El INEGI publicó los datos de septiembre de la Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana (ENSU) sobre la percepción de inseguridad en 75 ciudades seleccionadas del país y mostró que el porcentaje de personas que se sienten inseguras en sus ciudades sigue reduciendo y toca su nivel más bajo desde 2013, año desde el cual se tienen estos datos. De diciembre de 2018 a septiembre de 2023 hay una reducción de 17%, lo que coincide con la disminución de los homicidios dolosos a nivel nacional, la cual se ha reducido en 17.9% en ese mismo periodo. Hay aún mucho camino por andar, y hay ciudades que causan desasosiego, como Fresnillo, Zacatecas, donde 95.4% de la población se siente insegura, pero no cabe duda que los datos de seguridad y de percepción nos hablan de un avance que no habíamos visto desde el inicio de la guerra contra el narcotráfico de Felipe Calderón, sexenio en el que los homicidios incrementaron 193%.
La muy criticada estrategia de “abrazos no balazos” empieza a mostrar efectividad. Los datos indican que atender el problema desde las causas, en vez de enfrentarlo con más violencia, aunado a la Guardia Nacional han logrado frenar y comenzar a revertir el infierno en el que nos metió esa guerra sinsentido declarada por Calderón un oscuro 11 de diciembre de 2006.
Ahora bien, los esfuerzos a nivel federal no son suficientes si a nivel estatal no se hace un trabajo serio para profesionalizar a la policía; Zacatecas, gobernado por Morena y Guanajuato, gobernado por el PAN, son dos ejemplos de políticas de seguridad local fallidas. Por el contrario, la Ciudad de México tendría que ser un caso de estudio de cómo la profesionalización de la policía, la atención a las causas desde lo local, la inversión en prevención e inteligencia y la coordinación institucional funcionan.
El martes de esta semana el secretario de Seguridad Ciudadana capitalina, Pablo Vázquez Camacho, compareció ante el Congreso de la CDMX y, entre los datos que dio, podemos apreciar que, en el mismo sentido que los datos de percepción de seguridad a nivel nacional –aunque en mayor magnitud–, en la CDMX pasamos de una percepción de inseguridad de 92% en 2018 a una de 55% en 2023. Esta fuerte disminución en la percepción de inseguridad resulta entendible cuando se observa la disminución de 46% en los homicidios dolosos, de 67% en el robo de vehículo con violencia –nivel mínimo desde 1997– y un decremento de 64% en lesiones por armas de fuego –a su vez explicado por programas de desarme–.
Y ¿cómo lo está logrando la Ciudad de México? Es una combinación de varias cosas. Por un lado, se implementó una estrategia integral de cuatro ejes: más y mejor policía, inteligencia, coordinación institucional –con fuerzas federales y la Fiscalía General de Justicia de la CDMX– y, con gran énfasis, la atención a las causas, mediante una política social robusta a nivel local. Por otro lado, hubo cambios en el diseño de la política de seguridad, como otorgarle a la Policía la facultad de participar y perseguir ciertos delitos, como sucede en la mayoría de las policías del mundo que funcionan bien. También ha habido mejoras importantes en la infraestructura como la modernización del C5, la cual permitió, además de mejoras en las investigaciones, una organización logística mucho más eficiente para el envío de patrullas a ciertos delitos, por ejemplo. Asimismo, se optó por priorizar la prevención, atención y persecución de delitos de alto impacto, por ser aquellos que causan mayor malestar social como lo son robo a casa habitación o cualquier delito violento, incluyendo, por supuesto el homicidio.
La profesionalización de la policía local no es posible sin un alza en los sueldos. En 2018, los y las policías ganaban poco menos de 12 mil pesos mensuales y ahora ganan más de 18 mil pesos mensuales en promedio, un aumento del 54%. Por último, no se puede obviar el esfuerzo de incrementar la presencia de mujeres policías y de altos mandos en la secretaría de seguridad de la Ciudad, donde se incrementó un 50% el número de mujeres en puestos de alto mando.
Entre mucho ruido mediático lleno de tergiversaciones sobre los resultados en materia de seguridad, ejemplos aterradores de modelos de seguridad violatorios de derechos humanos, como el de Bukele en El Salvador y un hartazgo justificado de la sociedad, es útil revisar aquellos modelos que han logrado resultados favorables mediante los abrazos y no los balazos.