Hace unos dos años trabajé en el área de salud mental y adicciones brindando apoyo psicológico a diversos anexos. La historia de dos jóvenes me dejó pasmada. Apenas tenían 16 años en aquel entonces. Uno de ellos cayó en la adicción al fentanilo por un “amigo” que se lo ofreció y de inmediato su cuerpo le pedía más y más de aquella droga. Trabajaba en un taller mecánico, no estudiaba, la pobreza y la soledad lo orillaron a consumirla.
Primero, me dijo, se la vendieron en 50 pesos, después en 150, después en 400 y el ya tenía que hacer de todo para conseguir el dinero para comprarla. Su madre lo anexó. Al menos alguien se preocupó por el.
Me decía que cuando consumía el fentanilo no pasaba nada. Es decir, es como si estuviera muerto en vida; funcionaba y trabajaba pero sin sentir nada. Eso es lo que lo enganchó.
Otro chico, igual de 16 años, cayó en la misma adicción pero cuando quiso dejar de consumir el fentanilo, aquel amigo que se lo vendía le dijo que “no es que quieras dejar de consumir, es que tienes que venderla o si no te matamos a ti y a toda tu familia”. Apenas 16 años.
Me decía que se sentía muy seguro en el anexo, “si salgo de aquí, me matan a mí y a mi familia”, me dijo. Tenía a una bebé. No sabía más de ella.
Yo no sé si en México se produzca el fentanilo, supongo que sí porque es de uso médico para pacientes terminales.
La discusión que trae la presidenta Claudia Sheinbaum contra el diario New York Times acerca de si México la produce o no, no debería de ser relevante.
Lo relevante sería, para ambos países encontrar la forma en que esta droga no siga llegando a manos de nadie. Pero es utópico pensarlo.
El problema ya es, ya está, ya es una realidad que no podemos negar.
Los tiempos en donde las personas eran adictas a la marihuana están quedando en el pasado. El fentanilo ocupa toda la atención ahora por su poderoso activo que genera una dependencia monstruosa.
No es un tema de gente pobre. Le toca a todos, en todos lados… pero los jóvenes son los que más están consumiéndola.
A raíz de la pandemia, muchos jóvenes fueron emocionalmente abandonados: Esto quiere decir que aunque sus padres o madre o padre siguiera viviendo con ellos, parecían desapercibidos por ellos.
Alguna vez otra chica adolescente también me platicó que tuvo Covid y que ella debió de cuidarse de la fiebre y los dolores porque su mamá veía la televisión.
Entiendo cuando Claudia Sheinbaum dice que al mundo le falta amor, que a los jóvenes les falta amor, que a todos nos hace falta amor y que con amor ya no hay ni drogas ni corrupción.
Claro, le doy la razón, pero ¿cómo insertar el amor en los jóvenes, en los niños, en los adultos y en las personas de la tercera edad? ¿Qué se debe de hacer?
Ayer vi la nota de una persona que se había colgado de un puente en Circuito Interior en la delegación Azcapotzalco. Me rompió el corazón. Esa persona necesitaba sentirse amada. Y no fue así.
Sigo sin ver que Claudia Sheinbaum se enfoque en la salud mental. Parece que el tema les mueve a los políticos porque ninguno le entra a hablar de ello y brindar propuestas definidas y directas para abordar el tema.
No sé si en México se produce o no fentanilo, pero sí sé que hay gente consumiéndola y perdiendo la vida y la razón por ella... y matando a otros para obtenerla.
No le queda al diario norteamericano dárselas de impolutos.
Enfrentemos nuestras realidades con conciencia y amor, sin negarla. Esa es la única manera que podemos hacer algo sobre el tema.
Es cuanto.