Marcelo Ebrard es un hombre preparado y conoce bien su trabajo. Como egresado de la licenciatura de Relaciones Internacionales del Colegio de México y con una especialidad en la prestigiosa Escuela de Administración Pública francesa, el canciller cuenta con las credenciales económicas para desempeñarse como un digno secretario de Relaciones Exteriores de un país de la talla de México.
Ebrard debe conocer perfectamente donde se hallan las prioridades internacionales de nuestro país. Sin duda sabe que los Estados Unidos son el primer socio comercial y que las relaciones con Washington son fun-da-men-ta-les para el interés nacional, tanto en materia comercial como de seguridad. También debe tener bien claro -y compartir- la idea de que México, por su talla y peso, está llamado a cumplir un papel relevante en el concierto de las naciones, y desde luego, en la región latinoamericana.
El canciller también debe tener muy claro que la defensa pública de regímenes autoritarios de América Latina en foros internacionales contraviene las prioridades de nuestro país. En esta tesitura, dudo enormemente que Ebrard considere que la amistad del gobierno mexicano con los regímenes de Nicaragua, Cuba y Venezuela impere sobre la primacía de enriquecer las relaciones diplomáticas del país con América del Norte y con el resto de los países del continente.
Sin embargo, allí está Ebrard, abiertamente defendiendo los regímenes dictatoriales de América Latina. Tras su participación en la Cumbre de la Américas con la representación del presidente AMLO, el jefe de la diplomacia mexicana compartió ufano su intervención en el foro, en el cual aseveró que “es un error excluir de esta Cumbre a países miembros de nuestro continente… allí están Cuba, Nicaragua y Venezuela…México podría yo decir que nos faltó Baja California y Yucatán… consideremos que es un gran error y que nadie tiene derecho a excluir a otro…no aceptamos el principio de intervención…”
Ha quedado claro, pues, que detrás del principio de no intervención (el cual ha sido violado reiteradamente por el Estado mexicano) Ebrard está dispuesto a defender a regímenes criminales que han socavado sus democracias, que repudian a sus pueblos y que los han condenado a catástrofes económicas y humanitarias.
Como es evidente, Marcelo Ebrard actúa bajo la égida de AMLO. Como leal seguidor del líder de Morena, y en búsqueda de su espaldarazo en 2024, Ebrard está dispuesto a comprometer su prestigio personal. Así lo ha hecho diariamente desde su despacho en Plaza Juárez.
AMLO se habrá marchado hacia finales de 2024 y un nuevo presidente le habrá sucedido.
La incógnita es… bajo una hipotética presidencia de Marcelo Ebrard, y una vez libre de la perniciosa influencia de AMLO… ¿reencauzará México sus relaciones internacionales? ¿Volverá nuestro país a colocarse del lado correcto de la historia? ¿Se sacudirá Ebrard los principios trasnochados de la autoproclamada 4T? ¿Será nuestro país nuevamente un miembro orgulloso del G20? Al tiempo.