El problema del abogado burócrata que intenta comunicar es que, a menudo, ha perdido tanto la oportunidad de argumentar en lenguaje sencillo y a ras de calle escondido tras la famosa investidura, que al hablar, nadie le entiende.

Ese es el problema de las contramañaneras. Pareciera que los integrantes del Poder Judicial de la Federación no tienen clara cuál es su audiencia. Argumentan como si se tratase de un juicio constitucional de oralidad y no un supuesto ejercicio para la gente. Probablemente, su objetivo no sea conseguir el apoyo popular o recuperar algo de la legitimidad perdida, sino hablar al aire, como las sirenas, esperando que su canto seduzca a algún legislador o consejero de la Presidencia.

El hecho es que a estas alturas, tal vez les serviría invitar a que la ciudadanía beneficiada de sus servicios exponga testimonios que inviten a las autoridades y a otra gente a conocer su trabajo. Con franqueza, lejos de tener posibilidad de lograr apoyo de quienes han sido usuarios de la justicia, cada día el movimiento de las y los juzgadores parece más ensimismado y solo. Con pancartas que solo entienden los abogados y afirmaciones tan abstractas y generales, como que ya vivimos en una dictadura, que no pueden ser procesadas como un mensaje por el que alguien de a pie les apoyaría.

En su lugar, me parece importante que los docentes destaquen la gran crisis del momento en que los abogados perdieron su esencia política. Esa que mientras son estudiantes, les impulsa a defender las causas perdidas y tomar liderazgo para organizar todo tipo de intervenciones. Han olvidado los juzgadores que lejos de politizar su ejercicio de funciones, somos animales políticos en términos aristotélicos y por lo tanto, el olfato necesario es el de la prudencia política y no el de la cerrazón abogadil.

En el Poder Judicial de la Federación hay juzgadores jóvenes que además, son extraordinarios comunicando y representando a grupos que no son la cara del mismo conservadurismo de trajes color café y caqui. El Magistrado Juan Jaime González Varas es uno de ellos. Deberían voltear a ver a sus pares del Tribunal Electoral también.

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El hecho es que cada día tiene menos sentido un paro en el que las actividades consisten en proyectar discursos que no conectan y que tampoco parecen ofrecer alternativas contundentes sobre el futuro del propio Poder Judicial.

Ejemplo de que el abogado, por naturaleza debe ser un buen orador, hábil y sensible para persuadir, es el juzgador promedio en Estados Unidos. Una ventaja del common law es que los juicios en los que abogados y juzgadores hacen gala de intensas estrategias para convencer acompañadas de elocuentes discursos en los que, de por medio, hay razón y derecho. No es el derecho positivista al que se aferra nuestro sistema, ese que pelea un juicio de 10 años por defectos procesales o prisión por tener una facha sospechosa. Ellos se aferran a la justicia y al sentido común de lo que parece ser ese concepto. Y vaya que la elección de juzgadores sigue representando un ejercicio difícil de materializar, pero el hecho es que sin convencimiento, no hay empatía y sin empatía, nada que respalde o respete la aplicación del derecho podrá permitir que funcione la justicia constitucional tal como la conocemos.