El corolario de una columna de José Woldenberg (“Narciso y Eco”) me hizo reflexionar. “Me temo – dice – que las relaciones entre Narciso y sus ecos están inaugurando una larga noche”. Espero – pensé – que la noche no sea tan larga porque siempre es bueno escuchar otras voces, siempre y cuando no sean discordantes. No me suelen gustar los corifeos, menos las resonancias disonantes, que transforman la sintonía en simple ruido.
En el debate sobre la reforma judicial coincidí con muchos oradores de la oposición. Me parece – como lo he expuesto – que su instrumentación es confusa y costosa; que ha habido un uso excesivo de la retórica. ¿Cómo pensar siquiera que la elección mediante voto popular, por sí misma, le otorgue sabiduría, honorabilidad y honestidad a los jueces y magistrados? La involución es clara: la historia de la impartición de justicia en las civilizaciones se sustenta en el buen juicio de hombres prudentes y en su pleno conocimiento de las leyes creadas; lo que hace a un lado a la improvisación y a la ignorancia.
Senadores conscientes advertían que la deficiente reforma judicial le dejaba a la próxima presidenta de la república un campo minado. Es cierto, pero ello también va a depender de su responsabilidad histórica. Retroceder es imposible, se tiene que pensar hacia adelante y ahora legislativamente sólo queda trabajar sobre la ley secundaria para garantizar que los mejores abogados de México sean los que estén en las boletas de elección popular. Queda también tratar con dignidad a los jueces y magistrados formados en la carrera judicial que decidan irse; en su gran mayoría, además de eminentes, son honorables y honestos.
En ese deseo de tratar de ver hacia adelante, no dejo de pensar en la insensatez de perder algo que por ser escaso es invaluable: el capital humano del poder judicial. Aun así, por el bien del país hay que sobreponerse: de lo que se trata es de encontrar fórmulas para tratar de dar solución a lo que está mal hecho y que afecta a un bien inapreciable, como lo es la justicia. Será importante en esta coyuntura rescatar a los jueces y magistrados que deseen proseguir y al personal que se está formando dentro de la carrera judicial, que podría muy bien aspirar a estos cargos.
Los senadores que discrepaban argüían razones dignas de tomarse en cuenta. Uno se pregunta por qué no presentaron una propuesta alternativa, más aún cuando reconocían en sus intervenciones que el sistema judicial sí requiere de una reforma profunda; desde luego, distinta a la que se propone. Reconforta el hecho de que exista un espíritu crítico, lo que resulta importante para hacer propuestas profundas dentro de la ley secundaria.
Hay algo aún más importante, se escucharon en la oposición nuevas voces que pueden asumir los liderazgos que tanto hacen falta y que podrían desplazar a los actuales; que piensan más en sus beneficios personales: por eso, ahora son senadores. No sé a ciencia cierta si Marko Cortés siga vinculado a Claudio X. González, cuya impericia política parece contagiosa: simplemente, no dan una. El líder del PAN no tuvo siquiera la capacidad de garantizar la unidad de su propia bancada, compuesta por 22 senadores.
Se sabía que la cohesión era frágil: que con un sólo voto a favor de la reforma judicial se iba a fragmentar el bloque opositor. Y así fue. Sin importar si el voto de Miguel Ángel Yunes Márquez fue razonado o no, se coincide que hizo las veces de un traidor. El discurso de Marko Cortés – cercano al melodrama - no surtió efecto, la abyección en la política es un fenómeno recurrente. El que escuchó su pataleta fue Yunes padre, cuya trayectoria política la envidiaría el mismo Fouché.
El hijo, senador propietario y el padre, senador suplente. Esta fue una de las ofertas electorales del frente opositor; y no es de dudarse que haya metido las manos el propio dirigente del PAN. Nada nos debe parecer extraño, menos lo que dio a entender sin ningún recato el retorcido político: ¿quién eres tú, Marko, para decir lo que tenemos que hacer los Yunes?
En la vida parlamentaria los bloques suelen debilitarse, pero lo que resulta inexplicable es continuar con un liderazgo carente de credibilidad, que hoy dice una cosa y mañana otra. Xóchitl signó con su propia sangre la promesa de continuar con los programas sociales, como parte sustantiva de la plataforma política opositora, misma a la que se adhirió el PAN; y fue Marko quien, ante el fracaso, llegó a la conclusión de que se equivocaron, enunciando el proverbio de que “a la gente hay que enseñarle a pescar y no a regalarle el pescado”. La autocrítica es importante, pero resulta incompleta si no lleva a la mea culpa y a la decisión de alejarse de todo liderazgo político, para cedérselo a alguien con mayor visión de futuro.
Queda claro que sí existen gentes capaces que puedan construir un proyecto de nación, que es lo que más importa. Es bueno escuchar a nuevos interlocutores políticos preocupados por el devenir de la vida pública, más en algo tan importante como lo es el sistema de justicia. Sin embargo, esto perderá importancia si lo que se escucha es flor de un día; si después no se sigue razonando en lo que más le conviene al país; lo que se traduce en construir un modelo alternativo de nación. El término alternativo es menospreciado por parecer un “invento” del presidente López Obrador; pero es correcto, porque la verdadera esencia de la política consiste en crear nuevas opciones que superen lo ya propuesto en beneficio de millones de mexicanos. Sólo con ello se podrán escuchar nuevos ecos armoniosos en la sintonía política del país.
La tarea es compleja y requiere de un gran esfuerzo intelectual. Las propuestas no se pueden acotar a temas específicos, sino en tratar de abarcar todos los ámbitos de la vida pública nacional y en revalorar lo que nuestra sociedad puede desarrollar. Ante un neoliberalismo que no fructificó en México y que llevó a la pobreza a millones de personas y familias, no se puede insistir en lo mismo, menos en sopesar al mercado por encima del Estado. El crucial equilibrio siempre será importante, si lo que se quiere son sinergias sustentables que posibiliten una vida digna y que hagan naturalmente libre a nuestras gentes para decidir lo que quieran.
Ahora, en México, la prioridad son los pobres, pero cada vez será más importante encaminar políticas para cubrir las aspiraciones de las clases medias. Las declaraciones del presidente López Obrador en esta sentido han sido poco afortunadas y en los países latinoamericanos los gobiernos de izquierda han tenido resultados fallidos, sobre todo, en un país preponderantemente de ciudadanos de ingresos medios, como Argentina. El Estado peronista terminó asfixiado y ahora la sociedad tiene que soportar las políticas libertarias de Milei, cuyo discurso tiene pasajes delirantes. Este crecimiento previsible de las clases medias en México abre nuevas perspectivas políticas y nichos de acción tanto para la oposición como para el oficialismo. Las expectativas económicas se harán más altas y se requerirán de algo más que simples apoyos económicos para convencer a grupos sociales cada vez más exigentes.
La oposición requiere, sobre todo, de nuevos referentes intelectuales, cuyos discursos lejos están de adaptarse a lo que es actualmente nuestro país y lo que ha demostrado su gente. No se puede seguir con la misma pauta de Samuel Ramos y Octavio Paz: poner especial énfasis en el complejo de inferioridad del mexicano, sin dejar de señalar que estos estudios concienzudos los elaboraron en la primera mitad del siglo XX; menos sostener la retahíla de características que superficialmente ha descrito Guillermo Sheridan: “El mexicano es ignorante, violento, tonto, corrupto, ladrón, abusivo, caprichoso, cursi, temperamental, alcohólico, arbitrario…” Millones de mexicanos han emigrado, muchos desde lugares recónditos, y han demostrado una idiosincrasia distinta: espíritu de superación, gran laboriosidad y una solidaridad hacia sus familias y hacia sus comunidades que resulta poco comparable en el mundo.
Conocer e identificarse con la gente es lo que le hace más falta a la oposición, para ello se requiere de su presencia en las comunidades rurales y urbanas. El neoliberalismo fracasó porque se hizo superficial y por el rasgo prepotente de sus lideres políticos e intelectuales: se olvidaron de que el eje y el alma de la mayoría de nuestros pueblos y de nuestras ciudades radican en sus plazas públicas. Es ahí donde la convivencia humana se hace magnificente; donde se puede entender lo que cabalmente somos y en donde el pueblo está atento a lo que se dice. Es ahí donde las voces políticas alternativas se deben de escuchar.