Refutaciones Políticas
Todo barco tiene un capitán, toda orquesta un director, todo ejército un general, toda nación un estadista. El poder ejecutivo no es un empleado de gobierno, ni un burócrata contratado por la soberanía; es el mando natural de una república, la autoridad suprema e indivisible dentro del Estado diría Jean Bodin.
Para hacer efectiva su identidad, el poder ejecutivo requiere de un poder indivisible y centralizado, capaz de proponer las leyes que regirán a la república, ejerciendo el poder político que le es inherente a su responsabilidad de mandar, gobernar y administrar los negocios de la cosa pública. Debe garantizar la paz y la protección de las personas que constituyen a la nación y someterse al imperio de la Constitución y las leyes que de ella emanan: en una república el poder ejecutivo es una, o un princeps republicano.
Maurice Duverger desarrolló el concepto de “monarquía republicana” para describir con crudeza el carácter material y formal de ejercer el poder en muchas de las democracias del siglo XX. El concepto refiere al sistema de gobierno donde el poder ejecutivo acumula un poder o liderazgo constitucional hegemónico en el marco de la cosa pública, la república.
Así, aunque la soberanía declara a la república como la forma de gobierno en un Estado unitario, federal o confederado con separación de poderes y elecciones y no una monarquía en estricto sentido, el poder ejecutivo asume desde la Constitución, las leyes y el sistema de partidos un papel pragmático-simbólico y dominante sobre los demás poderes: una autoridad comparable al del princeps romano creado por Octavio.
El término se popularizó al analizar el sistema político de la Quinta República Francesa, instaurado por Charles de Gaulle en 1958. Bajo esta estructura, el presidente francés adquirió un rol muy fuerte y centralizado, con un poder considerable sobre el parlamento y el gobierno, lo que rompía con la tradición de los regímenes parlamentarios anteriores en Francia. La esencia de una monarquía republicana es el poder ejecutivo fuerte, personalista, con un fuerte liderazgo político y reconocimiento democrático, el estadista que es capaz de generar racionalidad y estabilidad política.
Las claves de la monarquía republicana son: la concentración de poder donde el ejecutivo tiene la autoridad de tomar decisiones importantes sobre la política exterior, la defensa y la administración general del Estado; la representación simbólica y jurídica del Estado con intervención activa en la política cotidiana, especialmente en momentos de crisis; la elección directa que le confiere una legitimidad democrática frente a los poderes legislativo y judicial; y la estabilidad política al limitar la acción de los poderes formales o fácticos.
Charles de Gaulle que en los tiempos modernos impulsó al ejecutivo fuerte, un presidente con poder directo, tenía claro lo fundamental de esta figura política para asegurar la estabilidad y el liderazgo de una nación: la gobernabilidad y efectividad en beneficio de los gobernados.