Nadie conoce todas las palabras. En lo personal utilizo muy pocas, de ahí que me alegre cuando encuentro una nueva. Aprendí una hace rato: aprontado. Platicaba con alguien acerca de un rumor sin fundamento que había circulado en un municipio del norte de Mèxico y nos preguntábamos si el alcalde podía ser tan torpe como para buscar intimidar a cierta persona corriendo versiones alarmistas acerca de su seguridad. Dije: “No considero al presidente municipal tan tonto como para hacer eso”. Mi amigo me replicó: “El presidente municipal no, obviamente, pero nunca falta un aprontado”.

El aprontado es el entrometido. Otro de sus sinónimos es presentado, según el Diccionario de americanismos de la Asociación de Academias de la Lengua Española. El presentado o presentao es quien “concurre a una fiesta sin haber sido invitado”.

Para que el aprontado opere debe tener estímulos. Siempre he pensado que fueron algo así como aprontados Mario Aburto y quienes planearon, para que ese tipo lo ejecutara. el magnicidio de Luis Donaldo Colosio. Llegaron sin invitación a la fiesta salinista del linchamiento mediático contra el candidato sonorense, y en ese contexto decidieron actuar. Les pareció que debían hacerlo de esa manera como una consecuencia natural de la guerra sucia contra Colosio diseñada por Carlos Salinas, Manuel Camacho, Marcelo Ebrard y otras personas.

Los y las analistas han coincidido desde entonces: el asesinato de Colosio se dio en un ambiente político enrarecido por los delirios de grandeza de Salinas y por las ambiciones enfermizas de Camacho y el equipo de este, en el que Ebrard desempeñaba un rol relevante. Era el clima más propicio para el surgimiento de aprontados, como Aburto y quienes estuvieron detrás de él.

Leí hace rato a Guadalupe Loaeza en Reforma. Lo que pudo ser un correcto elogio de la obra del filósofo Luis Villoro en los 100 años de su nacimiento, en realidad fue un catálogo —uno más— de vulgares descalificaciones contra el presidente Andrés Manuel López Obrador, quien recientemente manifestó su molestia con el hijo del filósofo, el escritor Juan Villoro, ya que este, en un evento en el extranjero, acusó a AMLO de haber beneficiado al narco.

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Ante semejante calumnia, el presidente de México —por respeto a lo que representa y, sobre todo, por respeto a sí mismo— no podía quedarse callado; entonces, refutó a Villoro. Andrés Manuel, ejerciendo su derecho a la libre expresión simple y sencillamente se defendió argumentando que Villoro es un “intelectual acomodaticio” que “no midió” sus palabras. El presidente no ofendió al hijo del filósofo, sino nada más le exigió prudencia. De ahí no pasó.

Después de que AMLO diera a conocer su punto de vista sobre las acusaciones de Villoro, un actor —Juan Cosío, el Cochiloco en la película El infierno— insultó en Twitter al gobernante. No fue el único, muchas otras personas se sumaron a las ofensas contra Andrés Manuel y su familia.

Así ha sido desde el arranque del sexenio. En las redes sociales y en los medios de comunicación lo más abundante desde 2018 han sido los insultos y las mentiras contra AMLO, su esposa y sus hijos —ni al menor de edad se ha dejado en paz—.

Pero, ni hablar, lo más ruin fue lo que ocurrió en el pasado Día de Muertos. Los aprontados de las redes sociales —motivados por el clima de odio contra el presidente López Obrador— decidieron ligar con el narco a la fallecida primera compañera de Andrés Manuel. Como bien dijo el mandatario, eso ha sido “miseria humana”.

Los aprontados sienten que están obligados a ser tan miserables porque así lo demanda el ambiente absolutamente canalla contra Andrés Manuel López Obrador.

Ojalá quienes controlan los medios y las redes sociales comprendan que eso debe parar antes de que pasemos a una situación irremediable.

Andrés Manuel siempre ha evitado la violencia, como en 2006 —cuando organizó el enorme y prolongado plantón en el centro de la Ciudad de México para dar una salida pacífica a la indignación de la gente por el fraude electoral—. Ahora mismo solo responde verbalmente, honrando el debate civilizado, a quienes lo insultan y calumnian, a él y a su familia —incluyendo a su hijo menor de edad y a su primera esposa fallecida—. Lo hace porque en la izquierda también hay aprontados, a quienes AMLO tranquiliza por la vía de refutar, inclusive con humor, a quienes lo ofenden y precisando que tienen el derecho de expresar lo que se les antoje.

Hasta ahora, las cosas van bien en México. Un presidente tan tolerante ha hecho de las mentiras mediáticas una prueba de la vitalidad de nuestra democracia basada en la más grande libertad de expresión posible. Pero, insisto, ya es hora de que periodistas, propietarios de medios y quienes manejan las redes sociales empiecen a moderarse. Si no quieren que Andrés Manuel les exhiba como mentirosos, simplemente digan la verdad y no insulten ni calumnien. No es tan difícil.