La parte de las amenazas del discurso autoritario del diazordacismo, que representaba la corriente más cerril y despótica de los “regímenes de la revolución mexicana”, se dio en el contexto de la guerra fría, por lo tanto, existía un discurso anticomunista y contrainsurgente desde las grandes agencias de prensa y comunicación desde los tres poderes de la república americana y otros países, especialmente luego de la declaración del carácter socialista de la revolución cubana y la proliferación de las guerrillas en la subregión latinoamericana y del caribe.
Aparte de estas dos vertientes de la guerra ideológica y simbólica contra los movimientos populares y en particular contra el movimiento estudiantil popular de 1968 en México, existe una narrativa poco conocida expuesta el Dr. Jacinto Rodríguez Munguía, cuyo libro “La Conspiración del 68″ (2018) fue producto de un programa de investigación doctoral en la Universidad de Harvard, en el cual narra una conspiración en las alturas del poder que desarrolló toda la contienda ideológica propagandística y de deslegitimación social y política del movimiento, una acción sistemática de gobierno cuya narrativa traigo a ustedes por ser mucho menos conocida que las demás versiones y análisis generalizados. Vean por favor las fechas coincidentes de las iniciativas propagandísticas del gobierno y los hechos.
La pregunta fundamental es: ¿puede ser determinante lo que se conceptualice en la prensa escrita desde el gobierno y con el apoyo total de los medios como materia prima y vehículo de propaganda que uniforme criterios políticos e ideológicos, para concretar una conspiración que termine en un crimen colectivo de Estado y destruya un movimiento político verdaderamente opositor?
La respuesta que ofrece el autor y compartimos es sí en forma contundente, por los argumentos y evidencias que presenta. En este territorio de la vida pública la propaganda y la manipulación ideológica resultan fundamentales para cualquier propósito político. Aquí el régimen de despotismo político de Díaz Ordaz se articula perfectamente bien con el anticomunismo más cerril de corte anglosajón, en la versión más brutal y desnuda del régimen político creado por el Grupo Sonora una vez puesta en vigor la Constitución Política de 1917 y asesinado Álvaro Obregón, el cual era y fue siempre brutal e implacable con sus enemigos verdaderos, incluyendo los provenientes de sus propias filas, contra sus criaturas.
Antes de entrar a tales evidencias, citamos otra fuente del mismo autor (2007) “La Otra Guerra Secreta”, en la que afirma: “El conflicto estudiantil del verano de 1968 fue una primera prueba de aquella relación que se venía construyendo años atrás entre medios y poder. Ahí se confirmaron alianzas y se definieron distancias”. En su prólogo a esta obra el muy respetado Miguel Ángel Granados Chapa cita el caso de Gabriel Alarcón, fundador y dueño de El Heraldo de México cuando en plena crisis del año de 1968, el empresario de medios le dijo al presidente Díaz Ordaz:
“Antes que nada deseo expresar a usted que la amistad y la lealtad que le profeso las antepongo a todo, y al exponer seguidamente mi actuación en los problemas estudiantiles, lo hago para que no quede duda de mi buena fe y entrega a su gobierno, y muy especialmente a que respaldo abiertamente su actuación valiente, sensata y patriótica”. (p.16). Los medios televisivos: en un programa de Paco Malgesto con Eva Norvind (sigue diciendo Granados Chapa), se habló de sexualidad en 1966, lo que provocó un reproche de la Secretaría de Gobernación al entonces Telesistema Mexicano, a su propietario.
El Sr. Emilio Azcárraga Vidaurreta respondió así: “Puede usted tener la certeza que tanto yo como mis colaboradores en estos aspectos de programación continuaremos en la auto vigilancia que nos hemos impuesto para lograr los propósitos que tan acertadamente ha tenido a bien señalarnos” (p.17) Remata Granados Chapa su narrativa refiriéndose a los casos presentados: “Ilustra con casos específicos, las manera en que el sistema controlaba a los medios y cómo la mayor parte de los dueños y practicantes de estos lamían las manos que les daban de comer”. (p.18)
Ello hacía a la prensa escrita y televisiva un medio idóneo para desarrollar la tarea de conceptualización y propaganda para construir una narrativa deslegitimadora y de confrontación ideológica con el movimiento social en desarrollo.
Primero, la columna “Política en las Rocas” en el periódico La Prensa, el 7 de enero de 1967, anunciaba que el diario: “presentará a sus lectores un resumen semanal con noticias exclusivas adicionales que dará a los lectores la más clara marcha de los acontecimientos”. “En política como dijo Goebbels la propaganda es básica”. El 7 de marzo, 1967; durante un conflicto estudiantil en el IPN-Chapingo que derivó en huelga estudiantil se escribía: “Hay síntomas que demuestran cómo personas ajenas a los intereses juveniles están tratando de aprovechar de sus inquietudes para pretender crear un ambiente de confusión que lleve a pensar en un estado de anarquía que obligue al Estado a tomar medidas represivas en defensa de la sociedad. Eso es lo que tratan de obtener los agitadores profesionales… ¡Fuera de la Universidad los agitadores profesionales ¡ !Fuera de los centros de estudio¡ ¡A esos hay que tratarlos con todo el rigor de la ley¡” Para el 9 de julio de 1967 la columna gobiernista decía: “Lo que se busca es solamente agitar por consigna de carácter comunista” (según nuestra fuente citada pp-34 y 35).
Obsérvese cómo un año antes del movimiento estudiantil-popular de 1968 las columnas políticas escritas desde el gobierno y las “comparsas”, oscilaban entre el autoritarismo propio del diazordacismo y la filiación plena con el macartismo anticomunista estadounidense.
Era el antecedente directo de otro proyecto concretado al inicio del movimiento estudiantil, una columna llamada “Granero Político” escrita desde la secretaría de gobernación con un seudónimo “El Sembrador” ordenada por Luis Echeverría en julio de 1968 y elaborada por Mario Moya Palencia, brazo derecho de Echeverría y director de la empresa estatal PIPSA (que controlaba la venta y distribución de papel para la prensa mexicana).
El Granero Político inició el 21 de julio de 1968, día en que se suscitó un incidente entre una alumna del colegio Isac Ochoterena y un alumno de la vocacional No. 5 que derivó en enfrentamiento estudiantil. Ese día la columna de la secretaría de gobernación abordó el tema de una probable reforma constitucional que otorgaría derecho al voto a los jóvenes mexicanos a los 18 años y no hasta los 21, pero en ella se contenían dos fragmentos duros hacia dos líderes políticos del momento: Jorge González Torres y Carlos Madrazo y se exalta un discurso del presidente Díaz Ordaz en que afirmaba: “si careciéramos de fe en las juventudes actuales estaríamos pensando en el suicidio del pueblo mexicano”. Un lenguaje exagerado al que siguieron los “Gracias señor Presidente” y las “caravanas” en la prensa escrita, la televisión y los discursos cotidianos. Y en el conflicto inter-estudiantil entraron en escena otros actores.
La columna “Granero Político” empezó a expresar cada vez con mayor nitidez -ya una vez con las movilizaciones estudiantiles crecientes y en proceso- la información de inteligencia del Servicio Secreto, de la Dirección Federal de Seguridad, el Estado Mayor Presidencial, la información y opiniones de los líderes del PRI, además de la acción de las policías, la Federación de Estudiantes Técnicos cercanos a las autoridades del IPN (“porros” les llamaban) grupos de pandilleros “lumpen” ligados a líderes políticos (“los Araños”, “los Ciudadelos”), de los Granaderos y finalmente el ejército y la embajada de EUA en México, dentro de una espiral propiciatoria de un desenlace por demás sangriento, de un asesinato colectivo, de un crimen de Estado. Todos tomaban las calles y los micrófonos.
Luego vino, la interactuación desde las altas oficinas de gobierno con la prensa escrita, los medios televisivos y radiales y todos estos actores fueron conformando el ambiente adecuado para la decisión final. “Granero Político” trazaba líneas interpretativas, reacciones e iniciativas ideológicas, sumaba criterios y conceptos deslegitimadores del movimiento. Este respondía nutriendo sus filas y ampliando los alcances de las movilizaciones profundizando la actitud combativa y la huelga estudiantil a otros planteles universitarios, incluso de otros estados.
La narrativa alterna del movimiento político avanzaba: en la columna del 4 de agosto de ese año, “el Sembrador” escribía: “Los principales ataques del gobierno a la autonomía universitaria han sido el mantenimiento y el aumento del subsidio, la construcción de la Ciudad Universitaria; el empleo de sus mejores profesionales y técnicos (….) El error fundamental (….) de quienes son furibundos socialistas sin la imaginación suficiente (es) lo que los sociólogos llaman imitación extralógica”. Con ello se pretendía confrontar conceptual e ideológicamente las acciones y demandas del movimiento estudiantil-popular (que no tenían nada de socialistas sino democráticas) desde una perspectiva más conceptual-académica. ¿”Marchas y barricadas como las de Paris” en México? Imposible porque “tenemos un ritmo histórico y circunstancias distintas del otro”. La erosión del corporativismo social del gobierno-PRI y la ideología de la revolución mexicana “hacían agua” en la mentalidad y las demandas del movimiento estudiantil. El gobierno se ponía cada vez más nervioso y despótico amenazaba. Blandía los sables.
Los estudiantes mexicanos como los de Nanterre y la Soborna respondían “prohibido prohibir”, “somos realistas pedimos lo imposible”.
Continuamos en próxima entrega.