Es costumbre de las personas poco avenidas a la responsabilidad desvirtuar cualquier asunto adverso, sobre todo si es por causa propia. Sucede en la vida cotidiana y también en las actividades productivas. A manera de eludir culpa, para ellos es causa de otros, del infortunio o de la voluntad divina. Afecta a la persona y quizá a los de su entorno inmediato. El problema se vuelve mayor cuando se presenta en la política y más en el servicio público.
Después de cinco años y meses de gobierno, la versión oficial comprada por no pocos es que el origen de mucho de lo malo se remonta a un pasado no tan lejano. En materia de seguridad –herida mayor y producto de la impunidad–, la culpa es de Calderón, quien dejó el poder una decena de años atrás y declaró la guerra al crimen organizado hace más de 15 años, en 2007. La candidata presidencial Claudia Sheinbaum reitera que Calderón es responsable de la inseguridad actual por la connivencia con el crimen de su Secretario de Seguridad Pública, Genaro García Luna.
Aunque fuera cierto el señalamiento de dicha relación, para el régimen tiene un doble propósito político: eludir responsabilidad por el desastre en la materia y el fracaso rotundo y doloroso para muchas familias por la política de abrazos y no balazos. El otro, utilizar el agravio social para trasladar al competidor la causa del deterioro de la situación. Las palabras de Sheinbaum son concluyentes, dice que su adversaria está acompañada por los responsables de la inseguridad que se padece, como si García Luna fuera coordinador de campaña.
No se puede esperar de los candidatos en campaña franqueza y menos honestidad intelectual. Están en eso de ganar votos y en ese empeño casi todo es válido. El problema es que la elección se trata no sólo de la grosera manipulación de los agravios y de las emociones negativas que resultan por el mal estado de cosas, también debe haber un piso básico para encarar la realidad y asumir posición al respecto. Si se señala que las cosas en seguridad van muy bien, entonces no hay razón para cambiar y razonable es continuar por la misma ruta.
Sheinbaum utiliza un argumento para muchos convincente respecto a cuando ella gobernó la Ciudad de México, particularmente la baja en homicidios. ¿Por qué en el país fue al contrario? ¿Por qué prácticamente todos los gobernantes de Morena han fracasado, como muestran las cifras de percepción o las mediciones oficiales sobre el delito?
Las palabras y las cifras de la candidata, desde luego opinables, señalan que ella hizo las cosas de manera diferente a las del gobierno nacional y a sus correligionarios en los gobiernos locales, consideración que le dio mejores resultados. De llamar la atención que el operador de la estrategia de seguridad a quien se le adjudica el éxito no fue un militar o un funcionario subordinado a la estructura nacional militarizada. Las palabras de Sheinbaum abonan a la idea de un giro radical en materia de seguridad, esto es, los militares han fracasado y la mejor solución, única para el caso de los gobernantes de Morena, es depositar la seguridad bajo mando y operación civil. Un giro de 180 grados a los logros del presidente, incluso a contrapelo de su iniciativa de reforma constitucional para que la Guardia Nacional quede adscrita a la Sedena.
Los mejores gobernantes son aquellos que cuidan con esmero qué dicen porque saben que las palabras son impredecibles y a veces traicioneras, excediendo en pretensión o intención al emisor. Pero un gobernante que habla obtiene capacidad de generar consenso, incluso editar la realidad y modelar las percepciones públicas, como ha sucedido con el presidente López Obrador; aunque la cuestión no es el consenso ni la popularidad, sino los resultados, donde el déficit es monumental.
A los candidatos no les es permisible callar. Hablar es tan necesario como inevitable. Es útil atender qué dicen, omiten y señalan. La evaluación de la oferta tiene que ver más con lo que han hecho y son, que con lo que dicen. Además, los votos no resultan de las elaboradas y rigurosas propuestas, sino de la capacidad de mover emociones. La mayor debilidad del régimen y de su candidata es en el plano de la seguridad, siendo relevante entender el dilema entre continuidad y cambio, presente entre las candidatas como entre el presidente y su favorita.