Esta columna podría llamarse también “La respuesta sistémica al problema de la violencia y la irreparable capacidad de la humanidad para conmoverse y no actuar”, pero decidí abreviar el título en atención a mi diminuta pero fiel audiencia.

Lo recuerdo. Era adolescente cuando vi en la televisión pequeños estallidos verde, CNN transmitía la invasión a Irak en vivo. Esos racimos luminosos eran explosiones provocadas por misiles, las casas destruidas, la historia aniquilada, los rostros desencajados de las mujeres gritando y llorando cubiertas de polvo, los cadáveres extendidos… la barbarie.

Un profesor nos invitó a protestar y lo hicimos. Quizá, pensaba, si todas las personas hablen en contra de la guerra, se detendrá. Lo que no sabía es que se requieren unas cuantas voces para cambiar las cosas y millones de voces en silencio para permitir que esas cuantas voces vuelvan sus deseos egoístas en palabras y sus palabras en órdenes y sus órdenes en muerte. Parece que esa resignación es la misma que afecta a las personas cuando se trata de Oriente Medio. La Tierra Santa es ahora la Región Maldita, entre internacionalistas y diplomáticos parece que el asunto está perdido, parece que el mundo existe sin esa región y sin Haití, que todo es más importante que mirar hacia el dolor de un conflicto que podría resolverse con decisiones políticamente difíciles y que nadie tiene el valor ni la capacidad financiera para resolver. En cambio, preferimos conmovernos, indignarnos y no actuar.

La crueldad de la realpolitik mediática se asoma cuando el dolor se vuelve producto. Los medios de comunicación lo venden sin importar las implicaciones éticas. No tienen empacho en llamar a unos terroristas y a otros dictadores. ¿Quién dejó en manos de unas cuantas corporaciones el sentir popular? ¿Dónde está el Estado de Derecho para las aberrantes calificaciones que los medios masivos deciden imponer inspirados por los niveles de la bosa de valores? ¿Por qué la sangre derramada, algo que debería igualarnos, no genera la misma indignación cuando se trata de ciudadanía de cierta clase o de cierto grupo? ¿Por qué la sangre pobre no importa?

Navego en las redes sociales como quien se mueve entre cuerpos descompuestos: opiniones violentas, opiniones radicales, insultos, conflicto, intolerancia, observaciones objetivas, llamados a la paz, llamados a más guerras. Es nauseabunda la horda de ocurrentes de la destrucción, amantes de lo pasajero. Ayer quemaban libros de texto, hoy critican la neutralidad de nuestro gobierno respecto a un conflicto en el que no tenemos injerencia, mañana dirán que Milei es un mesías latinoamericano.

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Consumir información sin sustento ni respaldo, obedeciendo a la nueva voz de la conciencia inmóvil: el algoritmo, nos lleva a dejar de entender. La crítica se anula y es reemplazada por la repetición de fragmentos (cuidadosamente seleccionados) de información. Cuidado: Las guerras, dijo Assange en 2011, fueron resultado de las mentiras de los medios de comunicación.

Fernando Irineo: @Teotihuachango