No ha sido buena semana para el aspirante blanquiazul a la candidatura a la gubernatura del Estado de México, Enrique Vargas del Villar.
Todo empezó con el chisme de que el panista viajó a Madrid para tomarse una fotografía con Enrique Peña Nieto con el objeto de utilizar la imagen para promoverse entre los mexiquenses como el predilecto del expresidente de México.
Posteriormente, comenzaron a publicarse en distintos medios de comunicación notas de las que se desprenden supuestos ilícitos en torno a múltiples y diversos bienes inmuebles de los que Vargas del Villar es propietario.
También se han divulgado trascendidos sobre engaños que ha venido promoviendo el equipo del otrora presidente municipal de Huixquilucan sobre falsas manifestaciones de apoyo hacia éste de parte del empresariado del Edomex.
Ninguna de las publicaciones antes referidas salió en medios afines al oficialismo.
Otro aspecto negativo relacionado a la figura de Vargas del Villar es que el panismo lo destapó sin el consentimiento de los priistas o perredistas. El madruguete puso en riesgo la continuidad de la alianza opositora. Incluso se comenzó a anticipar que la coalición entre el PRI, PAN y el PRD se rompería en el estado de México.
Todo porque la gente de Acción Nacional insiste en que quien encabece la alianza sea su candidato.
No les ha importado que el gobernador sea priista ni que en la elección del año pasado el PRI obtuvo más votos que el PAN en la entidad en cuestión. La idea es apelar a la terquedad y que el fin justifique los medios.
El problema es que no han contemplado el riesgo que implica postular a una persona con vulnerabilidad mediática en tiempos de persecución política, inquisición cibernética y espionaje.
Si a estas alturas el golpeteo a Vargas del Villar ha sido intenso, no quisiera imaginarme cómo se pondría si resultara el candidato contra la oficialista, Delfina Gómez.