En 1986 escuché por primera vez en una casa particular de Chihuahua de la boca del padre Babinet las palabras latinas del rito tridentino. Treinta y tres años antes, en 1953 era designado prosecretario en el santo oficio y cardenal diácono, monseñor Alfredo cardenal Ottaviani, lo que definiría los bandos en la santa iglesia durante el posterior concilio vaticano segundo convocado por Juan XXIII y concluido por Pablo VI.
El concilio pastoral reformó profundamente los hábitos y el dogma de la catolicidad pues, según estableció el propio Ottaviani en la carta que dirigió al Papa sobre el nuevo rito, había sido asesorado para su creación por seis connotados protestantes; conocido como novus ordo, este rito se separaba de la tradición sacrificial de la misa asemejándola a la celebración luterana que niega la transubstanciación -lo que implica la presencia real del cuerpo de Cristo en la hostia-. Después del concilio, monseñor Lefebvre y un grupo de sacerdotes conformaron en Friburgo la fraternidad sacerdotal San Pío X con objeto de preservar el rito inmemorial de la misa, mismo que fue codificado por Pio V a perpetuidad y canonizado durante el concilio de Trento que se realizó contra la herejía luterana.
Así pues, la tradición encontró refugio y escaparate mientras el modernismo esperaba la muerte de Lefebvre para que su obra se interrumpiera pues, al no haber un obispo tradicionalista, su seminario de econe ya no podría ordenar sacerdotes que hicieran el juramento antimodernista de Pío X.
Sin embargo, la equivocada interpretación de los laicos sobre la infalibilidad papal proclamada en el Concilio Vaticano I los hacía creer que el obispo de Roma era infalible en todas sus decisiones, lo que desde luego no se sostiene en lo proclamado por el concilio y que implica la condición de que el Papa hable ex cátedra para que dicha infalibilidad cobre materia.
Así las cosas, Lefevbre solicita al Vaticano que se le permita consagrar a un obispo que continúe con su obra; el Vaticano alarga el estudio del caso y envía a Joseph cardenal Ratzinger, futuro Benedicto XVI a visitar el seminario rebelde.
Sin llegar a un acuerdo, y dado que Lefebvre se sabía viejo y enfermo, consagra a 4 obispos en 1988, acarreando con esto la excomunión latiae sententiae por realizar la consagración sin autorización papal, lo que no afecta, desde luego, la efectiva sucesión apostólica de los consagrados por Lefebvre.
Benedicto XVI ungido papa, levanta las excomuniones a los “lefebvrianos” y proclama la necesidad de que el rito Tridentino vuelva a todas las diócesis.
Este hecho generará una contrarrevolución en el mundo entero, pero particularmente en Estados Unidos, en donde muchos obispos y sacerdotes por primera vez se acercan al viejo rito comprobando la santidad de la institución y vuelven a vestir sotana junto con el alzacuello, símbolo de su sujeción a Cristo, y el cíngulo, orgullo de su castidad. Estos curas protagonizarán la batalla en defensa de la misa, ya no desde la fraternidad rebelde, sino en las propias diócesis como consecuencia del permiso de Benedicto. En ese contexto, monseñor Carlo María Vigano es designado como embajador de la santa sede y nuncio apostólico frente al gobierno de Washington en tiempos de Donald Trump. Desde esa posición denuncia y exhibe al poderoso cardenal McCarrick (que resultó ser pedófilo). Durante su gestión, múltiples comunidades norteamericanas se avinieron al antiguo rito que el mismo Vigano practicaba.
Paralelamente sobrevino el reinado de Francisco y la reinstalación del modernismo en la colina vaticana. El Papa, mediante el motu proprio traditiones custodes, prohíbe nuevamente la libertad para practicar el rito tridentino y en el mundo entero los ensotanados curas tradicionalistas, junto con un ejército de laicos, acuden a las redes sociales para difundir la verdad tradicional de la fe oponiéndose a la línea vaticana, la que, a la cabeza de la persecución, coloca al famoso Tucho, Cardenal Fernández, frente al dicasterio para la doctrina de la fe, que es degradado del rango de congregación que había alcanzado con Ottaviani.
Personajes como el padre argentino Javier Olivera Rabasi, el padre mexicano Juan Razo y los sacerdotes españoles de la sacristía de la Vendée, alcanzan millones de seguidores en redes sociales difundiendo las verdades eternas del magisterio católico, pero la larga mano del Vaticano persigue y acalla a estos “insufribles ensotanados” que se atreven a recordar a la jerarquía de Francisco que, por sobre ellos, está la palabra de Cristo y el magisterio ordinario de la iglesia, cosa que preocupa, molesta e implica buscar los modos para contener a este tradicionalismo del post concilio. Sin embargo, lo que la jerarquía no puede controlar es a las decenas de youtubers laicos que desde espacios como; Mundo católico de Cecilia Balderrama, Conoce, ama y vive tu fe de Luis Román, La fe de la iglesia de José Plasencia o, destacadamente en México: Y que viva Cristo Rey, del “legendario” padre Daniel, den una batalla más allá de los confines que la cúpula controla.
Esto demuestra que ni en materia religiosa, es posible escapar de la naturaleza política del ser humano. Así pues, la excomunión de Vigano, la persecución de Rabasi, la cancelación de la sacristía de la Vendée y otras medidas “disciplinarias”, son sólo combustible para un efecto imparable iniciado por Lefevbre.