El tema de la sucesión en el poder del Estado cuyo jefe es el presidente de la República, es decir, por tanto, factor de mayor influencia en la sucesión presidencial, es un proceso que ha sido históricamente en México de una inmensa importancia, factor de rebeliones populares y todo tipo de luchas abiertas y palaciegas, de traiciones, crímenes y componendas, y aunque en mucho menor medida, también de intentos de apertura y manejo con reglas más aproximadas a una sucesión pacífica que pueda tomar en cuenta la voluntad popular. Por ello, de su exitoso manejo depende el futuro inmediato y de mediano plazo de la vida pública en nuestro país en términos de desarrollo estable.

Ello tiene que ver sustantivamente con la forma institucional, de organización, de praxis política del propio poder en México y del ejercicio del mismo por el gran poder que ha sido en México tradicionalmente el presidente de la República (con los matices importantes del periodo liberal y la Constitución de 1857) que acotaron en buena medida el propio poder presidencial.

Quizá la más recordada contemporáneamente es aquella que consignó en su libro el Apóstol de la Democracia Francisco Indalecio Madero cuyo radicalismo burgués lo condujo a plantear los términos correctamente: Porfirio Díaz no permitiría sucesión o relevo alguno, iba a volver a reelegirse y ya no había otro camino para impedirlo que el de las armas, de cuyo llamado se gestó y desarrolló la gran rebelión campesina y democrática de 1910-40.

El régimen político de allí surgido (no el sistema político constitucional estructurado y expresado en la Constitución de 1917) tuvo cinco grandes espacios de ejercicio de poder por parte del eje y vértice del mismo en México, el presidente de la República: I) se configuró un partido de Estado que unificó las distintas facciones armadas y las élites económicas y políticas, en torno a la institución presidencial lo que centralizó, personificó y personalizó el poder del Estado y de la República; II) el presidente de la República pasó a ser el jefe de facto de todas las facciones, sectores y grupos políticos, de la misma manera que lo era del poder ejecutivo federal, como responsable de la administración pública federal y Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas: III) la estructura del partido de Estado siguió la pauta de los partidos fascistas europeos, se conformó de acuerdo a sectores sociales y gremiales organizados e integrados como tales al partido. No fue un partido de ciudadanos, particularmente la burocracia sindical y campesina, luego la popular, pasaron a formar parte de las estructuras de poder del partido de Estado cuyo jefe era el presidente de la República; IV) las fuerzas armadas formaron parte del poder presidencial no sólo por la disposición constitucional, sino que fueron las garantes del funcionamiento y preservación del régimen político, con todos los aditamentos descritos; V) se instituyó un subsistema de partidos políticos, que simulaban una competencia por el poder que jamás existió, porque ella era absolutamente inviable.

De todo este inmenso y poderoso sistema de poder organizado y en funcionamiento se derivó una facultad no escrita, no mencionada, no reconocida no sancionada legalmente que sólo tuvo vigencia en las monarquías absolutistas, que fue la de que el presidente en funciones elegía a su sucesor y una vez tomada esta decisión, se echaba a andar todo el sistema de poder organizado para convalidar la decisión misma, efectuar pactos políticos regionales, específicos, generar el liderazgo nacional absoluto del próximo presidente, en fin.

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Este fue el secreto (en términos religiosos “el misterio”) de la estabilidad autoritaria mexicana y prolongada. Nadie disputaba nada, y quienes desde fuera del régimen de presidencialismo despótico lo intentaba, le esperaba a represión, la cárcel, el destierro o la cooptación de su actitud o acción de disenso con un cargo público. Mario Vargas Llosa en una alocución destacada lo llamó “la dictadura perfecta”.

En el contexto de esta estructura de poder omni-abarcante la sucesión presidencial se procesó durante muchas décadas sin evento traumático alguno, era perfecta y sin fallos. Es toda una tipología de sucesión en el poder dentro de un partido de Estado, como sucedía en los sistemas de poder del socialismo real, cuya figura central era el Secretario General con el ejército y el Partido Comunista como aparato de poder en todo el Estado, más otras estructuras políticas adyacentes.

Entonces, lo que hacen algunos analistas, politólogos e historiadores de medios televisivos -sobre todo- de comparar el proceso de sucesión actual con el proceso desarrollado por el presidencialismo despótico y partido de Estado corporativo, es absurdo, a-histórico, y por lo tanto falsificador de una realidad que no tiene nada que ver con lo antes descrito.

Es un puro y vil afán descalificador. Denigran sus roles académicos en pro del ataque político y la descalificación. “Yo no creo que López Obrador se vaya a mantener al margen de la decisión final” dice Leo Zuckerman. Caray que análisis más sesudo con evidencias digno de un doctorado en el extranjero.

El poder actual es producto de una lucha prolongada por el liderazgo de un movimiento anti-oligárquico, anti-liberal y en contra de la corrupción de Estado, en favor de fundar una nueva República, que implicaría refundar el Estado con una nueva constitución. Esto pudo ser un propósito claro al triunfo y al principio del actual gobierno. Hoy es absolutamente inviable.

En la tradición del marxismo italiano y la teoría política europea, existe el concepto de “Revolución Pasiva” para identificar y caracterizar estos procesos que arrancan desde el poder y se mantiene la conducción de ellos y de otros cambios en el liderazgo principal desde el poder, otorgando al movimiento popular un estatus subalterno. No es el motor de los cambios, de sus propias necesidades. Estas son interpretadas y accionadas por el líder del movimiento.

De tal forma que hoy no existe propiamente un “partido en el poder”, ni tampoco “un intelectual colectivo”, menos una “ideología de clase” ni nada que se le parezca, sino un movimiento nacional que ganó una parte del poder, el poder ejecutivo, y se ha posicionado en 23 gubernaturas y con una mayoría legislativa como fuerza predominante, lo cual le otorga capacidad para hacer y no hacer, desde la presidencia de la República -institución en posesión del liderazgo absoluto del movimiento transformador en el poder ejecutivo- para gestar y desarrollar un proceso de sucesión presidencial, ante la expectativa sólida de volver a ganar la elección presidencial de 2024.

El presidente AMLO y Morena han dotado a dicho proceso en el que participan 4 aspirantes del movimiento transformador y dos aliados, de normas y reglas para dicho proceso. Recursos de distinto tipo reglamentados en su uso. Y este se ha echado a andar para encontrar a quien suceda al líder actual, que integró, organizó y condujo este movimiento socio-político e ideológico hasta el poder presidencial. La participación popular en el proceso se dará mediante la realización de encuestas. Esto es lo que hay en sentido estricto. Por cierto un proceso transformador sin ideólogos, sin teóricos, más que el propio presidente AMLO.

¿Quién podría decir que es un proceso ideal o perfecto? Nadie. Es un proceso que convoca a la unidad, al control de sus variables y a la continuidad del ideario transformador. Es lo que el poder actual, el movimiento heterogéneo en el poder y el líder absoluto del mismo, pueden ofrecer, sinceramente considero que otra cosa sería un despropósito porque no habría las condiciones estructurales en esta fuerza hoy mayoritaria para llevarlo a cabo con estabilidad y control. No le puedes pedir lo que esta fuerza política hoy no puede dar a los ciudadanos y a sus simpatizantes. Criticarlo es una crítica sobre lo que hoy no puede dar ni nunca se comprometió a dar la fuerza política hoy en el poder. Pides lo que nadie te ha ofrecido, la política se hace en el mundo de la realidad social no de las ideas en abstracto.

¿Santiago Creel, Jorge de Hoyos o Lily Téllez ofrecerían algo mejor?. Por favor.

Basta ver la situación de la “alianza opositora” en ruinas, en desgracia y sumida en la esterilidad intelectual y el desprestigio social y político, para saber la respuesta a nuestra pregunta anterior. Es No.. Los analistas con fobia al presidente AMLO son bizarros no tienen decoro para sustentar sus maestrías y doctorados. Qué lástima.