Con Edson Arantes Do Nacimiento “Pelé”, la samba, su ritmo, cadencia, sensualidad y armonía se trasladó y cobró carta de naturalidad en el futbol, caracterizando lo que se llamó “jogo bonito”; tradujo el alma de un pueblo, comunicó su sentir y proyectó su identidad de una forma lúdica; aunque el futbol no se escribe, emocionó a la manera de la poesía y, a pesar de que carece de sonoridad, parecía transmitir acordes musicales en un género de música festiva que contagió con su vivacidad y emoción.

Con Pelé el futbol brasileño acuñó un sello que se volvería patente de esa nación, al tiempo que inauguró, también, una forma única de practicar ese deporte. Derivado de la epopeya de alcanzar el campeonato del mundo en 1958 que tuvo como sede Suecia, su manera de practicar el futbol se convirtió en referente, junto con su gran figura que irrumpió internacionalmente con apenas 17 años, maravillando por la facilidad que a partir de entonces mostró para jugar futbol en la tarea más compleja de ese deporte, que es la ser puntal de la ofensiva y anotar goles.

La forma de horadar la meta contraria con la facilidad y desparpajo que lo hizo el jugador del club Santos, hicieron de Pelé una de las grandes figuras mundiales del deporte y fue el mejor bálsamo para superar y revertir la tremenda frustración de los brasileños cuando en 1950 perdieran el campeonato mundial frente a Uruguay, siendo país sede de la justa deportiva. Los símbolos se multiplicaron, pues el de 1958 fue el primer campeonato mundial conquistado por un país de América jugado en Europa, correspondiendo también con la detonación de Brasil como país sobresaliente por su cultura, recursos, potencial de desarrollo y capacidad de su pueblo. Su condición preeminente en el futbol coincidía, paralelamente, con un potencial que se desplegaba impetuosamente como país.

Para cuando se celebró el siguiente mundial en Chile en 1962, el ícono delantero ya llevaba más de 300 goles realizados y se esperaba su participación con tremenda expectativa. El despliegue ofensivo de Brasil y, en especial el de Pelé, conllevó a la depuración de las tácticas defensivas en una etapa que las faltas cometidas mostraban mucho más consentimiento que en la actualidad; Brasil fue campeón, pero Pelé fue lesionado al principio del torneo; parte de esa historia se repitió en el mundial de Inglaterra en 1966, en donde Pelé fue cocinado a patadas, nuevamente resultó lesionado, pero en esa ocasión el equipo fue eliminado en la fase de grupos.

Para ese entonces Brasil había sufrido el golpe de Estado de 1964 y Latinoamérica se encontraba en la fase del ascenso de las dictaduras, propia de la guerra fría y de la doctrina norteamericana de seguridad, que pronto detonaría a las dictaduras militares de Chile y Uruguay casi una década después. Hacia el mundial de México 70, Brasil pudo integrar una gran plantilla con Pelé a la cabeza, ya como un futbolista maduro y después de que fueron despejadas las dudas sobre su posible participación gracias a lo notable de su futbol y de un rendimiento incuestionable a través de su participación en el Club Santos y en la propia selección brasileña.

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Fue lamentable que México fuera eliminado en la fase de grupos con una contunde derrota frente a una Italia notable en su juego de conjunto y por la calidad que tenían sus grandes figuras, desde la portería hasta la delantera, situación que se reiteró cuando más tarde protagonizaron lo que se llamó el juego del siglo cuando se enfrentaron a Alemania. Pero Brasil cautivó a la afición mexicana convirtiéndose en su seguidora y Pelé en su ídolo, prodigándole un gran apoyo; los mexicanos fuimos brasileños en esos días.

El partido de la final entre Italia Y Brasil fue la culminación justa de un torneo que había encontrado a ambos equipos como sus contendientes más notables. Los italianos sabía de la inclinación a favor de Brasil por parte de la afición mexicana, y buscaron congraciar su afecto repartiendo rosas entre el público el día que definiría al campeón, pero la afición de México ya se había volcado a favor de la playera verde-amarela.

Algo que benefició al futbol ofensivo, así como a las figuras de talento, fue que en el mundial de México se inició el uso de las tarjetas amarillas o preventivas por parte de los árbitros, lo que advertía a los infractores más insidiosos del riesgo de ser expulsados, inhibiéndolos de reiterar en la comisión de faltas.

Pelé mostró entonces su calidad y liderazgo a plenitud, fue el hombre eje, el táctico que ordenó a su equipo, el jugador clave para desplegar la ofensiva, para promover la mejor participación de sus compañeros y ser la diferencia en toda la zona ofensiva, con sus grandes cualidades en el juego a ras de pasto, para desbordar, hacer pases, disparar de media distancia, jalar marca y abrir espacios, pero sin dejar de mostrar su demoledor juego aéreo con sus tronantes remates de cabeza y gran resorte de piernas para saltar y ganar en la disputa del balón.

El de 1958 fue el mismo Pelé, pero distinto, entonces un joven que sorprendió a todos, físico juvenil, casi adolescente y con destellos de genio; el de 1970 fue la figura consolidada y letal, jugador completo, embarnecido, con gran potencia en el pique, agilidad, intuición y despliegue, juego de conjunto, remate de todas las maneras, ritmo en el juego, cadencia, samba y poesía a través del movimiento. Murió, pero es de los que no mueren; inició la grandeza de los grandes y es el más grande.