Este artículo va dirigido con buena fe a la inteligencia reconocida del ministro en retiro Arturo Zaldívar Lelo de Larrea. Como se lee en su actual etiqueta para identificarlo, que es la utilizada por la abogacía, él está en retiro. Ya se retiró una vez: debe hacerlo una vez más. Retirarse, vale decir, renunciar. Para realmente apoyar a la candidata que le dio su confianza, Claudia Sheinbaum.

A veces la renuncia estratégica es importante para seguir adelante. Esa es la síntesis de un artículo de Stephanie Lee, publicado en 2018 en The New York Times. La autora dice: “¿Qué tal si hemos juzgado la renuncia de modo incorrecto? ¿Qué tal si, en lugar de significar un paso hacia atrás, renunciar con intención puede ser una manera de acercarte a tus metas?”. Renunciar, por ejemplo, a pasar varias horas al día viendo Netflix para dedicarlas a actividades productivas.

Pero, ni hablar, la renuncia debe ser racional, no ilógica. Encontré en internet una frase atribuida a William Shakespeare: “En nuestros locos intentos, renunciamos a lo que somos por lo que esperamos ser”. Creo que, contra sus deseos, eso hizo el ministro en retiro Arturo Zaldívar: de pronto se volvió ludópata y abandonó el prudente oficio de jurista para apostar todo su prestigio a los dados de la política electoral.

El problema es que Zaldívar no tenía experiencia en el arte de menear el cubilete de la política en tiempos de elecciones y las cosas le han salido mal; desgraciadamente no solo a él, sino que su ineficaz juego ya afecta a la candidata presidencial que apoya, Claudia Sheinbaum Pardo, de Morena.

La cuestión no es si le restará suficientes votos a Claudia como para permitir que se reduzca de manera significativa la ventaja de mucho más de 20 puntos porcentuales en las encuestas sobre la aspirante Xóchitl Gálvez, de la alianza PRI, PAN, PRD. Creo que esto no ocurrirá, pero como dijo Juan Ignacio Zavala en El Financiero, la próxima presidenta de México no tiene por qué pagar errores ajenos —en este caso los de Zaldívar— antes de haber empezado a gobernar.

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Si Arturo Zaldívar piensa que ya la hizo porque Claudia Sheinbaum se vio obligada a defenderlo en cuanto se hicieron públicas las denuncias de la SCJN en contra del exministro, demostrará que el cubilete electoral no es lo suyo. La situación de don Arturo es complicada, y debe aceptarlo con objetividad.

Más se equivocará Zaldívar si hoy se motiva y se considera a salvo de cualquier peligro por la defensa que seguramente hará de su persona el presidente López Obrador en la mañanera.

Ya se equivocó al defenderse a sí mismo diciendo que la corte suprema no tiene facultades para investigarlo. Seguramente no, pero precisamente por ser suprema —”que no tiene superior”, dice la RAE— con una simple votación mayoritaria en contra de Zaldívar —sin duda difícil de lograr, pero no imposible— podría la SCJN darse a sí misma las facultades que necesita para realizar la pesquisa y mucho más. Quizá estoy equivocado, pero así entiendo lo de suprema, es decir, no como una toronja bien presentada en los desayunaderos de políticos, sino como el derecho de llegar hasta donde quieran seis ministros y cinco ministras.

Si Zaldívar renuncia hoy a la campaña de Sheinbaum se ganará el derecho de volver al primer nivel de la política, ya no electoral, sino en el poder ejecutivo, en cuanto ella logre la clásica velocidad de crucero en su presidencia.

Todas las personas que conocen a Arturo Zaldívar lo elogian por inteligente. Me consta que lo es. Si lo piensa bien comprenderá que la retirada estratégica es lo que más le conviene. Si se hace a un lado ahora mismo tendrá tiempo para arreglar sus diferencias con ministros y ministras que evidentemente no tienen la mejor opinión de él. Todo se puede reparar si se respetan las reglas de la restauración. La primera de tales reglas es renunciar estratégicamente para ya no dañarse ni dañar a su candidata.

La de Zaldívar hasta podría ser inclusive una retirada fingida y pactada con la campaña de Morena. Si en la corte suprema sus integrantes leyeron a Sun Tzu —supongo que, personas cultas, lo han hecho varias veces para capacitarse en la disciplina de torear al poder— seguramente lo dejarán en paz en cuanto lo vean decir adiós a la campaña presidencial. “Cuando el enemigo pretenda huir, no lo persigas”, aconsejaba el pensador chino experto en la guerra. Porque puede ser una retirada no producto de la debilidad, sino del cálculo. Si se retira, si renuncia, quienes fueron colegas juristas de Zaldívar en la cúpula del poder judicial pensarán que la huida será un truco para recuperar fuerza, y evitarán el combate.

Solo así podrá Arturo Zaldívar, en la soledad de su vida privada, prepararse para volver a apostar con el cubilete cuando más le convenga a la presidenta Sheinbaum, que es la persona en la que el exministro debe pensar —pensar en ella, subrayo, no en él mismo—. A esto se le llama lealtad, y es fundamental para que se tengan posibilidades de éxito en el juego de los dados de la política.