roce de las túnicas de los médicos egipcios, chinos; escuché las súplicas, el llanto, el miedo de estar en las tinieblas, sentí el pavor de caer al inframundo; y al final, estaba a mi izquierda ese rayo de esperanza que refulgía y brilla dentro de esa densa y colorida oscuridad.
El Centro Médico se encontraba en construcción en 1957, en uno de los terrenos aledaños del Hospital General sobre la antigua calzada del Río de la Piedad en la capital del país. El inicio de la obra estuvo a cargo de la Secretaría de Salubridad y Asistencia, bajo la administración de la Lotería Nacional y la coordinación general del arquitecto Enrique Yáñez quien concibió una serie de proyectos de integración plástica como parte de hospitales, centro de enseñanza e investigación. Contrató al museógrafo Fernando Gamboa, él seleccionaría a los artistas que realizarían las obras; relieves, esculturas, pinturas y mosaicos. El programa artístico debía proyectar “un estilo estético de sentido moderno inspirado en elementos de la tradición plástica mexicana”. Se pensó desde un inicio recurrir al ya probado lenguaje de la Escuela Mexicana de Pintura y Escultura, es decir, al muralismo y a la escultura monumental de tono nacionalista.
Para el Hospital de Cancerología se consideró al muralista Diego Rivera, quien tuvo vida para visitar el lugar pero no tiempo para realizar la obra, ya que el artista murió ese mismo año de cáncer de próstata.
El emplazamiento original del proyecto eran los muros de un vestíbulo de baja altura a nivel piso. El desarrollo de la composición se veía interrumpido por una puerta de vidrio que daba acceso al hospital y por un par de columnas que delimitaban algunas escenas.
Siqueiros aceptó el proyecto no obstante “las dimensiones y condiciones del espacio”. La reducida altura lo obligaba a crear una composición horizontal, de cerca de 70 metros cuadrados, menos del doble del área que se le había ofrecido originalmente. La disposición de la obra en el espacio que le fue proporcionado no propiciaba una percepción envolvente.
El artista utilizó marcados escorzos para generar sensación de profundidad y modificar los ángulos del espacio. En esta obra, también apreciamos otros recursos plásticos de Siqueiros, como el uso de las masas en sus composiciones y de figuras que marchan hacia adelante.
El tema del mural es “Apología de la futura victoria de la ciencia médica contra el cáncer”, que a su vez quiso abordar el progreso histórico de la ciencia y las transformaciones sociales. El 19 de noviembre de 1958 el muralista hizo entrega de la pintura al secretario de salubridad y asistencia, doctor Ignacio Morones Prieto, en un acto público en el que estuvo presente el entonces presidente de la república Adolfo Ruiz Cortines.
En el archivo de Enrique Yáñez se encuentra una descripción del mural que clarifica la estructura de la obra en varios momentos: el futuro, el presente, el pasado y la antigüedad remota o prehistórica. Con una lectura de izquierda a derecha, el documento explica la obra; aunque yo lo admiré tramo por tramo de derecha a izquierda. Escenas varias, juntas y separadas, de drama, misterio, terror, oscuridad y luz. Todo un conjunto, separado, siluetas decididas que emergen de la pared…
1. Representa el periodo en que los hombres solo tenían como medios a dios y al éxodo. Frente a las plagas únicamente imploraban al cielo y cuando las pestes no terminaban, solo podían escapar dejando regados a sus muertos en inmensas zonas geográficas.
2. Figura de griegos, chinos, egipcios, a simios y prehispánicos simbolizan el periodo de la medicina empírica, periodo de la historia en el cual todavía existían remanentes de la medicina mágica. El egipcio tiene en sus manos el calabazo angular que de acuerdo con su mitología, corresponde al ángulo base del triángulo, que en su cultura tenía, un significado divino, y por tanto de valor medicinal.
3. La bomba de cobalto como la palabra más actual de la mecánica médica, se valen de este instrumental médicos en todos los países y razas. El pueblo, encabezado por la clase obrera, avanza hacia la ciencia para entregarle toda su solidaridad. En esta escena aparece simbólica la figura de una mujer obviamente mexicana, pero como parte de la multitud internacional. Un árabe lleva en sus manos la bandera roja de la lucha actual de los pueblos coloniales y semi-coloniales en la contienda contra sus opresores ancestrales.
4. El hombre ya dentro de una sociedad superior, en una sociedad más adelantada que la actual, celebra victoriosamente la derrota del cáncer por la ciencia médica. Será sin duda alguna la sociedad dentro de la era atómica. El cáncer, simbolizado por dos figuras monstruosas que son al mismo tiempo el símbolo de la sociedad de hoy, huye manifiestamente.
¿Y por qué está ese cuadrado negro en medio de la obra? La obra me envolvió, me habló, me abstrajo.
El terremoto de 1985 causó graves daños a casi todos los edificios dentro del Centro Médico Nacional. El de Oncología se colapsó. La obra de Siqueiros quedó entre los escombros. Restauradores del Instituto Nacional de Bellas Artes, a cargo del maestro Eliseo Mijangos, iniciaron las obras de salvamento del patrimonio artístico.
Un grupo de cinco técnicos restauradores comenzó el rescate del mural, mientras personal del Instituto Mexicano del Seguro Social que había adquirido el Centro Médico en 1961 llevaba acciones para rescatar el material y equipamiento médico del hospital, ante ellos el peligroso desmontaje del sistema radioactivo empleado en el tratamiento del cáncer; el mural de Siqueiros se sostenía enviando aún su mensaje…
Los restauradores intentaron localizar el sistema de anclaje que unía a los bastidores de madera al muro. A cada golpe de martillo podía derrumbarse lo poco que se mantenía. Un elevador amenazaba con caer, abajo un foso desembocaba en el sótano. Ladrillo por ladrillo a través del tiempo lento, y larga angustia, fueron sacando de los escombros a los seres que había creado David Alfaro Siqueiros dándoles de nuevo luz a esa oscuridad.
En 1991 el mural fue colocado en el primer piso del hospital de Oncología del Centro Médico Nacional Siglo XXI, en un entrono de doble altura y a distancia de los espectadores, lugar en el cual pierde monumentalidad y le confiere una perspectiva muy distinta a la original.
El cuadrado negro que tanto me intrigó y que está en medio del mural es donde estaba la puerta de cristal cuando la obra estaba a nivel de piso; la misma que habrá cruzado David Alfaro Siqueiros muchas veces… Las manos del artista surgen invisibles y jalan al que está enfrente para hacernos entrar al mundo que creó en 1957.
Anochece, la planta baja comienza a vaciarse, solo queda el silencio que me absorbe y el mural que me envuelve, no importa el lugar en el que esté, te habla, te susurra y te abstrae. Ese mural es para mí un presagio…