Pocos temas han provocado tanta controversia a lo largo de los últimos años como el supuesto fraude de 2006. El lector recordará que en aquella elección Felipe Calderón derrotó a AMLO con un margen irrisorio de apenas unos 200 mil votos. Ello provocó la ira del tabasqueño y condujo a su decisión de cerrar durante semanas el Paseo de la Reforma con la colocación de carpas y tiendas de campaña. En el momento vimos a personajes como Marcelo Ebrard “hacerle el juego” al perdedor.
AMLO, en su rabia por haber perdido, y tras la decisión del Tribunal Electoral de conceder la constancia de mayoría a Calderón, el tabasqueño se hizo “proclamar” “presidente legítimo” en un bochornoso acto que tuvo lugar en el Zócalo de la Ciudad de México; acciones que podrían haber resultado en un rompimiento del orden constitucional.
Desde entonces, AMLO y sus simpatizantes no han dejado de abordar el tema del fraude como instrumento de ataque contra la oposición y contra las autoridades electorales. Bajo ese argumento, buscan incansablemente realizar una reforma electoral que podría conducir al inicio del fin de la democracia en México; una democracia en ciernes que ha sido construida mediante acuerdos políticos y con la consolidación de un orden legal que hoy aparece amenazado por el presidente y su partido.
Más allá del debate, y sin la voluntad de revivir el debate en torno a las elecciones de 2006, la realidad es una: al día de hoy NO existe evidencia confiable de que el Instituto Federal Electoral haya orquestado un fraude electoral contra AMLO, y tampoco, de que el presidente Vicente Fox haya sido cómplice en las acciones para despojar al tabasqueño de su supuesto triunfo.
Ahora, frente a la posible -y temida- reforma electoral, AMLO y los suyos han vuelto a recordar el episodio como medio para legitimar unos cambios que podrían conducir a la desaparición del INE y del Tribunal, o reducir sus competencias al mínimo, y con ello, sustituirlos por organismos “a modo” que no gocen de autonomía constitucional y que queden a merced de la voluntad política del presidente.
Como bien he señalado en otras columnas en este mismo espacio de SDPnoticias, AMLO se empecina en seguir al pie de la letra el texto del populismo autoritario. Primero, se alza con el poder mediante un ejercicio democrático, y luego, una vez cómodamente instalado como jefe del Estado, realiza acciones para desmantelar las instituciones que hicieron posible el triunfo.
En suma, la idea del fraude del 2006 continuará por los siglos de los siglos. Al día de hoy, ha resultado una buena estrategia para que AMLO convoque a sus huestes y se presente como el líder de la renovación moral de México. Los comicios del 2006 jamás serán olvidados. AMLO y sus simpatizantes se encargarán de que así sea.