Ciertamente, en muchos casos buscan darle a su despotismo un barniz “democrático”, mediante la existencia performativa o nominal de instituciones “autónomas”, lo mismo poderes judiciales capturados por las élites que organismos “autónomos” parasitarios, en muchos casos infiltrados por organismos extranjeros cómo la National Endowment for Democracy y muchos otros.
Es curioso que varios de estos organismos de las élites se hagan llamar no gubernamentales, por cierto, cuando están siendo financiados por un gobierno, el de los Estados Unidos.
“El pueblo no existe”, señaló el -ya casi- ex consejero del INE Ciro Murayama hace unos días, dizque citando a un “pensador” extranjero. Otra ex funcionaria mexicana salió hace poco con la cantaleta de que el Poder Judicial y otros poderes son un “contrapeso” a la “Tiranía de las Mayorías” (sic), cuando la voluntad de las mayorías es, por definición que data de la época de la Grecia antigua, hace más de 2 milenios, democracia.
La realidad es que los (neo)liberales siempre han despreciado a lo que despectivamente llaman “pueblo”. Se llenan la boca hablando de “democracia” únicamente cuando sirve a sus intereses. Cuando no, buscan recuperar el poder mediante métodos de captura de instituciones o, en el caso más extremo, mediante golpes de estado y represión utilizando fuerza bruta.
Dice un dicho en inglés “Scratch a liberal and you’ll find a fascists” (raspa a un liberal y encontrarás a un fascista). Hoy en día, a más de 4 años de sexenio de López Obrador y en plena recta final de su mandato, muchos liberales y “progres” mexicanos están encontrando su verdadera vena (y venia) fascista.