Las noticias positivas al igual que las explicaciones razonadas difícilmente tienen impacto en la conformación de las percepciones públicas. Los políticos populistas son eficaces con sus estridentes medias verdades y sus francas mentiras, las que tienen mayor poder para persuadir y, por ser grotescas, las hace creíbles, memorables e interesantes. Los ejemplos son muchos y México ha sido rehén, más ahora cuando desde el poder presidencial se ha faltado a la verdad con un claro propósito de manipular sentimientos y emociones. Está por verse, y es deseable así sea, si el discurso oficial de ahora significa una diferencia respecto al abuso del pasado inmediato.

En Estados Unidos, con mayor escrutinio a lo que hacen y dicen los políticos, así como más calidad informativa, también está presente este exceso y es uno de los recursos retóricos más eficaces del candidato Donald Trump. En el curso del debate con Kamala Harris, para cuestionar la supuesta permisividad en materia migratoria del gobierno de Joe Biden, afirmó que, en Springfield, Ohio los migrantes ilegales se robaban mascotas de las familias para comerlas, afirmación notoria y probadamente falsa.

En el debate los mismos conductores aclararon al candidato que tal afirmación era un bulo. Los medios hicieron la investigación del caso y no había tal; en todo caso, en un medio digital una persona había hecho tal afirmación mentirosa. Las autoridades municipales aclararon que los migrantes allí asentados de origen haitiano eran legales y contribuían positivamente a la comunidad y a la actividad económica. Cualquiera pensaría que la mentira con un tufo xenófobo significaría algún costo para el candidato. No sólo no fue así, sino que su compañero de fórmula J.D. Vance ha insistido en el infundio. Cuando no hay sanción social la impunidad prevalece, como son los casos de abuso político asociado al desapego a la verdad, como tal esto conduce a la degradación no sólo del lenguaje, sino de la realidad. El invento cobra vigencia, como es la idea de que a Trump le fue robada la elección pasada, creíble para la mayoría de sus simpatizantes.

Estos días el diario El País da cuenta de que el discurso xenófobo de Vox y de algunos del PP ha provocado una percepción de los españoles que los migrantes representan un problema y están asociados a la criminalidad, además hay un sentimiento de invasión, que hace creer que son muchos más a la realidad. Encuestas de empresas serias realizadas para medios confiables, revelan que 75% de los españoles asocia la migración a aspectos negativos y 57% piensa los migrantes son una tercera parte de la población. El CIS, una institución pública reconocida por la calidad de sus estudios señala que en año y medio se ha elevado de 25% a 41% los españoles que perciben a la migración como un problema serio, a pesar de que la respuesta de una experiencia personal negativa con migrantes es muy baja y que los migrantes representan poco más del 10% de la población y no 30% como se cree.

En México la exageración y la mentira se ha instalado desde la presidencia como práctica cotidiana. Los medios reprodujeron acríticamente lo señalado. La valoración de los dichos presidenciales se trasladó a las páginas de opinión con poco impacto en la opinión. Los dichos presidenciales recrean el imaginario popular, a su vez propenso al prejuicio en muchos de los temas de la vida pública: la corrupción generalizada, la riqueza que es resultado de la venalidad o del abuso, que la legalidad o la justicia están al servicio de los privilegios, etc. Asimismo, el imaginario popular arropa la idea de que los problemas se resuelven con un presidente sin contrapesos ni restricciones.

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Como puede apreciarse, el recurso de manipular a la opinión pública mediante la mentira o la deliberada tergiversación de hechos cobra fuerza y vida a partir de los perjuicios socializados. No es un tema de falta de desarrollo político; es una enfermedad de la democracia contemporánea en la que políticos inescrupulosos aprovechan el espacio público para ganar ventaja. La impudicia en la conducta les beneficia; la prudencia y el juicio razonado castiga.

Los extremos se imponen por su poder se seducción. No hay remedio a la vista que no sea una mayor libertad de expresión, calidad del debate público y el escrutinio por parte de los medios. Seguramente o es suficiente, pero al menos el abuso de la libertad de expresión no se castiga con su represión o contención, sino con mayor y mejor ejercicio de la libertad de expresión como respuesta.