De momento, se mantiene la paz entre México y los Estados Unidos. Un “amigo” imperialista que, en su fase de declive, está en proceso de quitarse la careta de “defensor de la democracia y la libertad”, para mostrar su verdadero rostro brutal, déspota y totalitario.
No ocurrió la hecatombe que pronosticaban los malquerientes dentro y fuera del país y, al menos por el próximo mes, no entrarán en vigor los insensatos aranceles que no solo afectarían a México, sino que desatarían una crisis de inflación y gobernabilidad en los propios Estados Unidos.
Sí, México aceptó mandar -nuevamente, cómo ocurrió durante el sexenio del expresidente Andrés Manuel López Obrador- enviar 10 mil elementos de la Guardia Nacional a la frontera para prevenir el paso del fentanilo. A cambio, el gobierno de Trump reconoce -de dientes para afuera, cómo siempre- su responsabilidad en el tráfico de armas a nuestro país.
Las armerías estadounidenses se enriquecen, los cárteles, creados por los propios Estados Unidos surten a las decenas de millones de adictos fabricados por la atomización social y las recetas indiscriminadas de opiáceos de las grandes farmacéuticas conocidas cómo “Big Pharma”, manufacturan las drogas y los cárteles de este y de aquel lado se enriquecen fabulosamente. Luego entonces ¿por qué culpar del problema a China, Canada y México? Puro cinismo.
Ahora viene lo difícil. En un mes vendrán otras negociaciones y el T-MEC, si es que sigue existiendo en un futuro, se renegociará a mediados de este año. Superado ese escollo, hablaremos de otra cosa. Estabilidad en un mundo cada vez más imprevisible.