Los resultados de la jornada de participación del domingo pasado, son contundentes: cerca de 18 millones de mexicanos y de ellos el 90% dijo “si debe continuar”. Un ejercicio extraordinario e inédito, por ello, altamente valioso para una democracia como la mexicana, débil aun en muchos aspectos, y que se va fortaleciendo en otros como la democracia participativa, según demostramos los ciudadanos este domingo. Desde luego, no fue un ejercicio abrumador ni perfecto.
Hoy la experiencia de las democracias avanzadas es clara y precisa: ante los defectos, inconsistencias y debilidades que tiene la democracia representativa o delegada, la democracia participativa es una alternativa más que viable, casi obligada. Una estructura avanzada en nuestros tiempos es una estructura de representación y decisión dual dentro de un mismo sistema electoral: la democracia representativa y la democracia participativa, con candados para evitar la pulverización de la voluntad colectiva mayoritaria y asegurar el respeto y participación en las decisiones nacionales de las minorías. Consensos y Disensos.
Se trata de una ecuación política en donde la distancia entre gobernantes y gobernados se achica, en donde entre las decisiones de los representantes con mandato popular, y el soberano popular se estrecha y adquiere mayor linealidad y mejor correspondencia. La democracia participativa puede hacerse efectiva a través de mecanismos electorales o deliberativos para la toma de decisiones nacionales. En la democracia representativa la ruptura o alejamiento entre el poder de los representantes y el pueblo, puede quebrarse o distanciarse, y una representación de ese tipo consagra una democracia secuestrada por las elites políticas legislativas. Mandato y toma de decisiones se vuelven procesos con “solución de continuidad”, con disociación o ruptura, como dicen los especialistas.
La democracia participativa es la forma más fiel y directa de escuchar y obedecer la voluntad colectiva y mayoritaria del soberano, implica que la ciudadanía acude a las urnas para decidir por opciones de políticas previamente diseñadas y presentadas de manera dicotómica por las autoridades. Los espacios deliberativos son diseñados para que ciudadanas, ciudadanos, representantes de actores sociales y autoridades políticas se involucren en procesos de diálogo y escucha activa para decidir entre todos, las mejores respuestas a los problemas públicos.
Si bien estos mecanismos pueden ser meramente consultivos (no siempre las decisiones son vinculantes o mandatorias para las autoridades), la acción comunicativa que tales ejercicios permiten es un componente fundamental en estos espacios para el impulso democrático. La derecha mexicana adora la democracia representativa, delegada, lo más disociada posible, porque si algo temen es al soberano en las calles. La democracia participativa –específicamente cuando adquiere el formato deliberativo– implica un salto de calidad (y complejidad, ciertamente) para el funcionamiento del régimen democrático.
La democracia directa se va convirtiendo en una democracia popular o de contenido popular. La democracia debemos entenderla como un proceso abierto a prácticas concretas y variadas, y a la deliberación cívica, como una sinergia capaz de transformar las relaciones de dominación en formas de autogobierno, esto es, de poder por y para la ciudadanía. La democracia directa es uno de los principales antídotos contra el abuso de poder, contra la formación de elites políticas separadas del soberano, del pueblo que secuestran el mandato recibido y se vuelven independientes hasta de quienes los eligieron, sin escrúpulo alguno. Declararse “independiente” por parte de un representante popular que ha recibido un mandato de representación es una de las patrañas políticas más infames que podemos conocer. El cargo no se da en propiedad.
Pero tales ejercicios de deliberación y decisión no son ajenos, ni a la tradición ni al pensamiento de los luchadores sociales en México. El proyecto de una fuerza política de lograr una hegemonía en el conjunto social nacional debe partir y obtenerse por medios democráticos, menos cuando el despotismo lo impide, como en la insurrección mexicana de principios de siglo XX, que tanto aportó a los procesos revolucionarios en el subcontinente latinoamericano.
No existe la democracia sin sustantivos, estos sirven para determinar la naturaleza de las ideas que fundan a la democracia. Un brillante autor como Michelangelo Bovero busca los orígenes en las ideas griegas, “(…) a partir de la idea griega de isonomía (literalmente, igualdad de ley o, como Bovero mismo sugiere, igualdad establecida por la ley), el autor reconstruye uno de los elementos esenciales que distinguen a la democracia: la igualdad”. En la democracia participativa la democracia entendida como igualdad adquiere su mejor expresión.
La idea de libertad, la cual Bovero considera como el otro pilar conceptual de la democracia, debe ser comprendida como autonomía sin que las decisiones tomadas por el sujeto sean determinadas por una voluntad externa. Si no hay democracia sin sustantivos, tampoco la hay sin adjetivos: Bovero se refiere a los adjetivos y analiza diversos calificativos que se le han atribuido al sustantivo democracia: “democracia directa y representativa; democracia liberal y social; democracia parlamentaria y democracia presidencial; democracia formal y democracia sustancial”.
A partir de la distinción entre democracia formal y democracia sustancial, Bovero acuña condiciones y precondiciones que caracterizan directamente a la democracia y de los que depende la idea misma de democracia; principalmente la igualdad y la libertad política. De igual manera, en la democracia participativa la libertad política se concreta en las opciones tomadas por el soberano.
Remata M. Bovero estableciendo: la palabra “democracia” indica un mundo posible, es decir, una de las formas políticas en las cuales puede ser organizada la convivencia social: pero tal forma no corresponde necesariamente a la del mundo político real (…) ¿Cuál es la “distancia” entre el significado de la palabra “democracia”, es decir el concepto de democracia, y las diversas realidades concretas a las cuales se les atribuye hoy este nombre?. Responde: la democracia “es, y siempre ha sido, un proyecto”, y luego concluye: “la democracia como forma de gobierno, no es otra cosa que (…) un conjunto complejo de reglas para alcanzar decisiones colectivas: las decisiones políticas (…) son decisiones democráticas en la medida en la que son adoptadas con base en las reglas del método democrático (2002).
Los mexicanos hace mucho tomamos la opción de vivir en democracia. Los mensajes de la ciudadanía van siendo cada vez más contundentes: no renunciaremos a ello.