Cuando Andrés Manuel López Obrador triunfó en las elecciones de 2018, inaugurando así la Cuarta Transformación, quienes luchamos durante años por ese objetivo sabíamos que ese acontecimiento histórico no era ni de lejos la conclusión de nuestra lucha. El camino habría de ser aún largo y a partir de ese momento la batalla sería todavía más feroz: los poderosos intereses que se beneficiaron durante décadas al amparo del viejo régimen no se quedarían cruzados de brazos. En efecto, a lo largo de estos cuatro años la oposición se ha dedicado a una guerra de baja intensidad cuyos objetivos desestabilizadores pueden resumirse en uno solo: descarrilar a la 4T como paso previo a recuperar el poder que les arrebatamos en las urnas.
Si la oposición no ha tenido mayor éxito en su afán de hundir a este gobierno ha sido sin lugar a dudas por el enorme respaldo popular con que el movimiento obradorista llegó al poder, apoyo que aún mantiene pese a todo tipo de campañas sucias y golpistas. En cuatro años la derecha nunca pudo articularse en un verdadero frente político que diera la pelea al régimen; si acaso les alcanzó para armar ese frankenstein grotesco llamado Va por México, una patética caricatura de alianza opositora.
Quizá el momento culminante de esta derecha tan rabiosa como ineficaz haya sido la marcha “en defensa del INE”, cuando luego de cuatro años lograron pisar la calle aunque sólo haya sido con el patrocinio de un junior sin oficio ni beneficio, resentido por la pérdida de sus privilegios.
Pero luego de ésa que lejos de ser “marcha por la democracia” resultó ser la marcha del odio y el clasismo, la derecha simplemente se desinfló. Es como si hubiera invertido tal esfuerzo en mostrar su músculo que terminó reventando en el proceso.
Tal vez por ello en las semanas recientes hemos sido testigos de un cambio de estrategia por parte de la oposición: de acuerdo con los enterados, la cúpula conservadora terminó por convencerse de que la fortaleza de AMLO y su gobierno es tal, que nada ni nadie podrá impedir que Morena repita en la presidencia de la república en 2024. Para la derecha, es una pelea perdida, por lo que han puesto su mira en un manjar casi igual de apetecible: la Ciudad de México.
En pocas palabras, la oposición sabe que de ningún modo ganará la presidencia el año próximo, pero considera que la capital del país es un objetivo más al alcance, y ha enfocado todas sus baterías en imponerse en las elecciones locales para arrebatarle a Morena la Jefatura de Gobierno y la mayor cantidad de alcaldías posible.
En ese contexto debe analizarse la ilógica e inverosímil cadena de “accidentes” ocurridos en el Metro en los últimos días. Estos actos que a la vista de cualquiera con dos dedos de frente son provocados y constituyen sabotaje, forman parte de la estrategia de la derecha para tomar por asalto el gobierno de la CDMX sin importarles el costo, aún en vidas humanas.
En lo que respecta a la presidencia, la derecha ya tiró la toalla: no la ganarán en 2024. Pero buscarán ganar, por las buenas o por las malas, la capital del país, para a partir de ahí construir el camino que les permita en 2030 volver por sus fueros.
Por ello es fundamental, podría decirse que de vida o muerte, evitar que la CDMX sea ganada por la derecha. Si cae la Ciudad de México, será una espina clavada en el costado de la Cuarta Transformación; una daga infectada con pus que amenazará con gangrenar el cuerpo político del país. No podemos permitir que la derecha recupere una posición de tal importancia. Será una batalla sin cuartel, pero más nos vale, por el bien de México, que podamos ganarla y aniquilar, de una vez por todas, al enemigo demente que avanza sobre ella.
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