La reconstrucción de Acapulco necesita de liderazgo. De antemano requiere de la coordinación del gobierno federal con la autoridad estatal y municipal, asunto menor resultado de la identidad partidista; lo más complejo está en sumar a la sociedad y a los particulares. La convocatoria de regresar al estado de cosas previo al siniestro en breve no es realista, además es pretensiosa e insuficiente en el sentido de los graves problemas que antes del siniestro ya se padecían.
Desde ahora se hace presente el voluntarismo presidencial. El decir que se hará todo para que a finales de diciembre se recupere la normalidad y los habitantes tengan una buena navidad son buenos deseos que escapan a lo posible, como suele suceder en este régimen de promesas generosas y resultados magros. Lo primero que hay que decir es que se está en etapa de emergencia y que la respuesta institucional se ha quedado corta ante la magnitud del daño. Nada peor que minimizar los problemas, otra característica del proyecto político en curso.
Al presidente se le complica asumir la realidad porque privilegia objetivos políticos. Las desgracias naturales demandan respuestas no palabras. Por eso la mañanera no cede, no puede haber lugar a la mala nota y en todo caso presentar las cosas en términos tan amables que cualquier espectador encontraría que hay una conducción impecable de lo que hicieron y hacen las autoridades y que lo peor ya pasó. De allí la urgencia presidencial de someter a su necesidad política a los medios de comunicación, que la labor informativa se centre en la heroicidad de la labor que hace el gobierno. La pretensión presidencial -y no es difícil que lo logre- es que los medios pasen de la cobertura del desastre a la narrativa gloriosa del gobierno que ayuda y de la pronta recuperación de la normalidad.
Los hechos se imponen y para quien los padece de manera directa, no de manera imaginaria, no hay manera de regatear la realidad. Recuperar el suministro de energía eléctrica y otros servicios como la telefonía, el internet, el abasto de agua y combustible es indispensable para lo inmediato. Es un punto de partida, no es una meta. El objetivo final es la sustentabilidad económica de la zona y eso está muy lejos de conseguirse, más allá de los once meses que le quedan al gobierno federal.
La reconstrucción requiere planeación no sólo el liderazgo, la convocatoria a muchos y una extraordinaria capacidad de operación. De antemano solo una parte pequeña queda en manos de los militares, una gran parte tiene que ver con la inversión privada y con lo que hagan las autoridades municipales para atender el desastre que alcanza a más de un millón de personas que habitan la zona y miles de inversionistas inmobiliarios que hacen del lugar, espacio temporal de residencia.
Planear significa escuchar y depositar en manos de los expertos y de la experiencia acumulada las mejores respuestas, atributos que no van con la personalidad y el estilo de gobernar de López Obrador. Como se ha dicho, es recomendable la creación de una comisión para la reconstrucción que permita articular un programa de trabajo que no esté condicionado por el relevo del gobierno, que lo que se haga desde ahora tenga visión de largo plazo. Debe ser incluyente porque no es suficiente la dimensión material; se requiere recuperar el tejido social y la infraestructura de servicios de calidad, por cierto, muy precarios con anticipación al siniestro natural. No se puede reconstruir exitosamente sin una visión crítica a la realidad que antecede por la grave descomposición y deterioro que se padecía, del cual la desbordada criminalidad es una de sus externalidades.
De antemano la reconstrucción de Acapulco se anticipa como otro de los retos que habrá de heredar el actual gobierno. El presidente podrá declarar victoria este diciembre y decir que hay razones sobradas para que los acapulqueños no vivan una amarga navidad. Las palabras y el imperio de los otros números darán cuenta del gran éxito del régimen de alguna forma con la complicidad mediática. Lo importante, lo que vale es que todos, incluyendo al gobierno federal, hagan su parte para hacer realidad una reconstrucción que llevará mucho tiempo, costará mucho dinero y requerirá la concurrencia ordenada de muchas voluntades.