La cumbre de líderes de América del Norte, que iniciará este lunes, será una extraordinaria puesta en escena. AMLO, Biden y Trudeau son los protagonistas. Habrá comidas y cenas; reuniones bilaterales y trilaterales; conferencias de prensa y comunicados conjuntos.

Pero lo que hay detrás de esta obra de teatro es un verdadero avance de lo que Robert Pastor llamó la “idea de América del Norte”. Debemos entender a la región como algo más que una expresión geográfica: una comunidad de tres países cuya prosperidad depende de su capacidad para integrarse, cooperar, producir juntos y abordar de forma conjunta las amenazas.

La “idea de América del Norte” es una realidad que todavía no sube al escenario de las cumbres porque ha sido construida desde abajo, por las empresas y las sociedades. Es una idea que todavía no ha sido adoptada por los gobiernos.

A lo largo de los años, las empresas y las sociedades son las que han forjado lazos sólidos entre Canadá, México y Estados Unidos. Desde la entrada en vigor del TLCAN original, el 1 de enero de 1994, América del Norte se ha convertido en un gigante económico y comercial. Desde entonces se han fortalecido la interdependencia y los flujos de bienes y males transnacionales. Esta región es un jugador relevante en el mundo.

Aunque la “idea de América del Norte” no ha sido totalmente adoptada por los gobiernos, la conexión entre las sociedades toca millones de vidas diariamente. Los desafíos, incertidumbres, oportunidades y la agenda para la acción son compartidos. La cooperación es inevitable.

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El TLCAN se negoció durante una recesión, conectó economías dispares y sociedades que no se conocían. A partir de entonces se dio un “proceso de redescubrimiento”. Se impulsó masivamente el comercio y se creó un entorno favorable para las inversiones estadounidenses y canadienses en México. Pero el TLCAN no avanzó en llevar a los tres países a pensar en la posibilidad de un arreglo regional. No se convirtió en una organización internacional regional.

Hay todavía profundas divisiones dentro de -y entre- los países de la región. Los conceptos de soberanía e identidad nacional han sido más poderosos que la “idea de Norteamérica”. Sigue predominando el cómodo bilateralismo. No hay político que proponga una mayor integración; no miran el nuevo entorno global. Es más, la segunda edición del tratado se llama ahora T-MEC (Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá) y no se menciona el concepto de América del Norte.

¿Y las cadenas productivas regionales de valor? ¿Ya no hay marca “América del Norte”? En estos días escucharemos cifras y cifras de comercio e inversiones que se han creado a lo largo de los últimos 30 años con el TLCAN y el T-MEC. Muchos analistas hablarán del exitoso “modelo económico de América del Norte”. Tal vez ahí está el problema: América del Norte no es un modelo; es una realidad.

Erica Thompson, académica de la London School of Economics, dice que “las cantidades medidas no hablan por sí solas; a los datos se les da significado sólo a través del contexto y el marco proporcionado por los modelos”. En su libro más reciente, “Escape From Model Land” (Basic Books, 2022), Thompson argumenta que no debemos dejarnos seducir por los números. Aunque los modelos matemáticos permiten hacer predicciones y guiar las políticas públicas, sus suposiciones pueden no ser confiables y su guía puede tener un valor limitado.

Se usan “modelos” para explicar y predecir. Los modelos son metáforas, herramientas para la comprensión, expresiones de poder sociopolítico. Los modelos buscan representar el mundo real, pero viven fuera de él. Como escribe Erica Thompson, los modelos existen en su propio “lugar maravilloso”, en su “modelolandia” o “Model Land”. Ahí las suposiciones de un modelo se consideran “literalmente verdaderas”, lo que permite una exploración expansiva y predicciones ambiciosas. El problema es que es fácil entrar al “mundo del modelo” pero es muy difícil escapar de ahí. Quienes entran se instalan en un lugar cómodo pero, en última instancia, inútil.

Thompson cree que la “Model Land” es un gran lugar para los teóricos (economistas, climatólogos, financieros, politólogos) porque los modelos son completamente controlables. Los experimentadores pueden establecer los parámetros, ejecutar sus pruebas y escribir con confianza sobre sus resultados. No hay factores desordenados o sencillos. “Se pueden pasar carreras enteras en “modelolandia” haciendo cosas difíciles y emocionantes”, escribe Thompson. Excepto que estas cosas no son reales o no se aplican al mundo real. Es esta ilusión la que ha llevado al desastre a los gobiernos y las empresas que no cuestionan los resultados de un modelo.

Los modelos pueden desviarnos del camino correcto. Un pequeño error de medición puede conducir a pronósticos muy imprecisos (fenómeno conocido como el “efecto mariposa”). Pero Erica Thompson explica las “incógnitas no cuantificables”, que son las cosas que quedan fuera del cálculo de un modelo, porque no se pueden anticipar, como la llegada inesperada de una tecnología transformadora o el colapso abrupto de un mercado. No siempre es cierto que los datos que tenemos ahora serán relevantes para el futuro.

Más allá de la incapacidad inherente de los modelos para dar cuenta de lo inexplicable, los modelos también reflejan los sesgos de sus creadores. Por eso son una promesa y un peligro; no son todo lo que parecen. Erica Thompson dice que la verdadera utilidad de los modelos es como una herramienta de exploración más que como un mecanismo para adivinar la verdad o predecir el futuro. “El proceso de generar un modelo cambia la forma en que pensamos sobre una situación; fortalece algunos conceptos y debilita otros”. La autora recuerda la máxima legendaria del presidente Eisenhower: “los planes son inútiles, pero la planificación es indispensable”.

En la “modelolandia”, los mundos hipotéticos que construimos para explorar el futuro, no tienen valor práctico hasta que sus análisis y predicciones se aplican en la vida real. La predicción puede convertirse en ficción, mientras que la rendición de cuentas se evapora, porque cuando las cosas salen mal, la culpa es de los expertos y sus modelos, y no de los políticos.

Más allá del modelo económico y la geografía, ¿podríamos llegar a construir una visión política, económica y cultural de la región de América del Norte?

TLCAN y T-MEC son el inicio de una nueva “idea de América del Norte”. Empezamos con la cooperación económica; pero nunca podrá ser como la Unión Europea y tampoco podrá extenderse a todo el continente. Todavía no es parte del estado de ánimo de la gente. Los estadounidenses ven, al sur, las amenazas de pobreza, migración, drogas, violencia y corrupción. Esas barreras a la integración son más poderosas que cualquier barda fronteriza.

América del Norte está compuesta por tres democracias, con una masa territorial envidiable, acceso a los océanos Atlántico y Pacífico, con una población de 500 millones de personas, independencia energética, producción compartida, casi 20% del comercio mundial, fronteras desmilitarizadas, recursos naturales ilimitados. Pero si los líderes de América del Norte no se deciden a subir la “idea de Norteamérica” al escenario, en la cumbre del lunes y martes, no lograrán que nuestra región reciba la atención que merece.

El mundo está en reacomodo: resurge la rivalidad entre las grandes potencias, sigue la agresión rusa en Ucrania y China se aleja de occidente. La amenaza de la pandemia y la afectación a las cadenas de suministro globales nos deben alentar a movernos de prisa hacia la “relocalización” (nearshoring) y el fortalecimiento de las capacidades de producción en nuestra región.

Al igual que ocurrió con la implementación de los tratados de libre comercio, estos realineamientos serán liderados por el sector privado. Pero los gobiernos pueden ayudar a crear el contexto adecuado. Las políticas públicas y las inversiones públicas deberían apoyar el estado de derecho, la seguridad energética, la competitividad económica, la seguridad física y la movilidad laboral.

Para lograr que la cumbre de AMLO-Biden-Trudeau sea más que una puesta en escena, o una oportunidad fotográfica de tres buenos amigos, los gobiernos podrían iniciar una serie de diálogos ministeriales eficaces sobre temas específicos, invitando a las empresas de Canadá, México y los Estados Unidos.

Los beneficios de la integración manufacturera, de la plataforma de producción regional y de las cadenas de suministro han crecido desde abajo, gracias al impulso del sector privado en los tres países. Las relaciones económicas se encuentran en el centro de las interacciones de América del Norte. Forjar un futuro continental debe aprovechar esta base. Pero no podemos distraer nuestra atención de otros temas importantes. Los problemas no comerciales pueden representar un riesgo sustancial y causar un daño significativo a la región: energía, elecciones, democracia, corrupción, narcóticos, derechos humanos y libertad de prensa.

Se requiere un marco institucional y un compromiso gubernamental. Los líderes de México, Estados Unidos y Canadá podrían aprovechar este momento de atención para recordar los beneficios de la integración regional, evaluar los méritos de la “idea de América del Norte” y subirla al escenario. Es una oportunidad para mostrar al mundo cuán importante es nuestra región.

América del Norte no es Europa. Debemos pensar en nuestra realidad, en lo que ya ha funcionado y en lo que podría funcionar aquí; así como en lo que no ha servido. Aunque el “modelo económico de América del Norte” ha sido resistente, y reconocido por el público, podría ahora dejar que la “idea de América del Norte” suba al escenario de la cumbre de los líderes.