El agotamiento y deslegitimación de las opciones ofrecidas por los regímenes políticos y las políticas de gobierno que ensayó el PRI y sus diferentes aliados en el largo periodo posrevolucionario, terminaron por abrir cauce a la energía popular liderada por el partido Movimiento de Regeneración Nacional (Morena).
Esta formación política, fundada en 2013 por miles de mexicanos de toda extracción social, ha ganado de manera reiterada desde 2015 las elecciones locales y federales incluidas dos presidencias de la República.
Conforme con su ideario, ha luchado de manera frontal en contra del neoliberalismo y desde 2019, mediante constantes reformas, ha venido cambiando el propio marco constitucional para modificar aquel régimen político y de gobierno que dejó de responder a las demandas y preferencias sociales.
Luego de desmontar piezas clave del régimen precedente, la 4T como proyecto se enfila a la elección popular de los poderes judiciales el próximo mes de junio, y posteriormente habrá de plantearse una muy importante reforma electoral.
Todo esto ocurre en un doble contexto: doméstico e internacional.
En lo nacional, la población continúa respaldando de manera abrumadora las políticas morenistas para remodelar los instrumentos institucionales y lograr mejores rendimientos del desarrollo y la democracia para la mayoría popular y sus derechos.
En el contexto internacional, la nueva fuerza estadounidense mueve las fichas del tablero geoeconómico y geopolítico en el que hemos alcanzado posicionar al país de manera importante, lamentablemente con costos sociales impagables.
Luego entonces, la responsabilidad de la 4T es mayúscula.
Por un lado, requiere seguir reconstruyendo su edificio sociocultural y político, a mismo tiempo que es indispensable no secar las fuentes de financiamiento, prosperidad compartida y bienestar.
Por el otro, tiene que negociar con sabiduría y habilidad con la potencia hegemónica con quien nos ha tocado vivir y convivir de manera compleja, sin descuido de otras fuerzas en consolidación o en ascenso, ya sea en Oriente u Occidente.
Junto a ello, es clave que las entidades federativas jueguen un papel activo y comprometido que, entre otras cosas, afiance el edificio nacional.
Es así que en el estado de Oaxaca se está dando un ejercicio amplio e intenso de diálogos sociales e intercambio de información para fortalecer el subsuelo, las bases y su andamiaje jurídico e institucional a través de un reordenamiento constitucional y la acción colectiva.
La Constitución política, jurídica, social e intercultural oaxaqueña que viene será un punto de referencia para apoyar el proceso y proyecto de la Cuarta Transformación.