A manera de un mal paralelismo respecto de la dialéctica del amo y del esclavo de Hegel, se plantea el dilema que pretende aplicarse a los legisladores federales en el sentido de denunciar a quienes se negaron a apoyar las propuestas de reforma constitucional como traidores a la patria; a contrario sensu, se supone que quienes sí respaldaron tal iniciativa, por el hecho de su posición, son patriotas.

Se formula así una brutal degradación del patriotismo, para devenir en una especie de patrioterismo de bolsillo destinado a fustigar a los adversarios con una retórica hiriente, reducirlos éticamente, pretender una supremacía de razones para los que ejercieron un voto a favor de la iniciativa presidencial y ubicar a los opositores en un basurero, sin margen para reconocer el espacio necesario hacia el ejercicio de las libertades para disentir, opinar distinto y manifestarlo sin ser reconvenido.

Sin embargo, la libertad para diferir y opinar en el sentido que se desee está consagrada en la Constitución, de modo que la denuncia de traición a la patria a los legisladores que se opusieron a la iniciativa es un juego de artificios; pero su formulación sirve al interés de polarizar a la sociedad en una división irreconciliable entre posturas opuestas. Lamentablemente, ello es mucho más que un mero juego para el posicionamiento mediático, pues tiende a expoliar o exacerbar a la sociedad entre grupos adversarios, con consecuencias que hasta ahora son inimaginables.

Llama la atención que la polarización extrema sea alentada por el propio gobierno, en tanto contiene una ecuación de hostilidad y enfrentamiento que es contrario a la idea de convenir, congeniar, sumar, consensuar, integrar, superar diferencias, acordar, agrupar, generar afinidades... En sentido inverso, es una vía que colinda con la emergencia de conflictos y confrontaciones sociales, que sigue colocando al gobierno en la fase mediática y de campaña política para fortalecer lazos con grupos específicos y de mostrar la inmoralidad y la carencia de razón a los adversarios.

Llevar a extremos irreconciliables posiciones opuestas, llega a significar la admisión de un mandato implícito o sutil de violencia, confrontación y, en la postura más radical, de eliminación. Aún así, explotar tales pulsiones en la arena política, ha sido un recurso que a través de la historia se ha aplicado, si bien con fatales consecuencias.

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En este caso, el blasón de la patria como emblema y fundamento se emplea para ubicar a los distintos bandos, rasero para distinguir, clasificar y discriminar; pero para hacerlo sin fallar en la aplicación de esa escala de medición, se establece una patria que tiene dueño, y éste, su intérprete y vocero, es el gobierno, ninguno más. Así, estar con el gobierno es ser patriota, y oponerse a sus determinaciones o propuestas es asumir la condición de traidor; es evidente que se trata de un silogismo falso y de inspiración totalitaria, pues, así, ya hay quien de antemano es poseedor de la razón, de modo que al estar dotado de triunfo anticipado en los valores que se pueden blandir, es necesario descalificar y hasta atacar al burdo oponente, al enemigo inconsciente, al adversario absurdo.

De esta suerte se coloca a los que apoyan al gobierno en condición de lacayos, pues no tienen nada más que opinar, la razón que se les impone ha sido resuelta y no admite réplica; se trata de alinearse y de obedecer las resoluciones del gobierno y de creer sus argumentos de forma inconsulta. En efecto el grupo de apoyadores al gobierno se degrada a una condición de lacayos, mientras en el lado opuesto se pretende colocar a los traidores a la patria.

La formulación retórica muestra que la patria tiene dueño; aunque el dueño no lo sea, no lo pueda ser y nadie como grupo o persona pueda asumirlo, ni siquiera de forma sexenal; pues la patria es un bien de la colectividad nacional, de su historia, cultura y proyección.