La ceremonia de apertura de las olimpiadas de París provocó una ola mundial de indignación y escándalo al incluir una puesta en escena que pretendía emular la última cena de Jesús y los apóstoles plasmada en la célebre pintura de Leonardo da Vinci, pero personificada por individuos LGBT+, drag queens, y por un sujeto disfrazado como Dionisio, uno de los dioses principales de la mitología griega. Para algunos, que en su mayoría se consideran a sí mismos como liberales, el suceso fue solo una parodia inocente con un propósito constructivo, como es la inclusión y la diversidad, y que no merecía tal escándalo global; pero para la mayoría de los cristianos esto fue una grave ofensa a Cristo y su religión.

En mi opinión, este evento olímpico fue un ataque obsceno al arte y al mundo cristiano, así como un peligroso acto inmoral que no es menor por sus implicaciones sociales y políticas.

Yo no he visto ningún valor estético en esta tentativa de arte. Las drag queens me parecen personajes horrendos, de muy mal gusto y vomitables. La horrible configuración corpórea del individuo que personificó a Dionisio dista mucho de la hermosa condición física de ese Dios, según la imagen que de él nos heredó la mitología griega. Ese émulo fallido de Dionisio más bien parecía un sátiro adulterado sin cornamenta y con extremidades inferiores humanas. Así que, en mi opinión, esa puesta en escena fue una ofensa al sentido del gusto y al arte. Digo, a menos que alguien pretenda que lo feo y lo vomitable tiene valor estético. Pero fin, estoy divagando y me desvío de mi tema.

La ofensa al arte es lo de menos y no es el motivo de mi artículo. Lo que me interesa abordar en este escrito es el inmoral ataque al mundo cristiano constituido en esa horripilante puesta en escena. Pero, antes de continuar, aclaro que yo creo en Cristo, mas no practico ninguna religión y no me considero cristiano porque tengo muchos defectos y no practico el cristianismo activo y dinámico. Mi posición respecto a Cristo y su doctrina es más cercana a una religión natural en cuanto a las prácticas, y más cercana a la filosofía de la acción en cuanto a la interpretación de los textos sagrados, lo que significa que sacrifico la interpretación literal de la Biblia en el altar de su interpretación racional. Y estoy consciente de que, en opinión de los cristianos tradicionales, esto me convierte en una especie de oveja rebelde, terca y tonta de mi padre Cristo. Pero pese a mis defectos y a mi posición personal, comprendo y respeto el carácter sagrado de las creencias y las prácticas de las diversas religiones cristianas.

Mi posición en este artículo no es religiosa, pues no pretendo hacer aquí una defensa y apología del cristianismo, y menos una polémica o ataque contra los enemigos del cristianismo. Tampoco pretendo en este artículo asumir una posición moralista, es decir, no busco complacerme en la insustancial actividad de moralizar toda la realidad de esta situación. Lo que pretendo en este artículo es probar con razón crítica que esta puesta en escena olímpica constituyó un peligroso e inmoral ataque al mundo cristiano que no es cosa menor, lo que implica mi compromiso y mi esfuerzo por comprender la situación a la cual se refiere mi juicio moral.

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Antes que nada, voy a tratar de comprender la situación, o sea, las ideas y la forma de vida de las dos partes en este problema. Empezaré por tratar de comprender a la parte ofensora, o sea, los participantes en este escandaloso evento olímpico (actores, creadores, organizadores, promotores, críticos y público elogiosos, apologistas y defensores, así como organismos y autoridades gubernamentales)

No me asombró para nada el hecho de que esta puesta en escena se haya verificado en Francia y que sus autores y actores sean franceses mayormente. Digo esto porque lo que hicieron encuadra perfectamente bien en el libertinismo, que fue un movimiento filosófico antirreligioso y anticristiano que surgió en Francia a finales del siglo XVII como continuación del Renacimiento, pero cuyas ideas filosóficas eran muy heterogéneas, de tal modo que no podemos clasificarla con precisión en alguna doctrina filosófica. Aunque también surgió en Italia más o menos al mismo tiempo, puede considerarse que Francia fue la patria del libertinismo. Este movimiento fue evolucionando desde un libertinismo militante hasta un libertinismo erudito, y tuvo pensadores importantes como Gassendi, Fontenelle, Bayle y otros, que ocuparon buena parte de su actividad filosófica en la crítica racional de la dogmática y la moral cristiana, en el escepticismo y el retorno al clasicismo griego, así como en algunos otros temas del aristotelismo renacentista. Sin embargo, es un hecho que el libertinismo triunfante y erudito de finales del siglo XVII (como lo llama R. Pintard en su obra “El libertinismo erudito”) se fue degradando luego con el tiempo hasta convertirse en la actualidad en un libertinismo vulgar y militante desprovisto de toda base filosófica, centrado casi exclusivamente en la aceptación del placer como guía o ideal para la conducta humana, y ocupado en actividades políticas militantes contra todo aquel elemento cultural que obstaculice su camino al placer expansivo y sin límites. El resultado de toda esta degradación es que los libertinos vulgares de la actualidad se han convertido en fecundo manantial de las más alarmantes novedades en las sociedades humanas abiertas, dando lugar con ello a un movimiento que algunos designan de manera genérica con el vocablo “wokeísmo”.

No me queda duda alguna respecto a que los participantes (directos e indirectos) en esta puesta en escena olímpica pueden ser caracterizados como libertinos vulgares, si me atengo a su puesta en escena misma y al cinismo y la crueldad con que se justificaron tras el escándalo global que provocaron. En todo eso hemos atestiguado la negación y desprecio de algunos de los dogmas fundamentales del cristianismo, la traducción de creencias y prácticas religiosas a imágenes obscenas e irrisorias, y el escepticismo declarado que retorna al paganismo clásico (Dionisio). De conjunto, todo eso constituye su tarea político militante contra la religión cristiana, una institución cultural que ellos consideran como el mayor obstáculo a su ideal y guía de vida, el placer. Y ocurre que todas esas acciones eran características propias del viejo libertinismo francés militante y no erudito.

Tampoco me extraña que estos libertinos vulgares de las Olimpiadas de Francia estén excesivamente sexualizados, tal como si su vida entera girara en torno al sexo. No me extraña de ellos porque, teniendo al placer como ideal y guía de vida (como debe hacer todo buen libertino), es natural que hagan del sexo su pasión o la emoción que domina y define su personalidad, puesto que sabemos que el sexo compite ferozmente con el dinero por la corona y el cetro del máximo placer humano. En efecto, el dinero y el sexo comparten al menos dos cualidades en común. Ambos son tentadoramente deseables, pues si bien es cierto que los dos constituyen los mayores afanes de las personas en este mundo, también suelen ser las dos cosas más condenables, aun para los más reputados pensadores y escritores de la historia. Además, dinero y sexo siempre están ocupados en el empeño de expansionarse más allá de su función instrumental originaria: desde el intercambio de mercancías hacia la usura o el interés, en el caso del dinero; y desde la reproducción de la especie hacia el sexo como fin en sí mismo, en el caso del sexo. En ambos casos, dicha expansión siempre ha dado lugar a novedades alarmantes para las personas que están inscritas en la “normalidad” de una sociedad humana. Y en el caso del sexo son muchas las novedades que han ido surgiendo y que han sido consideradas alarmantes por los “normales”. El repertorio de las novedades alarmantes en el sexo es vasto y existe desde tiempos remotos: el sexo como fin en sí mismo con todas sus excitantes variantes (el sexo desaforado a la Tenorio, donde importa la cantidad y no la calidad, las orgías, el intercambio de parejas, sexo como tortura y un largo etc.), la homosexualidad y otras variantes del sexo entre los del mismo género, el sexo como mercancía u objeto útil y con precio imputable (prostitución, pornografía, etc.), la zoofilia, la pedofilia, etc.

Por lo que a mí respecta, mientras esas novedades sexuales no vulneren las leyes acordadas en una sociedad determinada, ni vulneren normas morales que han demostrado ser eficaces, no estoy en contra ni a favor de ellas, y más bien trato de abordarlas con pensamiento crítico. De igual forma, respeto ese empeño expansivo del sexo porque, a final de cuentas, los que practican estas cosas están ejerciendo su autonomía legislativa y su libertad de pensar y hacer. Sin embargo, creo firmemente que debe haber limites a esa libertad para que la convivencia pacífica, previsible y constructiva se haga posible en las sociedades humanas, como veremos más adelante.

Ahora vamos a tratar de comprender la situación de los cristianos.

Como ocurre con casi toda religión (hay religiones ateas), la religión cristiana es la creencia en una entidad divina llamada Cristo como una garantía sobrenatural para la salvación del hombre, acompañada con mucha frecuencia de prácticas (actos o usos del culto) dirigidas a obtener y conservar esa garantía sobrenatural: plegarias, ritos, servicios a Cristo, etc.

Para los cristianos, la garantía sobrenatural de su salvación, que es Cristo, y todo lo concerniente a dicha garantía, es sagrado. En este caso lo sagrado lo define la dogmática acordada con base a la doctrina de Cristo y sus interpretaciones institucionales y que conforman una doctrina, y tiene el doble carácter (positivo y negativo) de lo santo y lo sacrílego, o como lo diría R. Otto en su obra “Lo Santo”, tiene el doble carácter de lo fascinante y lo tremendo. Lo santo, o lo sagrado positivo, es aquello que está prescrito por la doctrina, en tanto que lo sacrílego es lo prohibido por la misma doctrina.

Ahora aclaremos los criterios de juicio que servirán a mi análisis.

El objeto de toda moral (y de toda ética o tentativa de ciencia de la conducta humana) es disciplinar y dirigir con normas la conducta humana, y su propósito es hacer posible la convivencia pacífica, predecible y constructiva entre las personas en una sociedad. Para que la moral sea eficaz en su objeto y propósito debe ser simétrica. La exigencia de la simetría está expresada con llaneza y absoluta claridad en la doctrina de Cristo: no hagas a otros lo que no deseas para ti. El mismo principio cristiano de simetría es de importancia fundamental en la ética mejor lograda que nos heredó la historia del pensamiento humano, y que es la de Emmanuel Kant. En efecto, en esta ética el principio fundamental de los imperativos categóricos de la conducta es la simetría en el reconocimiento de la humanidad, y su dignidad inherente, en todos los seres humanos como en uno mismo.

El principio de la dignidad humana se encuentra en el segundo imperativo categórico de Kant: “Obra de manera de tratar a la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de otro, siempre como un fin y nunca solo como un medio.” En efecto, la dignidad humana consiste en el reconocimiento de que todo ser humano es, además de un medio, también un fin en sí mismo, y que es ese carácter de fin en sí mismo lo que le dota de un valor intrínseco que es superior a todo precio que hayan inventado los hombres. En este sentido, la dignidad de un ser humano consiste en su autonomía legislativa, lo que significa, entre otras cosas, que ese ser humano está facultado para solo aceptar y obedecer aquellas cosas que él mismo haya instituido o con las cuales haya asentido o consentido (leyes, normas, ideas, doctrinas, opiniones, creencias, acciones, etc.)

Dado que el reconocimiento de la dignidad humana es condición del comportamiento moral, queda claro que éste incluye el respeto a las creencias y valores a los cuales da su asentimiento voluntario el “otro”, donde el “otro” incluye a cada persona de este mundo humano con independencia de su raza, nación, etnia, religión y cultura o forma de vida.

Los libertinos vulgares y su ataque inmoral al mundo cristiano:

Como ya queda claro, la puesta en escena de marras introdujo caprichosamente en un hecho histórico real para los cristianos, como es la última cena de Cristo y sus apóstoles, signos y comportamientos humanos (sobre todo sexuales) que son considerados inapropiados o prohibidos por la doctrina cristiana: personajes y personas LGBT+ y a un dios de la religión pagana clásica (Dionisio), por decir lo menos. Se trata de un acto que desacraliza y ataca a la religión cristiana (creencias y prácticas), en tanto degrada, deforma y ridiculiza al objeto de la garantía sobrenatural de salvación de los cristianos, que es Cristo, hasta traducirlo en una imagen obscena, grotesca, horrible, y que solo es bella, significativa e irrisoria para los enemigos del cristianismo, como son los libertinos vulgares.

Ningún cristiano que tenga sentido de dignidad humana ha de consentir o asentir con esta desacralización ofensiva de su objeto de garantía sobrenatural de salvación (Cristo). Y bajo esa premisa, podemos concluir que estos libertinos vulgares han cometido también un acto inmoral, puesto que su ataque mismo implica que no reconocen la existencia de la dignidad humana en los cristianos, y los asumen solo como sus medios útiles para la puesta en escena de su grotesca y ofensiva parodia de Cristo y sus apóstoles. Dicho de otra manera, estos libertinos vulgares han desconocido la existencia de la humanidad en miles de millones de personas que practican la religión cristiana para convertirlas en cosas útiles a su servicio, y donde el servicio que dieron involuntariamente los cristianos fue el ser ofendidos y ridiculizados en sus creencias públicamente. Como puede ver el lector, no se trata de un ataque inmoral menor, ni en cualidad ni en cantidad, que se deba pasar por alto.

La inmoralidad, el cinismo, la crueldad y la mentira de los libertinos vulgares:

Una vez que estalló el escándalo mundial por este ataque inmoral al mundo cristiano desde Francia, los organizadores directos de la misma empezaron con su diarrea declarativa tratando de justificarse. En general, dichas expresiones apelaron a los principios de la inclusión y la diversidad como justificación, pero también hubo expresiones que más bien sabían a aceptación cínica del ataque deliberado y a crueldad apuntada a acrecentar el daño al mundo cristiano. Repasemos algunas de las cosas que dijeron esas personas.

El que fue director de esta tentativa artística, un sujeto de nombre Thomas Jolly, dijo que el objetivo era celebrar la diversidad: “En Francia, la gente es libre de amar como quiera, es libre de amar a quien quiera, es libre de creer o no creer… Sobre todo, quería enviar un mensaje de amor, un mensaje de inclusión y para nada dividir…Mi deseo no es ser subversivo, ni burlarme ni escandalizar "

La portavoz de París 2024, Anne Deschamps, dijo lo siguiente: “Claramente, nunca hubo la intención de mostrar falta de respeto a ningún grupo religioso. Al contrario, creo que (con) Jolly, realmente intentamos celebrar la tolerancia comunitaria… Creemos que este objetivo se logró. Si la gente se ha sentido ofendida, por supuesto, lo lamentamos mucho, mucho”.

El sujeto de horrible configuración corpórea que personificó a Dionisio, y que responde al nombre de Phillipe Katerine, dijo lo siguiente: “No sería divertido si no hubiera polémica. ¿No sería aburrido si todo el mundo estuviera de acuerdo en este planeta?”

Ahí tiene a la vista la asimetría de la conducta inmoral en estos libertinos vulgares: postulan por el respeto al sistema de valores de las personas LGBT+ (inclusión y diversidad), pero lo hacen pisoteando y pasando por encima del sistema de valores de los cristianos. En otras palabras, reconocen a la dignidad humana en ellos y los LGBT+, pero no así en los cristianos. Es claro que no legislan para todos como legislan para ellos mismos.

Ahí tiene también a la vista la cínica aceptación del ataque deliberado al mundo cristiano para detonar la jocunda discusión y riña con los cristianos, según proclama el grotesco remedo de Dionisio.

Ahí tiene también a la vista la mentira de estos libertinos vulgares cuando dicen que no era su intención ofender. Cualquier persona que tenga un mínimo de conocimiento de las religiones sabe que era absolutamente previsible que esta puesta en escena iría a ser tomada como una ofensa por el mundo cristiano. Siendo así, debo concluir que estos libertinos vulgares actuaron deliberadamente para ofender al mundo cristiano. Digo, es que no puedo asumir que sean tan imbéciles como para que no hayan previsto al menos eso.

La estupidez de los libertinos vulgares:

Toda persona normal acciona en esta vida para procurarse un bien a sí mismo, y lo hará razonablemente, es decir, eligiendo los medios que con mayor probabilidad harán realdad su fin previsto, sin perder noticia de las circunstancias y sus limitaciones. Pero hay cierta clase de personas que designamos con el vocablo genérico de “estúpidos” que no siguen la regla de lo razonable. En efecto, un estúpido es una persona que, actuando bajo cualquier móvil que se les atraviese en el apetito (interés personal, altruismo o maldad), elige los medios que con mayor probabilidad harán realidad su propia ruina y la ruina de los demás. Y como el estúpido sufre con mayor intensidad de esa enfermedad muy propia del animal racional llamada aburrimiento, y que ha sido causa de tantos males en la historia, es muy inclinado a meterse en lo que no le importa, potenciando con ello su capacidad para arruinarse a sí mismo y a los demás.

Pues bien, ocurre que los libertinos vulgares que colaboraron (directa o indirectamente) en la puesta de escena olímpica de marras, nos dieron una muestra magistral de su gran estupidez. Veamos eso enseguida.

De entrada, Phillipe Katerine, el sujeto que personificó a Dionisio, declaró sin ambages la enfermedad de aburrimiento que le invade y que le llevó a meterse en lo que no le importa, esta vez contra los cristianos: “No sería divertido si no hubiera polémica. ¿No sería aburrido si todo el mundo estuviera de acuerdo en este planeta?”, declaró el sujeto cuando le preguntaron los medios sobre la indignación y el escándalo que ocasionaron. Seguramente este sujeto ya está muy feliz y agradecido con sus bienhechores (Comité Olímpico internacional y el gobierno francés) por haberlo ocupado en algo que mató su aburrimiento.

Volvemos a ver la estupidez de estos libertinos vulgares al contrastar su declarada intencionalidad contra los resultados. Mientras que ellos afirman que no era su intención ocasionar divisiones, sino que su intención era promover la inclusión y la tolerancia, sabemos por los resultados a la vista que solo ocasionaron una fractura más en el mundo humano: por una parte, un puñado de libertinos vulgares festinando su inmoral ataque al mundo cristiano, y por la otra parte el mundo cristiano ofendido. Pero los resultados contraproducentes para los libertinos vulgares han ido más allá del conflicto, porque ocasionaron una condena mundial contra ellos y un movimiento de boicot que amenaza las estructuras financieras de las olimpiadas de Francia.

Ahí tiene expuesta la gran estupidez de estos libertinos vulgares: pretendiendo remediar algunos males de este mundo (la escasa y precaria tolerancia), terminaron agravándolos (fractura y división a escala mundial). Más estupidez no se puede.

Afortunadamente, la estupidez destructiva de estos libertinos vulgares no ha pasado a mayores y se ha mantenido en el terreno de la discusión y las condenas verbales, gracias a que los cristianos han demostrado que saben controlar sus emociones y no han tomado este acto ofensivo como motivo de guerra, tal como ocurre con otras religiones que evitó mencionar. Pero para imaginarnos las consecuencias monstruosas y destructivas a que pueden conducir estas estupideces, solo tenemos que recordar el caso de la revista Charlie Hebdo, otro episodio del libertinismo vulgar francés lanzando ataques inmorales a la religión del islam, y que provocó una monstruosa y lamentable masacre.

Las desastrosas consecuencias políticas para Francia, y tal vez para el mundo:

La experiencia histórica acumulada ha demostrado que la aceptación y la práctica del teorema de la dignidad humana ha sido un principio fundamental en la construcción de una sociedad abierta y tolerante. Por el contrario, esa misma experiencia histórica ha demostrado que las doctrinas, las ideologías, los movimientos culturales, los partidos y los gobiernos que han negado o pasado por alto ese teorema solo han conseguido al final resultados desastrosos para ellos mismos y para los demás. A este respecto solo basta recordar la forma en que la Alemania de los tiempos de Hitler se arruinó a sí misma y a toda Europa al atreverse a suspender el teorema de la dignidad humana para grupos étnicos o culturales minoritarios que los alemanes de ese entonces consideraban antirrazas. No olvide el lector tampoco que esa negación de la dignidad humana a los grupos minoritarios en la Alemania nazi empezó también como sátira inocente e irrisoria.

Francia se encuentra en un proceso de decadencia y caos. Está inmersa en una larga y profunda crisis económica ocasionada por un mal gobierno que ha aplicado ciega o acríticamente el programa globalista que le ha impuesto el Foro Económico Mundial. El país está fracturado políticamente. El gobierno es inestable y precario, donde unas minorías globalistas (Emmanuel Macron) e izquierdistas (Jean Luc Mélanchon) tuvieron que aliarse para derrotar electoralmente a las mayorías conservadoras en las elecciones parlamentarias. Emmanuel Macron está muy deslegitimado pues parece más bien CEO del foro a cargo de Francia, y ha tenido que realizar batallas en tribunales contra quienes han difundido el rumor, que ya es masivo a nivel global, en el sentido de que su esposa es hombre transformado en mujer. El resultado de todo eso es que, en pocos años recientes, Francia ha sido escenario de varios disturbios populares masivos que casi adquieren ya tintes de guerra civil.

Y es en ese contexto de caos y decadencia que los organizadores de las olimpiadas de Francia se atrevieron a negar la dignidad humana a los cristianos del mundo con su puesta en escena en la ceremonia de apertura. Por supuesto que esto agrava a más y mejor la fractura política en la sociedad francesa, y su caos y su decadencia. Y no sabemos si esta fractura entre libertinos vulgares y cristianos se agravará y se difundirá por todo Europa, agravando la ya de por sí caótica y decadente situación de ese continente.

Los culpables:

Sin duda alguna que el Comité Olímpico Internacional es la causa primaria en este problema, puesto que ese organismo, en su condición de órgano supremo en la organización de los Juegos Olímpicos, estaba en posibilidad de evitar semejante ataque inmoral al mundo cristiano. Emmanuel Macron es causa cooperante, porque él, en su condición de gobernante de Francia, tenía la posibilidad de impedir ese ataque inmoral contra el mundo cristiano, pero no lo hizo.

El líder de la izquierda francesa, Jean-Luc Mélenchon, se pronunció en contra de esa puesta en escena, y creo que está infiriendo lo mismo que yo, es decir, que esto fue hecho con el deliberado propósito de ofender al mundo cristiano, y para entender esto cito parte de su declaración: “Pero yo pregunto: ¿qué sentido tiene correr el riesgo de herir a los creyentes? Creo que nadie podrá olvidar este espectáculo y entonces podremos decir en qué medida su creador logró su objetivo.” Sin embargo, creo que él es también concausa en este problema porque, pudiendo hacer algo para evitarlo, no lo hizo. Digo, a menos que sea un político que está completamente desinformado de los asuntos públicos que ocurren en su país. Así que este político me huele más bien a un Judas en la grotesca y obscena puesta en escena de la última cena.

Yo jamás veo TV, y menos deportes. Así que, afortunadamente, no soy ni seré cómplice de las estructuras financieras y políticas que dieron lugar a este obsceno ataque contra el mundo cristiano. Y si me atrevo a publicar esto, es porque mi creencia en Cristo me obliga a no ser tímido y timorato a la hora de denunciar este peligroso ataque inmoral al mundo cristiano.

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