Sin duda alguna, el eje principal en que gravita el Primer Mandatario, cuando toca el tema aeronáutico, es en el costo de los boletos. En repetidas ocasiones ha insistido en que lo más importante, lo más urgente, lo que más beneficiará al pueblo es que los boletos bajen de precio. Pero, ¿por qué cuestan lo que cuestan?, ¿es verdad que las líneas aéreas son las que abusan todo el tiempo del usuario cobrando tarifas desorbitadas?, ¿a qué se deben sus precios?
En la mañanera de este lunes, el reportero José Manuel Fuentes, del medio Capital 21, le preguntó al presidente sobre las quejas de algunas voces -y yo voy más allá, e incluyo la postura de la Asociación Sindical de Pilotos Aviadores (ASPA)- sobre el tema del cabotaje. Y es que de ser aprobado, se corre el riesgo del desplazamiento de mano de obra, en este caso, de personal aeronáutico nacional.
El reportero dijo, textualmente: “temen que esta iniciativa desaparezca lo poco que queda de las aerolíneas aéreas”, y aprovecho para “arreglar” el gazapo. El reportero quiso enfatizar, pero todas las aerolíneas son aéreas; pero el pleonasmo no es lo importante sino la referencia a que son pocas las líneas nacionales que hoy por hoy tenemos operando en el país. En efecto, durante el actual sexenio Interjet bajó la cortina, y se ve muy complicado su regreso. Por otro lado, Transportes Aeromar ya tiene un plazo fatal: o toman chocolate y pagan todo lo que deben antes del 15 de febrero, o les cierran el changarro.
Es imperante señalar que en ambos casos, los principales responsables de sus crisis son los dueños; Interjet que al ver cortado el suministro de “subsidios” decide literalmente dejarla morir, y en Aeromar, a raíz de la muerte del dueño original, su hijo hereda el cargo pero no el interés por la compañía aérea, al grado de que está dispuesto a ver desde Israel la desaparición de una empresa que surcó los cielos mexicanos desde 1987.
¡Pero! -oh sí, hay un pero- el gobierno, aunque quiera hacerse a un lado, también es corresponsable, pues es quien otorga la concesión, y también está obligado a velar por el buen uso que se le da; es su facultad irrenunciable (a través de la SCIT) retirarla, en caso de que la concesionaria no cumpla cabalmente con sus obligaciones. Fin del “pero”.
Regresemos a la mañanera. El reportero continúo diciendo “y que tengan que abaratar tanto sus costos y que termine como siempre golpeando al sector de los trabajadores, la pregunta sería presidente ¿cómo se va a garantizar que las empresas en este escenario no tomen medidas que afecten a los trabajadores?” Y el Presidente responde que no, que no habrá desplazados, que se cuidará a los trabajadores, y de ahí se salta a informar que al día siguiente estará el General en retiro Isidro Pastor, hablando sobre la carga, y la creación de la “Nueva Mexicana”, para dar paso al tema del precio de los boletos.
“…y vamos a estar observando, para que no se incrementen demasiado, a veces de manera excesiva los precios de los boletos, porque se abusa, hay veces que como solo una línea aérea vuela a un determinado lugar cobran mucho. Si se compra el boleto un día antes, dos días antes, puede costar el doble un boleto de avión para el traslado al interior del país, puede costar lo mismo que salir del país, ir a otra parte en el extranjero (pausa para corregir otro gazapo: si salimos del país, necesariamente estaremos en el extranjero). Entonces todo eso se va a ir viendo, si no hace falta pues no se liberan los espacios para que puedan recoger pasaje y hacer pues viajes empresas de aviación del extranjero, porque esto va a producir competencia y va a bajar los precios…”
Andrés Manuel López Obrador
El tema de los altos costos en los boletos de avión es muy añejo; nunca, ni cuando volaba Mexicana de Aviación, los boletos fueron baratos, sino todo lo contrario. Muchas de las quejas que me tocó escuchar durante mis años de sobrecargo fueron: “cómo era posible que fuera más barato volar a Estados Unidos que a Acapulco”, y eran los estertores del siglo pasado.
Ahora, Andrés Manuel esgrime un sofisma: que pareciera que solo son caros los boletos de las aerolíneas nacionales, y que por eso “urge” abrir el mercado para que vengan las aerolíneas extranjeras, y así “incentivar” que bajen los precios. Pero no es correcto, preciso, ni sucede así en automático.
Hemos podido observar, a lo largo de distintas mañaneras, que la principal queja del mandatario es el costo de los boletos de avión, y argumenta que “abusan” en el precio del boleto si se compra uno o dos días antes. Pero estadísticamente son los menos casos, es decir, muy pocas personas suelen adquirir sus boletos de avión con tan poco tiempo de anticipación.
Además, las aerolíneas extranjeras también cobran más caro el boleto si se compra el mismo día, o con un par de días de antelación; no es exclusivo de las aerolíneas nacionales. No debemos descartar ningún factor, y uno determinante para establecer el precio de los boletos es sin duda el precio del petróleo.
Para que quede más claro: las aerolíneas fijan una tarifa cobrando transportar al pasajero del punto A al punto B; para ello debe contemplar costo de turbosina, las primas de los seguros, mantenimiento, tasas aeroportuarias, pago del servicio de tráfico aéreo, el costo del personal que va a bordo, así como los costos administrativos, porque independientemente de que el vuelo vaya lleno, medio lleno, o vacío, su costo operativo es el mismo.
Justamente ahí radica el truco del costo de los boletos de avión. Independientemente de la ocupación de la aeronave, esta tiene que cubrir ciertos gastos para operar, por eso, si uno adquiere sus boletos hasta con un año de anticipación, podrá obtener una mejor tarifa; al contrario, si lo compra un día antes, ese mismo boleto costará el doble, o más.
En el precio de un boleto “de última hora” influyen además los servicios extras o que no se han solicitado; también es determinante la temporada alta, y no es impensable, siempre los boletos en esas fechas serán más caros por la alta demanda de vuelos; y definitivamente las aerolíneas no pueden aparecer por arte de magia más aviones y más tripulantes, por eso se “encarecen” los precios, por decirlo de alguna manera.
Quiero compartirles un ejercicio que al respecto hizo la página AviaciónOnline: utiliza a United Airlines, y analiza su método para fijar sus tarifas en un vuelo hipotético, que sale del aeropuerto de Los Ángeles, con destino a Boston. La tarifa 1, es la que aplicaría si el boleto lo compra el hipotético pasajero con un año de anticipación. El último renglón, es la tarifa de un boleto “de última hora”.
En esta página nos explican que United maneja 28 precios distintos en un mismo vuelo, y que este puede fluctuar de los 52 dólares hasta llegar a una tarifa de casi 1,500 dólares; pero eso no es todo, también nos informan que para la misma ruta American Airlines maneja 24 tarifas diferentes, que Delta incluso va mucho más allá con 77 tarifas, y que la bajo costera Southwest ofrece 28 tarifas diferentes, y todos ofrecen la misma ruta: Los Ángeles-Boston.
Así podemos ver lo incompleta y sesgada que está la idea del Primer Mandatario, porque la aviación no funciona como él cree; “volar”, en todo el mundo, es caro, porque lo que el usuario paga es, en realidad, ser transportado de la manera más segura y eso tiene un costo.
Nuestro presidente no es ningún improvisado, lleva 4 años en el poder ejecutivo federal, y antes ya tuvo cargos en la administración pública; gobernar el Distrito Federal (2000-2005) no debió ser precisamente un día de campo. Él mejor que nadie sabe que la seguridad cuesta, y que es de los rubros en los que no se debe buscar “ahorros” exacerbados.
Si bien es cierto que “caro” no es sinónimo de “infalible”, tampoco “barato” es igual “la mejor opción”. En temas aeronáuticos, cada quien decide si su seguridad es importante o no, pero nunca con los dados cargados por un gobierno que reduce una industria completita al tema del costo del boleto. A lo largo de la historia tenemos muchos ejemplos de aerolíneas que al nacer casi casi regalan los boletos de avión, pero también son muchas las pruebas de que lo primero que sacrifican es la seguridad.
Quiero que quede claro: el cabotaje no va a abaratar los precios de los boletos, y no son pocos los ejemplos reales y constatables de que las enormes líneas aéreas extranjeras, con tal de depredar el mercado, se darán el lujo de bajar momentáneamente los precios, hasta acabar con la aviación nacional, y luego establecer precios como monopolios. Y bueno, precisamente porque son aerolíneas extranjeras, y no concesiones del Estado, no estarán obligadas a volar a ciertos destinos, si no se les da la gana.
Ha dicho el presidente que por eso quiere una aerolínea estatal, que maneje el ejército, para que vaya a esos lugares que las grandes empresas no quieren ir, para no correr el riesgo de dejar incomunicado, vía aérea, al país. Pero ningún cálculo ni proyección actuarial puede garantizar tal eficacia. No somos un país pequeño, territorialmente hablando.
Por si todo lo anterior no fuera suficiente, se termina vulnerando lo escrito en la recientemente homenajeada Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, en su artículo 42, que establece que el espacio aéreo es parte fundamental de la integración del Estado Mexicano. Así que insisto: #NoAlCabotaje, ni siquiera como una opción que “vamos a estar observando”, como dice Andrés Manuel.