A la oposición se le ha cargado la mano por su ineficacia para contener la avalancha lopezobradorista. La idea requiere matices y precisiones. Por una parte, no ha sido del todo ineficaz en la medida que impidió a la coalición gobernante hacerse con la mayoría calificada en la Cámara de Diputados en la elección intermedia. Por la otra, no hay una oposición, sino un mosaico diverso de proyectos, visiones e intereses fuera de la órbita oficialista.

La cuestión central es si conviene un gran frente opositor que incluya a las cuatro fuerzas políticas, o ir a la contienda de manera independiente. Pareciera que PRI, PAN y PRD ya resolvieron, no así Movimiento Ciudadano, al que algunos ven como esquirol en este esfuerzo opositor para derrotar a López Obrador y a quien sea su candidato (a). La situación es menos clara de cómo la ven la tríada y los promotores de la alianza opositora, Va por México.

La lógica lineal y simple indicaría que para derrotar a la coalición gobernante se necesita oposiciones unificadas. Ayunos de propuesta, por el momento, se asume que la derrota de AMLO sería por sí misma suficiente, y quizás; pero, para ganar votos se requiere de mucho más y aunque la fortaleza del presidente no se transmite a su candidato (a), no debe soslayarse su respaldo popular, y sus propuestas, por insensatas que sean cuentan con aval popular. En el ámbito de la oposición no es difícil hacer campaña contra el presidente (entre 20% y 25% de los votos), la situación es diferente en el espectro de la mayoría de los electores, desencantados más con el pasado que con el presente.

Sin proyecto alternativo no hay campaña porque sobre la oposición pesa un documentado pasado de venalidad y abuso, más en el caso del PRI, que sus dirigentes bien personifican. Así, se asume que una candidatura no partidista, “ciudadana”, sería obligada. En otras palabras, la oferta sería el perfil de candidato, que no parece ser fácil, por lo que debería construirse una candidatura legítima, competitiva e incluyente.

La estrategia de Movimiento Ciudadano es diferente, y el conjunto de la oposición debiera entenderla. Si hay una batalla nacional, las posibilidades de derrota son elevadas; si hay 12 o 15 frentes de contienda, podría asegurarse la pluralidad en el Congreso y varios triunfos locales, aunque no se excluye la presidencial.

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El Estado de México y Coahuila con elecciones en 2023 son espacios para poner en práctica la estrategia que debe dominar al año siguiente. No es sencillo por los antecedentes de competencia entre tricolores y azules. En Coahuila, el PRI ha podido ganar sin asociarse con el PAN, fuerza que ha perdido presencia, como se vio en las pasadas elecciones municipales. En el Estado de México se unieron y revirtieron en los municipios y el Congreso la mayoría morenista. Si los opositores prevalecieran en ambos Estados, la hoja de ruta sería la disputa en los territorios de contienda local, particularmente por el peso electoral de los comicios concurrentes al presidencial.

La clave radica en el método para seleccionar candidatos. Por lógica, debe concertarse una alianza incluyente con elección primaria. Esto es, elección de delegados en distintos tiempos y por regiones. El tema es el árbitro. Es más fácil convocar a una personalidad con experiencia y credibilidad para coordinar el proceso interno que tener un candidato de consenso. Lorenzo Córdova estaría habilitado para la primaria presidencial, no para las de Coahuila y Estado de México.

La elección primaria no sólo legitima a los candidatos, también les da fortaleza y les permite construir un vínculo con los electores sin mediación de las maquinarias partidistas; además, la contienda regionalizada amplía el espectro de la competencia y, por lo mismo, de la representatividad. Estas condiciones adquieren relevancia ante la natural ventaja que tendría el candidato o candidata del oficialismo. En las cúpulas de la oposición se cree que debe ser el acuerdo entre ellos la definición de candidato. Sería un error y una pérdida de oportunidad.