Sin el mínimo respeto los adversarios de la Cuarta Transformación (4T) han señalado que Claudia Sheinbaum es una “calca” del presidente López Obrador. Se olvidan de que en Claudia convergen dos características difíciles de encontrar en otros perfiles: 1) es una científica y 2) es una luchadora social, que ha participado activamente, desde muy joven, por la democratización del país. Además, ha sido una servidora pública ejemplar: honrada, innovadora y eficiente. Por todo lo anterior, se convirtió en un referente en el proceso de transformación de la vida pública nacional.

Claudia tiene una personalidad propia y en muchos sentidos, dista a la de López Obrador. Esto se hizo evidente en el programa Tercer Grado, donde fue clara, precisa y contundente. Ella -para responder- no utiliza largos recorridos históricos o políticos; más bien usa un lenguaje en el que se conjuga objetividad, rigor y claridad; es decir, sustenta lo que dice más en la sistematización que da el lenguaje científico. La mayor especificidad puede significar menor conocimiento de la historia política del mundo y particularmente, de México, pero de ningún modo menor pensamiento crítico y analítico. Debo decir que Claudia -para mí- brilla más en las mesas de análisis (o en eventos similares) y menos en las plazas públicas; lo suyo es la argumentación analítica, no la oratoria.

Dos momentos destaco del programa Tercer Grado: 1) cuando Claudia les dijo a los comentaristas que había acudido al programa para presentar a la ciudadanía su proyecto político para el país y que lo más importante era tocar los temas centrales de la agenda nacional, como el de la inseguridad; por lo que les sugirió hicieran a un lado puntos intrascendentes, entre ellos, el de si el ministro en retiro Arturo Zaldívar debía o no continuar en su equipo de campaña, tal como insistía Riva Palacio por las denuncias presentadas en su contra; y 2) cuando sostuvo que el país estaba menos polarizado que antes, ello ante la réplica del mismo Riva Palacio que le señaló que sus argumentos se circunscribían a lo que es la desigualdad y no a lo que es la polarización.

Segura, desafió a los seis periodistas de Tercer Grado, generándoles malestar e incomodidad a lo largo del programa, no sólo porque los incitó a que tocarán temas que comúnmente creemos afectan la imagen del proyecto que ella representa, sino porque contestó con argumentos y datos sólidos; más aún cuando se le tocaron cuestiones sensibles como la crisis del COVID-19. Quedó claro que Claudia Sheinbaum navega sola, “sin importar la sombra del presidente López Obrador”. Ese dominio que muestra de sí misma, que suele confundirse con cierta soberbia, me parece que fue lo que más molestó a los participantes de Tercer Grado; lo cierto es que ahí demostró que cuenta con el perfil y las ideas para consolidar el proyecto de transformación del país, conjugando continuidad con innovación y cambio. Sin duda, es honesto el presidente López Obrador cuando afirma que deja el proyecto de la 4T en mejores manos.

Sin embargo, por el tiempo restringido del programa y la necesidad de darle la palabra a los seis comentaristas, Claudia no se extendió lo suficiente para hablar de desigualdad y de polarización social. Por la importancia que tienen estos temas para entender el contexto en el que se ha desenvuelto la sociedad mexicana; por ser las causas que explican la necesidad de continuar con el proyecto de transformación y porque existe una trascendente construcción teórica dentro de la ciencia económica (por si fuese poco), vale la pena abundar sólo en algunos aspectos.

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Hay diversas definiciones de desigualdad y en ella han intervenido filósofos, sociólogos, políticos, juristas y economistas, adecuándolas cada uno a su materia de análisis. Los economistas podríamos estar equivocados, pero concebimos que la desigualdad económica es un componente básico en las otras formas de desigualdad; es decir, la desigualdad no se limita única y exclusivamente a la disparidad en el ingreso de las personas, pero esta disparidad es la que resulta común en otro tipo de inequidades y en lo que se concibe como justicia, en lo general.

En términos económicos, la desigualdad está dada por la disparidad en los ingresos que les permite a unos el acceso a ciertas bienes materiales y espirituales y a otros no. Algunos economistas (como los de la teoría del bienestar) han asociado el concepto de libertad a la capacidad -dada por el nivel de ingreso- de poder escoger y adquirir los bienes materiales y espirituales que se deseen; siendo menos libres aquellos individuos con ingresos limitados y que dedican más tiempo de su vida cotidiana al trabajo para satisfacer sus necesidades básicas.

Para hacer evidente la desigualdad, los economistas recurrimos a la curva de Lorenz (la autoría es de Max Otto Lorenz, 1905), que ordena en el eje horizontal el porcentaje acumulativo del ingreso de una población y en el eje vertical los porcentajes de ingreso de cada segmento o fracción de esta población. A efecto de no complicar la explicación, es importante señal que existe una línea ideal (la línea de igualdad total o de 45°), que distribuye en forma perfecta las dos variables: al 10% de la población le debe corresponder el 10% del ingreso acumulado; al 20%, el 20%; al 30%, el 30% y así sucesivamente, hasta llegar al 100%.

El INEGI en la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (ENIGH), divide este análisis en diez fragmentos o parcialidades a las que denomina deciles. La última ENIGH elaborada, la de 2022, muestra los siguientes resultados: el 10% de los hogares más pobres (primer decil) sólo obtiene el 2.1% del ingreso corriente total; el 20% de los hogares más pobres (primero y segundo deciles) obtiene el 5.6%; el 30% de los hogares más pobres (del primer al tercer decil) obtiene el 10.2% y el 40% de los hogares más pobres (del primer al cuarto decil) el 15.8% del ingreso corriente acumulado total.

La desigualdad es obvia porque las coordenadas de los puntos están muy lejos de las que indican la igualdad total; pero se hace más evidente si consideramos que, por sí solo, el último decil (el 10% de los hogares más ricos del país) obtiene el 31.5% de los ingresos totales. Esto es, la décima parte de los hogares más ricos obtiene 1.99 veces más ingreso que el 40% de las familias más pobres del país (coeficiente de Palma).

El coeficiente de Gini es el indicador que sintetiza la medición de la desigualdad total. Vale la pena señalar que este coeficiente en 2022 se situó antes de las transferencias fiscales en 0.460 puntos y con transferencias en 0.415 puntos, aclarando que entre menor sea este coeficiente menor será la desigualdad; alcanzándose la igualdad perfecta cuando este indicador se sitúa en “0″ puntos.

Es claro que nuestro país es desigual, pero la pregunta es: ¿estará más polarizado? El concepto de polarización trata de explicar la potencialidad de que existan conflictos sociales cuando se acentúan las diferencias entre los grupos o los estratos sociales; si volvemos a la economía, tendríamos que tocar otra vez el tema de los ingresos no como una fotografía, sino como una película. De modo que hay polarización, cuando el tamaño de las clases bajas aumenta, reduciéndose el de las clases medias; o cuando la brecha entre la clase alta y las clases bajas se hace más amplia; es decir, cuando la población se ubica cada vez más en polos de ingreso distantes.

La conjunción de causas: la excesiva concentración de la riqueza y la mayor pobreza aumenta la tensión entre las clases sociales, sustentada en la identidad hacia la que se pertenece y en el rechazo a las otras; eso se hace evidente cuando se hace cotidiano el uso de calificativos como naco o fifí. La desigualdad creciente también profundiza flagelos como la delincuencia o la corrupción; o –en forma más constructiva– lleva a la remoción de los grupos o partidos políticos que detentan el poder político del país a partir del voto popular. En México esa polarización llevó a la opción preferente por el cambio en 1988 y en 2006, misma que fue quebrantada por los fraudes electorales; así como al triunfo inevitable de López Obrador en 2018.

¿El gobierno del presidente López Obrador polarizó al país? Al menos económicamente no, lo evidencian los siguientes indicadores obtenidos de las ENIGH 2018 y 2022: el coeficiente de Palma (el ingreso del 40% de los hogares más pobre con respecto al del 10% del segmento más rico) disminuyó de 2.29 a 1.99 veces; el índice de Gini después de transferencias se redujo de 0.426 a 0.402 puntos porcentuales, lo que ha legitimado la política fiscal; los ingresos promedio de todos los estratos han aumentado y sólo el del decil X (el de mayor ingreso) se redujo en 2.2%; se observa una recuperación del ingreso laboral y es muy probable que el porcentaje de los hogares de clase media haya aumentado de 42% a uno cercano a 50%.

Hay otros datos sobresalientes en el periodo 2018 a 2022: la pobreza se redujo en 5.6 puntos porcentuales, lo que significó 5 millones menos de pobres; el salario mínimo se ha duplicado y el salario promedio ha aumentado en más de 30%; el empleo formal ha crecido y la economía funciona casi en pleno empleo con una tasa de desocupación de 2.5%; en tanto que el PIB per cápita según cifras del INEGI en el primer trimestre de 2024, de 247 mil 649 pesos, es 33.4% mayor con respecto al del mismo lapso de 2018.

Resulta certera la opinión de Zepeda Patterson cuando señala que los demócratas intelectuales creen que amplios núcleos de la población están obnubilados por la demagogia del presidente López Obrador o porque se han vendido por unas cuantas dádivas. Están profundamente equivocados pues la política económica adoptada ha buscado tener una dimensión social y ha alcanzado notorios resultados. Las elecciones del próximo 2 de junio, en efecto, serán un plebiscito y lo que indica el análisis teórico y, sobre todo, el de la realidad de nuestro país, es que va a continuar la 4T y con ello la máxima de privilegiar primero a los sectores de bajos ingresos.