El poder tiene su magia y mucha de ella se expresa en símbolos, entre éstos la palabra. La narrativa y el discurso juegan su parte, más ahora con los proyectos disruptivos. López Obrador conectó con las mayorías más allá de lo esperado por el descontento social; ganó arrolladoramente y con él su partido y correligionarios. La elección intermedia fue un paréntesis, la de 2024 ratificó el estado emocional de la sociedad. No importaron los cientos de miles de fallecidos por la negligente gestión de la pandemia o más de 250 mil asesinados y desaparecidos.
Lo mismo ocurre con Donald Trump, ganó con mayor diferencia a la pronosticada, se hizo de la mayoría del Congreso y obtuvo votos considerables en segmentos en otro tiempo hostiles al republicano. El cambio está en la sociedad y ese es el sustento de la ruptura en la política, un quiebre no sólo en la civilidad y las buenas formas, también en valores fundamentales como es la coexistencia de la diversidad, el respeto al adversario, el escrúpulo moral y la observancia estricta de la legalidad.
La seducción de las palabras permite al dirigente cautivar a sus seguidores y encender el entusiasmo de las interesadas adhesiones; en el caso de Trump queda para la historia el signo nazi, quizás involuntario, en el desbordado festejo del sudafricano Elon Musk, ahora wasp converso. La fantasía pública se recrea con la expectativa de la conquista de Marte. El exterminio que acompañó a la colonización en la gesta tipo John Wayne o del general Custer, ahora es fuente de inspiración para el fondeo oficial a particulares para llevar a humanos a otros planetas. Ni a Stanley Kubrick se le hubiera ocurrido la modalidad público-privada para la odisea espacial.
¿El inicio de una nueva época? Quizás, sí en México, en EU está por verse. A los americanos también les seducen las palabras, pero les place más el balance en sus cuentas y en eso sí son rigurosos y estrictos. Por ahora son rehenes de la fantasía de que Trump pueda beneficiarles. La deportación de millones de migrantes ilegales seguro impactará los ingresos de los asalariados, al menos eso se cree. También hacen propia la tesis de que los aranceles propiciarán la producción interna y, eventualmente, el regreso de la manufactura, aunque los dos objetivos sin productividad y tecnología son incompatibles, altos salarios y competitividad, porque ahora todo, o casi todo, es global y los norteamericanos no son buenos para todo.
Las decisiones del primer día de Trump desmienten a los funcionarios y observadores que creían que las palabras eran baladronadas y no la interpelación social para transformar al estado de cosas, justo lo mismo que hiciera López Obrador. El tiro en el pie sucedió y nada ha acontecido porque los funcionarios mexicanos ven lo que quieren creer, que Trump 2.0 era la reedición del Trump 1.0. El golpe que viene es fuerte y no es el voluntarismo lo que habrá de sacar a México del problema, sino entender que las insuficiencias internas son las que hacen vulnerable al país ante el exterior. La soberanía se defiende en casa y tiene que ver con abatir la impunidad que se ha normalizado en la vida nacional a grado tal que se ha vuelto común asumir la connivencia de los criminales con los políticos o gobernantes y lo que es peor, la complacencia social sobre este falso o parcialmente falso supuesto. Para pensar en serio que muchos mexicanos coincidan que los narcotraficantes son terroristas y que esperen que Trump ponga el orden que solo a los mexicanos corresponde.
No hay receta para lidiar con éxito con Trump. Es necesario, por lo que está de por medio, entender que la magnitud de la amenaza obliga a una reconsideración de la polarización que se ha normalizado en el discurso oficial. El problema y los riesgos son para todos y afecta no a un partido o a un gobierno, sino al conjunto del país. Se equivocaron quienes subestimaban a Trump o lo veían como un problema manejable; la situación es muy delicada porque él pretende hacer lo mismo que López Obrador: acabar con el orden de cosas, excluir o reprimir al que se opone o resiste e imponer a rajatabla su visión de la realidad. Trump apenas empieza y es evidente que la seducción de sus palabras anticipa una transformación más allá de su segundo piso.