La reciente aprobación en lo general de la reforma judicial impulsada por el presidente Andrés Manuel López Obrador ha generado una profunda división en México. El debate no es menor: la reforma propone una serie de cambios estructurales que, de implementarse, transformarán el sistema de justicia del país. Entre los aspectos más destacados se encuentran la elección popular de jueces, la reducción de ministros de la Suprema Corte de Justicia (SCJN) y la creación de un Tribunal de Disciplina Judicial. Mientras los partidarios de la reforma la ven como una oportunidad para democratizar el poder judicial, la oposición denuncia un atentado contra su independencia.
Uno de los puntos más controvertidos es la elección de jueces y magistrados por voto popular. En un país donde la confianza en las instituciones es un bien escaso, algunos sostienen que abrir el proceso a la ciudadanía es una forma de empoderar al pueblo y desmantelar redes de corrupción. La percepción de que el sistema judicial está plagado de nepotismo y falta de rendición de cuentas ha sido una crítica constante en México. Sin embargo, este argumento no convence a todos. La idea de someter a jueces y magistrados a las dinámicas electorales podría comprometer su imparcialidad y hacer que las decisiones judiciales se vean influenciadas por la popularidad o las promesas de campaña.
La reducción de ministros en la Suprema Corte de Justicia también ha sido motivo de preocupación. Pasar de 11 a 9 ministros podría concentrar el poder en menos manos, lo que algunos analistas temen que se traduzca en un mayor control del ejecutivo sobre el máximo tribunal del país. Si bien los defensores de la reforma aseguran que se busca una Corte más eficiente y ágil, los críticos consideran que el verdadero objetivo es tener mayor influencia sobre las decisiones clave de la SCJN. En un contexto donde la independencia judicial es esencial para el equilibrio de poderes, este cambio plantea interrogantes sobre la dirección en la que se mueve el Estado mexicano.
Otro aspecto importante es la creación del Tribunal de Disciplina Judicial, cuyo objetivo sería supervisar y sancionar a los miembros del poder judicial. Si bien esta propuesta puede parecer positiva en términos de control y transparencia, existe el temor de que se convierta en una herramienta de represalia contra jueces que no se alineen con las políticas del gobierno. En un ambiente político tan polarizado como el actual, donde las instituciones suelen verse como extensiones del poder, la preocupación sobre un posible uso discrecional de este tribunal no es infundada.
La oposición, liderada por el PAN, PRI y Movimiento Ciudadano, ha sido enfática en su rechazo a la reforma. Su principal argumento radica en que esta no democratiza, sino que politiza el poder judicial, sometiéndolo a los intereses del partido en el poder. Además, acusan al gobierno de intentar debilitar al próximo ejecutivo, encabezado por Claudia Sheinbaum, al crear un sistema judicial que pueda ser controlado desde otros poderes. La posibilidad de que los jueces se conviertan en actores políticos con sus propias agendas añade un nuevo nivel de complejidad a la estabilidad institucional del país.
Más allá del conflicto partidista, lo que está en juego es el equilibrio de poderes en México. La Corte ha sido un contrapeso fundamental para el ejecutivo en varias decisiones clave, y cualquier reforma que modifique su estructura debe ser examinada con extremo cuidado. La historia reciente de América Latina ha mostrado que los cambios en el poder judicial pueden tener efectos duraderos en la consolidación o erosión de la democracia. En este sentido, la reforma judicial mexicana podría ser un punto de inflexión en la relación entre los poderes del Estado.
En última instancia, el desenlace de esta reforma dependerá de su implementación y de cómo evolucione el debate en el Senado y los congresos locales. Lo que es claro es que el futuro de la justicia en México está en el centro de una lucha más amplia por la dirección que tomará el país en los próximos años. La reforma judicial no es solo una cuestión técnica; es un tema profundamente político que afecta la esencia misma de la democracia y la gobernabilidad en México.
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