El penoso caso de Santiago Nieto ha pintado de cuerpo entero a la autoproclamada Cuarta Transformación. Luego de su “escandalosa” boda en Guatemala, el presidente AMLO aceptó la renuncia del titular de la Unidad de Inteligencia Financiera de la Secretaría de Hacienda. Según se sabe, Nieto se desempeñó como un buen funcionario público comprometido con los objetivos de la Secretaría y del propio presidente en materia de detección de fraudes y evasión fiscal.

Algunos han especulado que el cese de Nieto derivó de su relación con Carla Humphrey, y por ello, por sus vínculos con la cúpula del Instituto Nacional Electoral: institución que carga sobre sus hombros con todo el peso de las descalificaciones y diatribas expresadas por los correligionarios de la 4T. Como siempre ocurre en política, todo queda abierto a las especulaciones.

El presidente, por su parte, aseguró el jueves por la mañana “que no se toleraría ninguna extravagancia” ¿En qué clase de gobierno se descalifica a un funcionario público por haber hecho uso legítimo de sus recursos para organizar una boda, o para destinar sus gastos personales a los fines que mejor le plazca? ¿Qué grado de ideologización puede sostener a un gobierno cuando un presidente dicta, según su conveniencia, lo que es moral y lo que no lo es?

El cese de Nieto se inscribe en la narrativa pública del presidente dirigida a descalificar a la clase media “aspiracionista” que busca salir adelante legítimamente mediante el esfuerzo de su trabajo o sus estudios. ¿Por qué lo hace? Sencillo. Pues a este grupo pertenece la gente educada que cuestiona sus malas decisiones, denuncia su populismo, le critica en sus columnas y, en resumen, se manifiesta abiertamente en contra de sus medidas que nada aportan al bienestar y a la unidad de la nación.

Insisto. La salida de Santiago Nieto de la UIF pone de manifiesto que AMLO es un político consumido por una ideologización a ultranza que aparta su atención de los verdaderos problemas del país. AMLO no cree en la evidencia, desdeña los consensos, resta importancia a las relaciones internacionales y daña su propia investidura como jefe del Estado mexicano.

Ese es, a mi juicio, el principal problema de AMLO: está secuestrado por una cortedad de miras que le hace cometer decisiones que atentan contra los intereses de su país - y aún- contra el funcionamiento de su propio gobierno.