El nuevo contexto internacional está marcado, entre otros temas, por la crisis migratoria. A raíz de la degradación democrática en un buen número de países en el globo, sumado a la inflación rampante, a la pandemia de Covid-19 y a la precarización de las condiciones de vida de millones de habitantes, hombres, mujeres y niños han sido obligados a abandonar sus hogares en búsqueda de una vida mejor.
Este fenómeno ha sido especialmente acuciante en Europa oriental y Oriente Medio. La guerra civil en Siria, desencadenada por el régimen de Bashar al- Ásad, y la embestida rusa contra Ucrania perpetrada por el criminal de guerra Vladimir Putin, han sumergido a sus naciones en una profunda crisis que ha provocado el éxodo de miles de personas.
La Unión Europea y los gobiernos de sus países miembros, en coordinación con Turquía, han establecido mecanismos de cooperación dirigidos a recibir migrantes económicos con el propósito de brindar ayuda humanitaria, y a la vez, sostener el equilibro demográfico que hoy lastima a Occidente. Ello se ha traducido, huelga señalar, en una crisis política que ha exacerbado la xenofobia, el racismo y el fortalecimiento de partidos de extrema derecha abiertamente opuestos a la recepción de migrantes.
Algunos gobiernos como el del Reino Unido han sido políticamente forzados a recurrir a medidas polémicas. El lector recordará que, durante el gobierno del Primer Ministro Boris Johnson, Londres puso una marcha una política dirigida a enviar a los migrantes ucranianos y sirios a Ruanda; una decisión sobremanera controversial que fue el origen de acaloradas disputadas en el seno del Partido Conservador.
México no es la excepción. La muerte de los 39 migrantes en un centro de detención en Ciudad Juárez ha mostrado al mundo la precariedad del sistema. El gobierno de AMLO, responsable de la custodia de los centroamericanos a través del INM, ha mostrado el mundo el rostro de la inhumanidad e inoperancia tanto de la política migratoria como de los medios utilizados para implementarla.
Sumado a ello, hemos recordado que México, en palabras de Adolfo Aguilar Zínser, es el “patrio trasero de los Estados Unidos”, pues Donald Trump, seguido de Joe Biden, forzaron la mano de AMLO para que las olas migrantes fuesen detenidas en territorio nacional y así evitar el cruce de la frontera norte.
Hoy el mundo se solidariza con los migrantes sirios, iraquíes, ucranianos y latinoamericanos. Sin embargo, las palabras y plegarias no bastan. Se necesita, por el contrario, una verdadera coordinación internacional sostenida en un espíritu de fraternidad que permita que los desplazados económicos sean integrados en sus lugares de destino, con el propósito de ofrecerles mejores condiciones de vida, y que sus talentos y competencias sean puestos en favor del crecimiento económico y del desarrollo a largo plazo.