Sin duda, un personaje ya histórico como Andrés Manuel López Obrador dejará un vacío muy difícil de llenar.
Una figura tan dominante en la vida política del país difícilmente será sustituido en el cercano plazo, tanto por la mediocridad de sus opositores y la juventud de quienes a futuro podrían intentar hacer un trabajo igual de bueno, o mejor.
No ha pasado ni siquiera una semana del cambio de gobierno, pero mi sensación es la de que ha pasado una eternidad. La sensación de nostalgia es innegable y estoy seguro que no soy la única persona que la percibe en México.
Aún así, ante la sobriedad en la actitud de la nueva presidenta Claudia Sheinbaum, los odiadores de AMLO siguen obsesionados con él, al grado de seguir hablando pestes y culpándolo de todo tanto o más que a la mandataria.
¿Qué harán ahora las personas que monetizaron durante décadas su amlofobia en medios tradicionales y en las benditas redes sociales?
Se les nota perdidos, heridos, cada vez más agresivos cuando deberían estar más tranquilos ya que lograron que se fuera su némesis “López”. Pero no, no pueden superarlo, y al parecer no lo harán.
Una larga sombra se cierne sobre propios y extraños, seguidores y odiadores.
Es la larga sombra de AMLO.