Votamos por López Obrador básicamente por tres razones (i) sus ideas, radicales, sí, pero necesarias para cambiar tantas cosas que no han funcionado en México durante tantos años; (ii) su estilo de vida, caracterizado por la modestia y la honestidad personal, virtudes sin las cuales no puede un presidente combatir el peor de nuestros males, la corrupción, y (iii) su tenacidad, imprescindible para no rendirse en una lucha verdaderamente difícil.
Andrés Manuel a nadie ha engañado. En la presidencia él es simple y sencillamente el político que ha sido siempre: tan austero como para renunciar a privilegios presidenciales que podrían facilitarle el trabajo —por ejemplo, un avión presidencial—; porfiado para no abandonar ningún debate que no haya terminado satisfactoriamente, en su opinión desde luego, y capaz de aplicar remedios que vayan a la raíz de los males padecidos por México, calculando que no vayan a presentarse posibles efectos colaterales dañinos.
No conoce al presidente, entonces, la comentocracia hoy sorprendida por lo expresado ayer en la mañanera acerca de “hacer una pausa” en las relaciones con España.
Una “pausa”, dijo Andrés Manuel, para superar una situación a su juicio desfavorable para nuestro país:
√ “Contubernio arriba”.
√ “Una promiscuidad económica-política en la cúpula de los gobiernos de México y de España”.
√ Promiscuidad y contubernio que han durado “como tres sexenios seguidos”, en la que México ha llevado la peor parte: “saqueaban” a nuestro país.
Alguna vez, cuando de alguna manera colaboraba con el movimiento de resistencia de Andrés Manuel —en el sexenio de Felipe Calderón— con Alfonso Durazo, Ricardo Cantú y Dante Delgado participé en la organización de una reunión de directores de empresas extranjeras —y hasta de embajadores— con AMLO. El evento —en 2008, tal vez en 2009— se celebró en la Hacienda de los Morales, en la Ciudad de México.
López Obrador agradeció, por haber invertido en México, a todas las personas que en ese tiempo dirigían empresas globales con operaciones en nuestra nación. Pero, un momento: esto no es rigurosamente cierto.
En el agradecimiento de Andrés Manuel hubo excepciones. Y es que cuestionó muy fuertemente a las empresas españolas; lo hizo frente a sus ejecutivos y algunos de estos —me consta— muy molestos abandonaron la reunión.
Yo estaba sentado en las filas de atrás y al ver eso pensé: “Andrés no es diplomático y qué bueno que no lo sea. Solo sin afabilidades que pueden resultar hipócritas se podrá acabar con la corrupción entre empresarios extranjeros y políticos mexicanos”.
Tal evento no tuvo demasiada difusión en los medios, que normalmente ignoraban al movimiento de López Obrador. Si se hubiera dado a conocer con toda propiedad, hoy no habría tanta gente sorprendida porque AMLO critica a empresas españolas a las que ha cuestionado durante muchos años.
Aristóteles avala la pausa
Personalmente me gusta España, admiro a España, visito España. Pero… Amicus Plato sed magis amica veritas. Es decir, amigo soy de España, pero más amiga es la verdad.
Demasiados juicios muy severos contra AMLO he leído, en diarios mexicanos y españoles, desde que el presidente declaró que, para que renazca sobre bases no corruptas la relación entre los dos países, hay que hacer una pausa.
Lo que no he leído son críticas a lo que han hecho las empresas de España en México, que la verdad sea dicha sí han abusado, y mucho. ¿Sería demasiado pedir al gobierno español y a sus medios un mínimo de autocrítica, indispensable para reanudar las relaciones sobre una base de no corrupción, a la que por supuesto sí han recurrido algunas de las grandes empresas de ese país?
Colgados de la brocha
Un diplomático experimentado me dijo: “Lo de la pausa supera mi capacidad de comprensión”. Lo expresó porque en diplomacia no existen pausas: existe el rompimiento de relaciones, pero AMLO lo descartó. Entonces, ¿qué sigue?
Lo que podría venir es una disminución del nivel de las relaciones o los vínculos diplomáticos entre México y España, de tal manera de mantenerlas ya no a nivel de embajadores, sino de encargados de negocios. Aquí está el problema quizá sin solución, ya que, precisamente, son los negocios la razón que ha llevado a AMLO a proponer una pausa en las relaciones con el más querido país europeo.
Lo que sea, ya parece inevitable que las relaciones vayan a quedar reducidas a lo estrictamente indispensable, es decir, dejará de ser útil, al menos para México, contar con un embajador, lo que deja colgado de la brocha a Quirino Ordaz Coppel, quien enfrenta ahora dos opciones: o no llegar a ocupar el cargo o ser solo un florero más en la espléndida residencia de la embajada de México en Madrid, ubicada según Google en el nº 13 de la Calle del Pinar, en el distrito de Chamartín.
Un político y empresario honesto y eficaz como Quirino no merece eso. Tal vez debería renunciar y pedir al presidente López Obrador una oportunidad al frente de una dependencia importante en México, donde sí pueda aportar al mejor desarrollo de México porque, ni hablar, tal como están las cosas en Madrid trabajo no va a tener.
Otro sorprendido —es extranjero, se entiende que no conozca a AMLO— es José Manuel Albares, ministro de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación del Reino de España.
Dijo el señor Albares:
“También expresar mi sorpresa porque (las declaraciones de ayer de Andrés Manuel) se contradicen con las propias declaraciones del presidente López Obrador hace una semana y de su canciller Marcelo Ebrard, con el que tuve un encuentro en Honduras cordial, y con el que públicamente él ha saludado la relación con España”.
Canciller español
Cualquier cosa que haya dicho Andrés la semana pasada —o cualquiera que haya sido la interpretación del canciller español a las palabras del presidente mexicano— no refuta lo que nuestro presidente ha expresado innumerables veces desde hace más de 10 años. Si leyera los comunicados que su propio embajador en México seguramente envía con mucha frecuencia, el ministro Albares lo sabría.
Lo otro, que el funcionario español estuvo con Marcelo Ebrard en Honduras y que el canciller mexicano celebró la relación de México con España, solo demuestra que a Marcelo se le perdió la brújula: ya no sabe para dónde va la 4T.
Y es que Ebrard, conociendo el pensamiento de su jefe acerca de la monarquía española y sus empresas en México, debió haber sido particularmente cuidadoso al hablar de las relaciones entre los dos países, que al menos en la república mexicana no dependen del titular de Relaciones Exteriores, sino del presidente.
Ebrard es otro que está quedando colgado de la brocha.