En un mundo que ha diseñado espacios de exclusión a las mujeres que no encajan dentro del estereotipo de objeto sexualizado y consumible, Rihanna se atrevió a bailar y cantar embarazada y cubierta. Se alzó por los cielos y el americano quedó en último plano: Si es que es el segundo hijo, si es que debió cantar acompañada, si su cuerpo no era el esperado, si Rihanna ganó el Super Bowl, si ella perdió… la incomodidad en las audiencias fue notoria.

Nos hemos habituado a ver en los espectáculos musicales a mujeres con el vientre plano y los cabellos sueltos que a ello le hemos llamado sensualidad, como si una mujer con vientre crecido no sintiera tanto (o hasta más) que las demás; la hipocresía de la inmaculada maternidad le ha arrebatado a las mujeres su naturaleza creativa y seductora como si el baile de una mujer embarazada no pudiera ser hipnotizante, espectacular y atractivo.

Rihanna bailó, su cuerpo vibraba mientras algunos fanáticos se negaban a reconocer cómo atractivo al batallón de bailarinas y bailarines contoneando hacia arriba y abajo las caderas. Pero no parece que el problema haya sido la cadencia del baile, sino la incomodidad de ver en el estrellato a la mujer embarazada.

En pleno 2023, el escándalo fue que una mujer con barriga no estuviese en casa, recostada y quieta esperando la llegada del bebé. La hipocresía quedó manifiesta en un país como Estados Unidos en el que la ultra derecha conservadora promueve los embarazos a término y sataniza los abortos mientras los aficionados del americano se horrorizan porque la barriga fuera la protagonista del show.

No es casualidad. Los centros nocturnos, restaurantes, plazas comerciales, televisión, concursos de baile así como la cultura de entretenimiento se ha encargado de excluir a las mujeres embarazadas de sus espacios. Es tan marcada la línea discriminatoria, que los sitios con la etiqueta de “infantiles” son los que asignan como lugar natural para las madres, aunque sus hijos aún no hayan nacido. Aquellos y sus casas, por supuesto, pues en el ideario patriarcal, las madres con hijos “tienen que estar en el espacio doméstico”.

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Ni los restaurantes tienen lactarios, ni los antros tienen espacios adaptados, ni la industria del entretenimiento ha normalizado que las mujeres embarazadas siguen teniendo vida, que son atractivas y que si quieren, pueden ser también sensuales aunque cubran su cuerpo de la muñeca al tobillo. O que pueden cantar y ser extraordinarias intérpretes sin necesidad de parecer “sexys” ante el ojo que consume un show.

Prácticamente, las mujeres en el arte de baile o música pausan sus carreras para la maternidad y aquello es bien visto. Eso explica que tan solo el cuerpo hegemónico de la delgadez pueda ser sexualizado por una industria que se basa en el consumo de las mujeres mientras que la maternidad sea criticada, despreciada, rechazada y hasta tildada de “aburrida”.

El famoso Síndrome de la Madonna-Puttana bien lo explica: El cerebro masculino va clasificando a las mujeres en la categoría de “madres” o en la de “putas”. Aquellos miran a las mujeres solteras, jóvenes y delgadas dentro de la segunda categoría, y ello les indica disponibilidad y atracción. En esa “caja” (machista, por supuesto) suelen estar sus parejas hasta aquella que se convierta en su esposa y madre, a la cual, castran simbólicamente y dejan de mirarla como sujeto desecante y de deseo.

La mujer que es novia y luego esposa o madre se equipara a la propia madre. Para el hombre con corte patriarcal, automáticamente en el inconsciente se vuelve “indeseable”. Respetadas pero indeseables. Y ahí la hipócrita paradoja de una sociedad construida desde la mirada masculina que sexualiza los cuerpos con desnudos mientras encajen en lo que se entiende como “juvenil”, “delgado”, “curvilíneo”, “sensual”, “deseable” al tiempo que rechaza los cuerpos de las mujeres que son abultados, embarazados, gordos, mayores de 40 o lo que consideran “indeseables”, como si ellas no tuvieran el mismo derecho a lucir en los intermedios de grandes eventos tan solo por ser parte de los “cuerpos diversos”.

Así que si el lector fue parte de los que no disfrutaron el show de medio tiempo, los que piensan que fue incómoda la participación porque Rihanna estaba demasiado cubierta, porque su cuerpo se veía gordo, porque su barriga estaba inflada o por cualquier otro pretexto, permítame decirle que el problema no fue el medio tiempo sino su machismo y desprecio a la maternidad encubierto.