I. Diana y Tina

Lentamente, a través de las redes sociales, me llegó la noticia del fallecimiento de la cantante estrella estadounidense Tina Turner, el pasado 24 de mayo. No tuve ningún pensamiento particular; mucho menos un sentimiento, pues no soy conocedor de su música ni de su vida personal. Mi referencia sobre ella es la que todos obtenemos de los famosos periódicamente, cuando se publican en los medios sus escándalos, sus éxitos, accidentes, lanzamientos, su muerte

De manera apacible, igualmente, me vino durante el día un recuerdo, más bien una imagen. Carlos Fuentes viendo entrar a la zona de primera clase de un vuelo de Los Ángeles a Nueva York –y hablando de sus piernas, que se volvieron asimismo famosas-, a la leona Turner. No tuve duda de la obra en que se describía la escena, Diana o la cazadora solitaria (1994), acaso la novela más personal, más autobiográfica del autor. Decidí escribir sobre ello al revisar el libro y encontrar las directas conexiones con la música y las cantantes populares negras o afroamericanas, como les llaman en Estados Unidos, que encarnan una época en la segunda mitad y el final del siglo XX. Recientemente había escrito un homenaje a una soprano que fue mi mentora en Nueva York por varios años, Martina Arroyo, que es asimismo integrante de un grupo de cantantes de ópera negras que lucharon para ganarse un lugar en la escena internacional de ese género artístico.

En Diana o la cazadora solitaria, el personaje de Diana Soren es nada menos que la magnífica actriz Jean Seberg, con quien el escritor Carlos Fuentes tuvo un romance –mientras ella filmaba Macho Callahan en Durango; Bernard Kowalski, director-, un “affaire”, un encuentro de amantes, de erotismo, pasión y traición en 1970 (estando ambos casados por su lado), irrumpido por el desencanto gradual de la actriz y por las relaciones de Seberg con en movimiento de las Panteras Negras de Estados Unidos, a raíz de lo cual fue espiada, acosada, calumniada por las agencias de seguridad de ese país (difundieron que se había embarazado de un negro; al abortar, ella exhibió a la criatura blanca como prueba de la calumnia), y que finalmente murió a los cuarenta años aparentemente por sobredosis pero con alta sospecha de asesinato (esto no suena raro en relación a Estados Unidos, lo mismo sucedió con Marilyn Monroe).

|Aquí un fotograma de la película Sin aliento -1960, Jean-Luc Godard, director- que protagoniza Seberg|

II. La novela y Tina

En la novela de Fuentes (que algunos críticos acusan de misógina; María Teresa Priego, por ejemplo), Tina Turner aparece en dos de los capítulos que están caracterizados por la brevedad. En el XXII, Fuentes descubre el vínculo de Seberg (Diana Soren) con integrantes del Partido Pantera Negra, a quienes patrocina. La actriz entona canciones de Tina que permiten al escritor vaciar sus consideraciones sobre ella y dos cantantes negras más, Aretha Franklin y Billie Holiday. Transcribo lo que considero interesante para esta columna y comparto algunas canciones interpretadas por las tres; no necesariamente las que menciona o de las cuales Fuentes cita parcialmente su letra.

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El de las cantantes populares negras de la segunda mitad del siglo XX es tema tan interesante –como lo es el de las sopranos afroamericanas- que quise referir más ejemplos musicales, pero sería interminable, pues además de Tina, Aretha y Billie tendría que considerar cuando menos a Ella Fitzgerald, Nina Simone, Sarah Vaughan, Dionne Warwick, Donna Summer, Gloria Gaynor, Whitney Houston… Mujeres, artistas que con el poder y la sensibilidad de su voz e interpretaciones, se sobrepusieron a adversidades de distinto orden artístico y personal.

Dejaré para otra ocasión el tema integral. Ahora centrémonos en la novela, en Tina y sus otras dos compañeras de viaje literario. Cito a Fuentes e intercalo las piezas musicales:

“Me despertó una noche la voz de Diana, lejana pero inusitada, canturreando algo con una voz que no era la de ella, como si otra voz, lejana, acaso muerta, hubiese regresado a posesionarse de la suya, aprovechando el misterio de la noche…

“La sensación era tan insólita, y tan alarmante, que puse toda mi atención en ella… Diana sentada junto a la ventana, vestida con su babydoll blanco, canturreando una canción que distinguí al poco rato. Era un éxito de la joven Tina Turner y se llamaba Remake me, o Make me Over, Rehazme, Hazme de Vuelta… Diana tenía algo en las manos, le cantaba a un objeto, al teléfono, admití con dolor y celo súbito… Si una ráfaga de dolor me dijo primero que estaba loca, en seguida una puñalada de celo me advirtió, le cantaba a alguien… ¿a quién le cantaba canciones de Tina Turner por teléfono? Porque a partir de esa noche, ella habló todas las noches… Yo sólo escuchaba, con inquietud creciente, la voz ajena de Diana, las palabras inexplicables; Who takes care of me? ¿Quién se ocupa de mí?

“Supe que no era yo. A mí no me pedía eso; Ocúpate de mí. Se lo pedía al otro, a otros… Pero supe que la que hablaba tampoco era ella. Lo dijo claramente. Una noche hablaba diciendo: Soy Tina, otra: Soy Aretha, otra: Soy Billie… Entendí las alusiones, retrospectivamente.

“Billie Holiday era la más dolorosa de todas las cantantes de jazz, la voz nuestra de cada pena, la voz que no nos atrevemos a escuchar en nosotros mismos pero que ella se echa encima, en nuestro nombre, como un Cristo negro, femenino, Cristo crucificado que carga con todos nuestros pecados: ‘got the moon above me/but no one to love me/lover man, where can you be?’.

| Billie canta “Strange Fruit”, sobre cuerpos de negros colgados de las ramas, balanceándose con el aire; letra que me remitió a recordar la novela de Bruno Traven -y la película- La rebelión de los colgados, donde los peones del sureste mexicano son colgados de árboles pero sin matarlos, sólo como tortura; al bajarlos, tenían que seguir trabajando|:

“Aretha Franklin era la voz gozosa del alma, la gran ceremonia colectiva de la redención, un bautizo renovado, purificador, que nos despojaba del nombre usado, y nos daba otro, nuevo, limpio y reluciente: ‘A woman’s only human you’ve got to understand’.

| Aretha canta “Say a Little Prayer”|:

“Y Tina Turner era la mujer herida, abusada, víctima de la sociedad, el prejuicio, el machismo, la mujer joven que de todos modos sentía en su sojugazmiento la promesa de una madurez libre, limpia, que iba a llenar al mundo de alegría porque un día ella supo de grandes penas: ‘You might as well face it: you’re addicted to love’”.

|Tina canta “Make me over”, algo así como renuévame o hazme otra vez; aquí una versión con distintas escenas montadas|:

Es del capítulo XXXV la escena que referí al principio, que vino al recuerdo al enterarme de la muerte de Turner. Cito a Fuentes, quien narra que ese día, cansado de una serie de conferencias dictadas en universidades de California, decidió darse el lujo de viajar en primera clase:

“Cuando todos estábamos sentados, un funcionario de la Pan American Airways… condujo especialmente a la primera fila a una mujer espléndida que pasó con un perfume entre olímpico y selvático, una negra con falda corta y piernas largas, muslos perfectos y senos maravillosos pero con un vientre de madre, de diosa de la tierra sojuzgada de África y América. El cuello tenso juntaba y delataba todos los pesares, miedos y timideces de esa leona, que lo era, coronada por una melena de animal, con colores de tornasol, cobrizos, rojos, rubios, negros, púbicos. Claro que la reconocí. Era Tina Turner y me llamó la atención su dolor, su modestia disipando todo aire de estrella, toda arrogancia inmerecida. Los ojos velados se decían a sí mismos: No tengo derecho a todo esto, pero sí lo merezco. No perdía perdón por su fama, pero prefería que compartiésemos, al menos en su anonimato viajero, el sentido humano de sus canciones. Se acurrucó junto a la ventanilla de la primera fila, se quitó los zapatos, se puso antejos negros y una azafata, comedida, la cubrió con una piel de vicuña, suave, infinitamente arropante, maternal, que protegía a la cantante del sonido y la furia, acariciándola con el dulce sueño de la fatiga.

“No quise mirarla demasiado, no quise ser curioso ni impertinente. Pensé en la canción que escuchaba tan seguido Diana Soren… y mirando a la leona dormida, envuelta en su propia piel, admiré con una ternura dolorosa la fuerza de esta mujer humillada, golpeada, burlada, para sobreponerse a sus pesares sin vengarse de sus verdugos. Sin pedir la muerte o la prisión de nadie, ganándose sólo el derecho de ser ella misma y cambiar el mundo con su voz, su cuerpo, su alma, sin sacrificar a ninguno de los tres. Su arte, su raza, su espíritu… Pobre Diana, tan fuerte que no tuvo defensas contra las debilidades del mundo. Maravillosa Tina, tan débil que aprendió a defenderse de todas las fuerzas del mundo…”.

Qué curiosa es la memoria. Retiene en algún meandro escenas aparentemente aleatorias, en apariencia olvidadas, que conforman nuestro pensamiento, nuestro recuerdo, nuestra narrativa presente.

Como ha sido ella quien detonó este texto, una canción final de Tina Turner. Una que, dijo en entrevista, no le gustaba cantar tanto, pero acaso sea su mayor éxito. En lo particular, no me entusiasma ni su voz ni su estilo, poderoso pero gritado un tanto apretado; por algo es roquera. Creo que logró mayor provecho de sus piernas que de su voz. Pero es el conjunto de la persona lo que vale. El ser humano, la mujer que se eleva sobre las circunstancias de la difícil carrera artística comercial y de la violencia en la vida personal. Aquí va, “What’s Love Got To Do With It”; algo así como, “qué tiene que ver eso con el amor”, es decir, con las simples emociones eróticas. Video original rodado en Nueva York; pueden ver las Torres Gemelas aún:

Héctor Palacio en Twitter: @NietzscheAristo