Un fantasma recorre las democracias occidentales en crisis: el regreso del conservadurismo.
Desde una perspectiva pluralista, la democracia política está asociada con la democracia económica, social y cultural, así como con los correspondientes derechos políticos, económicos, sociales y culturales que la justifican.
Dado que estos derechos están interrelacionados, su desbalance afecta a unas u otras órbitas en las que se desenvuelve la democracia.
En varios países, alguna versión de esos desequilibrios está abriendo espacio a que en los meses y años próximos más opciones conservadoras de gobierno accedan al poder.
El caso más visible es el de los Estados Unidos, en donde un triunfo de Donald Trump equivaldría a favorecer una agenda contraria a las minorías y los derechos sociales y culturales, sobre todo de la gente más desfavorecida y la población migrante.
En Canadá, las riesgosas apuestas en materia migratoria, impulsadas por el Primer Ministro, Justine Trudeau, quien ya cumple diez años en el gobierno, tienen 20 puntos arriba en las preferencias tempranas, rumbo a la cita comicial de junio de 2025, al líder del partido conservador, Pierre Poilievre.
En España, el desgaste del segundo cuatrienio del PSOE y sus aliados, en particular SUMAR, así como diversos escándalos de algunos de sus liderazgos está comenzando a perfilar una alternancia con el PP hacia 2026, o antes si la gobernabilidad se deshilacha.
Conviene tener presente que en Italia, Portugal, República Checa, Países Bajos, Finlandia, Croacia o Austria, los comicios más recientes fueron ganados por opciones de derecha o extrema derecha, incluso.
En la región latinoamericana, una tendencia parecida se observa en varios contextos.
Por una parte, nótese que gobiernos de derecha están en funciones en la Argentina de Millei, Ecuador de Noboa, Perú de Boluarte (aunque formalmente parezca de izquierda), Paraguay de Peña, Uruguay de Lacalle, Costa Rica de Chaves, Panamá con Mulino y El Salvador de Bukele.
No obstante que Guatemala (Arévalo), Honduras (Castro), República Dominicana (Abinader), Colombia (Petro), Bolivia (Arce), Brasil (Lula), Chile (Boric) o Venezuela (Maduro) son dirigidos por gobiernos de izquierda, también concurren circunstancias y factores que inyectan energía a las fuerzas conservadoras,que pugnan por acceder o regresar al poder. Ilustrativamente, véanse los recientes comicios municipales en Brasil y Chile que muestran esa tendencia.
Por la otra, en el caso mexicano una mayor radicalidad de las reformas jurídicas e institucionales de los gobiernos promotores de la Cuarta Transformación irá formando una contra ola opositora que la derecha partidaria, empresarial y social intentará aprovechar en las elecciones intermedias de 2027, la consulta revocatoria de 2028 y las presidenciales de 2030 para posicionarse y retomar lo que comenzaron a extraviar desde antes de 2018.
El reto de Morena y aliados consiste en mantener la unidad, coordinación y eficacia en su estrategia, políticas y acciones.
Gozan de la ventaja que conlleva el dominio de amplios y clave espacios de poder, a la vez que encaran la desventaja envuelta en la fluidez de los eventos y recursos escasos, ya sea tiempo o finsnciamiento.
En particular, el problema mayor del gobierno es la complejidad diferenciada y, digamos, azarosamente combinada de la dinámica imparable de los sistemas sociales (economía, política, cultura, finanzas, medios), tanto formales como informales o ilícitos, que ninguna concentración de poder en la cúspide del sistema de gobierno parece ser capaz de controlar.
Así, por ejemplo, de un lado se registra un intensísimo cruce de mensajes e interacciones en el camino a conseguir penosamente, entre junio y septiembre de 2025, un no menos complejo ensayo de relegitimación popular y realineación del sistema judicial dentro del sistema jurídico-político, además de un caudal de reformas que los sistemas institucionales y sociales deben absorber.
Empero, del otro lado, el violento éxito de los poderes ilícitos ante la forzada entrega y percepción de un segmento creciente de la sociedad se basa en que no requieren cumplir con supremacía constitucional alguna, pues se mueven en un flexible y manipulable espacio de no-derecho.
A esa tensión no resuelta, que genera más incertidumbre y riesgos que pueden agravarse en meses por venir, corresponde el impulso para el ascenso de la derecha ultraconservadora.
La paradoja cruel es que, una vez en el poder, tampoco esta es capaz de resolver el galimatías contemporáneo. Más bien, según suele ocurrir, exacerba los problemas y encarece las soluciones.