Marzo 13, 2022

“¡Ahí viene, es él, es él, es el presidente!”, se levantó un rumor entre los pasajeros del vuelo de Aeroméxico, Villahermosa a Ciudad de México, del domingo 13 de marzo pasado. De espaldas al frente del avión, pues al querer colocar mi mochila la sobrecargo me pidió esperar, vi pasar rápidamente a un grupo de 3 o 4 personas. Reconocí una chamarra negra que culminaba en una cabellera totalmente blanca; hacía fresco inusual, por la lluvia. Sí, era el presidente. Tomó asiento 4 o 5 filas detrás de la mía.

Mucho antes, en la primera semana de agosto de 2006, prolongaba y expandía yo el agudo final de la canción “Villahermosa”, de Manuel Pérez Merino, que resonaba en la gran Plaza de la República, cuando subió al estrado la soprano Regina Orozco –cercana a Jesusa Rodríguez- con su sonrisota característica, “dice Andrés Manuel que están cantando bonito”. Nos agradó el mensaje a la soprano Victoria Zúñiga, al pianista Héctor Cruz y a mí, quienes hacíamos el primer concierto de corte clásico/operístico inaugurando este tipo de música en el plantón del Zócalo contra el fraude de 2006. Días después lo replicaron otros grupos de cantantes que diversificaron el apoyo a la causa hasta culminar en el concierto en el Monumento a la Revolución el 21 de agosto; yo cantaría un total de 8 presentaciones; 3 en el Zócalo, 3 en el Hemiciclo a Juárez, 1 en ex Glorieta a Colón y el magno final. (Jaime Avilés da cuenta del momento en el texto “Surgen coro de pejeviejitos antitanquetas y el ‘monumento a la revolución pacífica’”.)

El 21 de agosto de 2006 cantamos un grupo de solistas, incluida Orozco, acompañados por Isaac Bañuelos; la obra coral la dirigió Eduardo García Barrios.

Aquí, “Villahermosa”, de Manuel Pérez Merino:

Ese primer concierto en la plancha del Zócalo fue la ocasión en que, físicamente, más cerca llegué a estar del hoy presidente López Obrador; pensando en retrospectiva, quizá me habría gustado saludarlo y conocerlo personalmente en ese momento. Esto no sucedió sino apenas el pasado domingo 13 de marzo, casi 16 años después.

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Y puede decirse que uno ha estado cerca del luchador social y político por años, desde antes del fraude de 2006. Durante el desafuero, en sus marchas a Ciudad de México por los fraudes en Tabasco, en la convocatoria a la lucha por la defensa del Petróleo como recurso estratégico de los mexicanos, la elección de 2000 en la ciudad, en 2012; atendiendo a los mítines, escuchando los discursos diarios del plantón ya sea de manera presencial o vía la trasmisión de Gutiérrez Vivó mientras se caminaba por Juárez y Reforma. Una interacción, una comunicación, un entendimiento tácito que se establece en la causa, en los temas, el proyecto de nación. En el empeño que uno ha puesto en contribuir a la clarificación de la realidad que los decenios de neoliberalismo quisieron maquillar como exitosa cuando la mayoría del país se caía en pedazos. Durante todo ese tiempo y esas circunstancias, se acumula una serie de pensamientos que, excepto por medio del periodismo o las redes sociales, no se manifiesta. Tener la oportunidad de hablar cara a cara con el presidente -¡en un vuelo comercial!, porque ha renunciado al avión presidencial- es una suerte de liberación de ese cúmulo de cosas por decir y compartir. Y así me sucedió durante el vuelo referido, una liberación expresada en palabras no sólo pensamientos, escritura, marchas, redes…

Regina Orozco canta “No”, de Armando Manzanero:

El viaje y el vuelo

Viajé en diciembre de 2021 a Tabasco para cantar tres conciertos, después de casi dos años de aislamiento; no tenía pensado volver pronto. No obstante, los aniversarios 80 y 82 de madre y padre me hicieron volar de nuevo. Inadvertidamente, el primer viaje coincidió con la reunión del presidente con todos los gobernadores de los Estados en Villahermosa. El segundo, con una gira presidencial de supervisión por Chiapas y Tabasco. En el viaje de retorno de este último, coincidí con el presidente de la República. Como en los otros vuelos recientes, he comprado el mismo asiento de pasillo tras pasar la clase premier. Y así, he esperado a ser de los últimos en abordar; no tiene sentido atropellarse.

Así lo hice el domingo 13. Pero esta vez, una agente de seguridad me pidió revisar mi equipaje de mano, pasar por el detector, “¿otra vez?, pregunté, ¿qué pudo haber escapado a la primera revisión al entrar?”; “permítame tomarle foto a su boleto”, dijo el guardia. Me pareció de lo más extraño, “usted no se preocupe, todo está bien”. Ingresé al fin para ver que una persona ocupaba mi asiento, el cual naturalmente solicité, un aparente profesor junto a una alumna que entre las piernas llevaba un folder que decía en letras grandes y coloridas, “Tesis”. Como sea, ambos acabaron juntos del otro lado y yo acompañado de una robusta señora. En ese pequeño intercambio estaba, de pie y de espalda al frente del avión cuando se levantó el rumor: “¡ahí viene, ya viene!”, cruzaron a paso rápido las personas rebasando mi sitio, “¡es el presidente!, sí es él”. “Este será un viaje de alta seguridad entonces”, escuché decir al aparente profesor a la aparente alumna.

Los pasajeros tomaron lugar, yo ubiqué al fin mi mochila auxiliado por la amable sobrecargo, me senté y tomamos vuelo. Desde ese momento inicié un cuestionamiento y un razonamiento interno para decidir qué hacer, ir a saludar o no al presidente; ¿valdría la pena, tendría el valor, era algo lógico y necesario para mí; no me desilusionaría su reacción?

Quería encontrar un centro, y no era otro sino el de mi historia personal en relación al hombre y su causa; cómo explicármela con plenitud de sentido. Alguien orgulloso de jamás haber votado por el PRI-AN, siempre por la izquierda electoral, de haber participado, recién llegado a la UNAM, contra las reformas de Jorge Carpizo y desde entonces siempre estar del lado de las causas justas. No quería ser inoportuno, zalamero, imprudente, pero tampoco indolente, inconsecuente.

Otra pieza cantada con éxito en los conciertos de 2006; romanza “No puede ser”, de la zarzuela La tabernera del puerto, de Pablo Sorozábal:

Dormité durante el despegué, aun con la “lucha” interior, más bien el monólogo. Era un asunto que iba entre el valor, la consecuencia, el deber, la ética. Demasiado rollo. A la media hora pedí una cerveza y un tequila, pa’ agarrar valor; en realidad, tenía ganas de esos tragos. Alguien se levantó al baño mientras junto a mí, mediando el pasillo, el profesor presumía fotografías de viaje a la discípula, “a que no adivinas dónde compré esta camisa, ¿en Tepito o Lagunilla, frío o caliente?; ¿En Cancún, Acapulco o Medellín, frío o caliente?”; y la estudiante adivinaba entre carcajadas. Me paré al sanitario pensando que de vuelta tal vez me animara a acercarme al presidente; al menos vería el panorama. Pero regresé y tomé asiento, López Obrador miraba sereno a través de la ventana; no me decidí.

Libertad y saludo a cuatro manos

Recordé una frase de López Obrador, “la libertad no se implora, se conquista”. Ahí estuvo la clave, era una cuestión de libertad, la de acercarme, saludar y hablar a quien, independientemente de mi profesión como cantante o mi ejercicio periodístico, siempre he apoyado, con quien junto a millones logramos el cambio en julio de 2018; cambio que él personifica. Cualquiera de esos millones sentiría el impulso de saludarlo. No obstante, el vuelo era silencioso, nadie se acercó al presidente; sólo el profesor y la alumna echaban alguna risotada por ahí.

Entonces lo decidí, me levanté, caminé firme. El presidente continuaba mirando por la ventanilla. No reparé en quienes le acompañaban, ni siquiera en quien iba a su lado (alguien de bigote, según dejó ver su cubreboca bajo la nariz).

“Presidente, vengo a conquistar la libertad de saludarle”, dije inclinándome un poco hacia su asiento. Me miró de inmediato a los ojos.

¿Por qué si otros que habían hecho poco o nada en la lucha por el cambio -ya sea en su gobierno o los reporteros de las conferencias matutinas- interactuaban con él, no podría hacerlo yo? Debía dejar de lado el prurito del “periodista objetivo”, porque aunque he ejercido el periodismo (político y cultural) propiamente no soy periodista. Y por otro lado, parafraseando a Antonio Helguera, el monero, ¡si había votado por este presidente y por este gobierno hasta en tres ocasiones!, ¡si siempre he apoyado a López Obrador y con el ánimo de todos llegó él y el proyecto al gobierno!, si estoy contento con los programas sociales, la extraordinaria obra pública, el combate frontal a la corrupción y la impunidad, ¿por qué no habría de hablarle? Era un contrasentido no aprovechar la ocasión, acaso única.

“Presidente, vengo a conquistar la libertad de saludarle. Soy Héctor Palacio. Colaboro en SDPnoticias con Federico Arreola desde 2010, pero ya desde el desafuero y el fraude de 2006 he apoyado la causa. Incluso antes, en 1988 recuerdo haber leído a Enrique Krauze en Proceso decir, ‘hay un joven político de izquierda prometedor, López Obrador’ (quién diría lo que pasaría después con él), además, yo también soy egresado de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales. En 2006 canté en el Zócalo, durante el plantón, porque soy cantante de ópera también (en ese momento, AMLO aguzó la mirada manifestándose en la compresión del ceño; atendiendo tal vez alguna referencia). Mire, estoy nervioso –dije agitando ambas manos al aire- pero quería saludarle porque he acompañado su causa, la de millones. Incluso he desarrollado una perspectiva de apoyo crítico y crítico apoyo para seguir adelante con el cambio. Quise decirle esto”.

No lo dejé hablar, de inmediato le ofrecí la mano franca, él la tomó con mucho vigor, igualmente agité la mía, con su mano izquierda abrazó mi mano derecha e igualmente hice yo, cubrí su mano derecha, la del saludo formal, con mi izquierda. Saludo a cuatro manos, agitamos con la energía de los cuatro brazos (no sé si tenga un nombre este saludo especial). Mirando con firmeza enfático me dijo, “¡mucho gusto, paisano!”. Momento de verdad franco, cálido, fraternal y a final de cuentas, conmovedor.

“El próximo domingo publicaré en SDP que viajé con el presidente”, dije para finalizar; nos reímos y me fui a mi asiento.

Me estaría reprochando en este momento si no hubiera saludado a Andrés Manuel López Obrador, presidente de México, al líder junto al cual hemos luchado durante lustros y aun decenios para procurar en nuestro país la democracia, la justicia, la igualdad de oportunidades, una vida mejor en paz y tranquilidad.

Sentí liberación después del saludo. Creo que millones de mexicanos desearían hacerlo y yo tuve la fortuna. Esa noche del domingo 13 coloqué un tuit comunicando la experiencia durante el vuelo, obtuvo una extraordinaria reacción y su significado es, me parece, el de la identidad, la correspondencia del pueblo con su presidente.

Dejando de lado mi propia experiencia, esta sirve para confirmar que el presidente de México, López Obrador, más allá de su posición de privilegio, es un ser humano sensible. Conoce su condición humana, no sobrepone su poder en la interacción con la gente, con el pueblo. No guaruras, no Estado Mayor Presidencial. Libertad absoluta para un saludo.

“¿Y te tomaste foto? ¿Le pediste algo? ¿Por qué no le pediste nada para ti?, qué desperdicio de oportunidad”, me dijeron varios. No se trataba de eso, qué importa una fotografía o pedir algo (trabajar con él, supongo), lo que importaba era el momento, la sinceridad, el encuentro, la expresión de decenios de razón y emoción, la franqueza de saludar con afecto y aun con admiración (incluso con las diferencias que pueda uno tener en algunos temas) a un hombre ejemplar.

Tras el aterrizaje, una canción como despedida, cantada también en el Zócalo y otros sitios del Plantón de Reforma en 2006; “Dime que sí”, de Alfonso Esparza Oteo:

Héctor Palacio @NietzscheAristo