Es una amarga ironía que la reforma al poder judicial, concebida supuestamente para mejorar la justicia, haya sido aprobada no gracias a un mandato popular, sino a la correlación entre el poder corruptor y la voluntad corrompible.

El oficialismo obtuvo en las urnas los votos para integrar un bloque oficialista de 83 senadores, insuficientes para la mayoría calificada. Sin embargo, en lugar de buscar diálogo y consensos, optaron por las prácticas más viles: la intimidación, la impunidad y la coerción.

Así, la reforma no nació de un debate genuino, sino de acuerdos mercenarios, donde las intenciones fueron ultrajadas y sometidas.

El pragmatismo político más vil se impuso, no con argumentos, sino con la fuerza bruta.

Los oficialistas, conscientes de su falta de capacidad para debatir o persuadir, recurrieron a la depravación política.

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Lo más trágico de esta reforma no es su contenido inoperante, sino su engendramiento: fue parida por la corrupción y la traición, alimentada por la impunidad.

El voto popular no les otorgó los suficientes escaños para aprobar esta reforma. No respetaron la voluntad de los votantes. En lugar de eso, tres votos adicionales se obtuvieron mediante intimidación, promesas de impunidad y violencia. No fue un parlamento, fue una carnicería de voluntades.

Los tres votos restantes no vinieron de un consenso honesto ni de un genuino intercambio de ideas. Fueron el resultado de los acuerdos y consensos alcanzados, no a través de la palabra, sino como consecuencia de la convergencia entre corruptos anhelantes a salir impunes de su corrupción, y corruptores dispuestos a corromper al corrompible.

Lo más triste es que esta reforma, nacida de un delirio autocrático, no traerá justicia. No será operativa, no será eficaz, y, sobre todo, no será legítima. Porque no fue fruto del mandato de las urnas ni del pueblo mexicano, sino del poder corruptor de un régimen dispuesto a corromper a quienes se dejaron corromper.

La ignominia es clara: lo que debía ser una reforma judicial para mejorar la justicia, terminó siendo una abominación parida por la corrupción, la traición y la impunidad.